Por: José L. Avendaño
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Arquímides, J. Ribera. Museo del Prado |
Los soldados
cruzaron taciturnos por el umbral del zaguán. Adentro, un hombre de
ciencia se ocupaba en dibujar figuras geométricas: desde el simple cuadrado
hasta el bosquejo de una esfera. Aquellos soldados le miraban sin entenderle.
Era un loco a sus ojos, pues habían escuchado el rumor de que ese hombre había
corrido desnudo por las calles de Siracusa.
Un soldado se adelantó y, codicioso, le preguntó sobre las riquezas que poseía. El hombre, absorto en sus trazos, apenas hizo caso. El colérico soldado lo zarandeó y puso una daga en su cuello amenazándole. Cicerón o Plutarco adjudican que el amenazado dijo en ese momento: Noli turbare círculos meos, (No fastidies mis círculos). De pronto, el hombre de ciencia bajó la cabeza y borró gran parte de sus figuras con la palma de su mano.
La sangre que brotaba de su cuello llenó entonces el
contorno de la figura plasmada sobre la tierra. La silueta de una
esfera, como un sello, se dibujó...
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