martes, 2 de octubre de 2018

Literatura: La misma calle donde nadie espera

Por: Henry Castellanos

La noche cae por su propio peso sobre la ciudad, una que quizá no importa ya por lo trágico y extraño que se ha vuelto el que quizá nadie espere. Yo te comprendo, mi fuerte y delicado pétalo de sal. Pero te imagino, recorriendo de un labio a otro las edificaciones de un espacio que se derrumba, besándolos, convirtiéndote en carmesí; te invento pensando cada grieta y que las ves como una obra de arte entre tanto perfeccionismo improvisado que trae unas calles anómicas con personas que dejan su esencia sobre el asfalto caliente de mediodía. Te imagino reflejada bajo el color rojo oscurizo de
Automat, 1927 | Edward Hopper
una cerveza que observas mientras piensas fuera del presente que vive vacío para ti, que no existe, porque cuando lo piensas ya no es más que un recuerdo inaprensible. Yo te entiendo bien, furioso sobre las hojas del cuadernillo que me observa triste con traje rojo de bufón. Te desnudo y te imagino sin parar regalando sonrisas que yo desearía toparme por coincidencia o por el preparamiento lógico de nuestros pasos. Y me pregunto, ¿acaso te importa por donde caminas?, ¿los días pasan y te percatas de ellos si quiera?, ¿la vivacidad de tus dibujos, que jamás vi, sigue siendo igual de íntimo o se te hace trágico por la profundidad que le das ahora?
Te imagino soñando las noches por el día, esperando a que todo suceda lo más rápido posible para poder llegar a casa y morir de ti y de lo que piensas en medio de cada resoplar del viento que te ajusta el pelo detrás de tus orejas y las gotas del rocío que te planta un beso en la frente y allí se guarda como en toque de queda. Me parece confuso, porque te imagino ahora fuera de cada idea que encajo de costado sobre los emocionales textos que contiene esta ciudad que ha sido un diario para ti. Te hago sentada cada domingo en la mesa de tu sala, con algún texto de historia como carretera angosta que recorren tus ojos velozmente y un poco más despacio en la curva que conduce de un renglón a otro, pero distraída porque algún vano poema se te cruza en la vía y suspende el andar de tus esferas oculares. Te conviertes enseguida, implacable ante el llanto y vuelves a la carretera en la que piensas que deberías permanecer sin problemas, ¿qué eres? Que no te permites sufrir lo resbaladizo de cada curva cerrada que trae el camino, entonces levanto la vista y te mueves de tu mesa y como por arte de magia apareces en un autobús grande articulado convulsionado de personas, sentada en la parte de adelante con la mirada perdida, como fuera de ti y más allá de la transparente ventana que no te muestra una ciudad de ahora, sino de un tiempo que ya transcurrió, pero que en tu mente se recrea, quizá, con partes ficticias bien acomodadas por lo que crees que debió ser, y un escandaloso resonar en tus oídos que viene de afuera te espanta la idea y te incorpora a una realidad que no tendría que estar pasando, o eso crees muy profundamente.
Edward Hopper Excursion into philosophy 1959

Te imagino frecuentando sitios distintos para escapar de lo que sea de lo que huyas, en cuerpo y sobretodo en lo que más te mata que es tu mente, pero sigue siendo trágica una ciudad donde nadie espera ya y eso, implacablemente, la llena de aquello de lo cual huyes, del sueño y del sol que ayer era distinto al que alumbra hoy. Supongo que sigues curvando los hombros, como queriendo juntarlos de frente a ti haciéndote resaltar esos huesos de la parte superior del pecho, y en esa posición te imagino cautiva de ti misma, con delicadas obsesiones por aquel que camina del otro lado de la calle. Te imagino, a decir verdad, diferente, más pausada con cada movimiento, pero sin perder ese guiño que aglomera a todos a tu alrededor y los embelesa como viendo a la mismísima Atenas o Isis de Gustav Klimt hacerse carne.
Te sostengo tibia por el sol que reposa sobre tu piel blanca, sobre los bellos de tus brazos que peinas hacia tu izquierda cada vez que miras a ellos, sosteniendo algún bote ridículo de agua sobre tus labios que nada temen y saboreando lo húmedo del agua sobre ellos, pensando que alguien los besa, o aún mejor, que alguien aparecerá y correrá a reclamarlos.
Pero esta es solamente una manera de decirte que te extraño. Te imagino de infinidad de formas posibles, pero te imagino opaca, pero eso es porque no es a ti en quien pienso cuando pasas por mi mente, me vivo a mí sufriendo los estragos, es a mí a quien doy tu nombre. A decir verdad, me imagino suspirando y dejando un golpe en tu ventana para que de tu piel no se borre la muerte de la mía, para que no viva en mi tu ausencia; a decir verdad… te imagino feliz.  Y la noche no se levanta, porque su peso la sostiene sobre la misma calle donde nadie espera. 

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