Por: Henry Castellanos
La noche cae por
su propio peso sobre la ciudad, una que quizá no importa ya por lo trágico y
extraño que se ha vuelto el que quizá nadie espere. Yo te comprendo, mi fuerte y
delicado pétalo de sal. Pero te imagino, recorriendo de un labio a otro las
edificaciones de un espacio que se derrumba, besándolos, convirtiéndote en
carmesí; te invento pensando cada grieta y que las ves como una obra de arte
entre tanto perfeccionismo improvisado que trae unas calles anómicas con
personas que dejan su esencia sobre el asfalto caliente de mediodía. Te imagino
reflejada bajo el color rojo oscurizo de
Automat, 1927 | Edward Hopper |
una cerveza que observas mientras
piensas fuera del presente que vive vacío para ti, que no existe, porque cuando
lo piensas ya no es más que un recuerdo inaprensible. Yo te entiendo bien, furioso sobre las hojas del cuadernillo
que me observa triste con traje rojo de bufón. Te desnudo y te imagino sin parar
regalando sonrisas que yo desearía toparme por coincidencia o por el
preparamiento lógico de nuestros pasos. Y me pregunto, ¿acaso te importa por
donde caminas?, ¿los días pasan y te percatas de ellos si quiera?, ¿la
vivacidad de tus dibujos, que jamás vi, sigue siendo igual de íntimo o se te
hace trágico por la profundidad que le das ahora?
Te imagino
soñando las noches por el día, esperando a que todo suceda lo más rápido
posible para poder llegar a casa y morir de ti y de lo que piensas en medio de cada
resoplar del viento que te ajusta el pelo detrás de tus orejas y las gotas del
rocío que te planta un beso en la frente y allí se guarda como en toque de
queda. Me parece confuso, porque te imagino ahora fuera de cada idea que encajo
de costado sobre los emocionales textos que contiene esta ciudad que ha sido un
diario para ti. Te hago sentada cada domingo en la mesa de tu sala, con algún texto
de historia como carretera angosta que recorren tus ojos velozmente y un poco
más despacio en la curva que conduce de un renglón a otro, pero distraída
porque algún vano poema se te cruza en la vía y suspende el andar de tus
esferas oculares. Te conviertes enseguida, implacable ante el llanto y vuelves
a la carretera en la que piensas que deberías permanecer sin problemas, ¿qué
eres? Que no te permites sufrir lo resbaladizo de cada curva cerrada que trae
el camino, entonces levanto la vista y te mueves de tu mesa y como por arte de
magia apareces en un autobús grande articulado convulsionado de personas,
sentada en la parte de adelante con la mirada perdida, como fuera de ti y más
allá de la transparente ventana que no te muestra una ciudad de ahora, sino de un
tiempo que ya transcurrió, pero que en tu mente se recrea, quizá, con partes
ficticias bien acomodadas por lo que crees que debió ser, y un escandaloso
resonar en tus oídos que viene de afuera te espanta la idea y te incorpora a
una realidad que no tendría que estar pasando, o eso crees muy profundamente.
Edward Hopper Excursion into philosophy 1959 |
Te imagino
frecuentando sitios distintos para escapar de lo que sea de lo que huyas, en
cuerpo y sobretodo en lo que más te mata que es tu mente, pero sigue siendo
trágica una ciudad donde nadie espera ya y eso, implacablemente, la llena de
aquello de lo cual huyes, del sueño y del sol que ayer era distinto al que
alumbra hoy. Supongo que sigues curvando los hombros, como queriendo juntarlos
de frente a ti haciéndote resaltar esos huesos de la parte superior del pecho,
y en esa posición te imagino cautiva de ti misma, con delicadas obsesiones por
aquel que camina del otro lado de la calle. Te imagino, a decir verdad,
diferente, más pausada con cada movimiento, pero sin perder ese guiño que aglomera
a todos a tu alrededor y los embelesa como viendo a la mismísima Atenas o Isis de Gustav Klimt hacerse carne.
Te sostengo
tibia por el sol que reposa sobre tu piel blanca, sobre los bellos de tus brazos
que peinas hacia tu izquierda cada vez que miras a ellos, sosteniendo algún
bote ridículo de agua sobre tus labios que nada temen y saboreando lo húmedo del
agua sobre ellos, pensando que alguien los besa, o aún mejor, que alguien
aparecerá y correrá a reclamarlos.
Pero esta es solamente
una manera de decirte que te extraño. Te imagino de infinidad de formas
posibles, pero te imagino opaca, pero eso es porque no es a ti en quien pienso
cuando pasas por mi mente, me vivo a mí sufriendo los estragos, es a mí a quien
doy tu nombre. A decir verdad, me imagino suspirando y dejando un golpe en tu
ventana para que de tu piel no se borre la muerte de la mía, para que no viva en mi tu ausencia; a decir verdad… te
imagino feliz. Y la noche no se levanta,
porque su peso la sostiene sobre la misma calle donde nadie espera.
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