viernes, 17 de agosto de 2018

Literatura: La visita más esperada (relato breve)

Por: Jonathan Valdéz Santos


Muerte y vida - Recreación de Inge Prader sobre un cuadro de Gustav Klimt (1916)

Sentí cuando llegó. La habitación cayó rendida ante su frialdad y esencia tan inefable. La hora había llegado y yo estaba consciente de ello. Suspiré y traté de esbozar una sonrisa para recibirla con educación, pero las fuerzas ya no me daban ni siquiera para arquear mis labios.

—Tardaste — Le dije sin poder mirarla todavía. —Vaya que me has hecho esperar.
No contestó. Me Miraba.
La podía sentir cerca. Sabía que si giraba un poco la cabeza podría obsérvala y terminar con todo de una vez. No lo hice. Me mantuve estático en mi cama vieja con la mirada recta apuntando a la nada. Probablemente no habían pasado ni treinta segundos desde su llegada, pero para mi mortal existencia se antojaban milenios. Pensándolo mejor... el tiempo había perdido regla y forma.
— Es hora de partir — Su voz era áspera y profunda. Digna de leyenda. Digna de lo que era...
Finalmente comenzó a avanzar. Por el rabillo de mi ojo izquierdo la vi acercarse y tomar forma como lo hace un vehículo después de encandilarte con sus luces. Con dificultades logré enfocarla; he ahí ante mí, eso a lo que todos temen. La encargada de ponerle fin al comienzo. La encargada de comenzar el fin...
—¿Puedes darme unos minutos? — pedí. — Después de eso me voy contigo sin resistencia alguna...
Se mantuvo tanto tiempo en silencio que llegué a pensar que había ignorado mi petición por completo. Pero al final respondió...
—Humanos... jamás aprenden. ¿Qué quieres hacer antes de marcharte?
Se notaba cansada. Su trabajo no le permitía descanso alguno.
— Conversar contigo.
Hablé directo y con empatía. Pude notar que mi petición la tomó por sorpresa. No fue de su desagrado en lo absoluto así que sin darle tiempo a que me confirmará lo que parecía obvio lancé mi pregunta como una moneda al aire:
— ¿Cómo te sientes?
Estoy seguro de que en toda su existencia jamás nunca alguien le había realizado esa simple pregunta. Su sorpresa era notoria y al parecer, había logrado crear un pequeño vínculo entre yo y ella.
— No sé — arrastraba las palabras. Su voz dejó de parecer tan imponente. Estaba en shock e inclusive nerviosa. Jamás había tenido que pensar ni siquiera ella misma en cómo se sentía, con una mierda, no terminaba de comprender por completo el término; sentir...

Nuevamente sin darle tiempo de reaccionar escupí otra tanda de preguntas... y ahí estábamos... Hombre y muerte... Charlando en una habitación con un ambiente grisáceo y esquinas polvorientas que pronto se convertirían en testigos de mi fallecimiento. El mundo entero miraba a través de mi ventana y un aire frío corría con prevención; hasta él respetaba el ente que se alzaba glorioso ante mí. Miles de años de sabiduría se encontraban dentro del ser que me miraba con detenimiento. Del ser más viejo y que ha habitado este planeta desde su génesis.
— ¿A dónde me llevarás? — En mis palabras no había rastro de miedo, todavía.
— Al Límite.
Podía notar que su disposición por hablar había crecido enormemente. Era de esperarse cuando tienes miles de años sin conversar con nadie.
— ¿Cuál límite? ¿El límite de qué?
— Es el final de la realidad que conoces. Que conocemos. Mi trabajo es guiarte hasta ahí donde serás recibido por él.
— ¿Por quién? ¿Por Dios? ¿El Diablo? ¡¿Me iré al infierno?! — me asusté un poco ante la posibilidad. Supongo que el miedo es parte de ser humano...
— Lamento desilusionarte hombre, pero ni siquiera yo sé que ocurre más allá del Límite. El ser al que tú llamas Dios es tan incomprensible para mí como lo es para ti. El que ocurre con ustedes después de pasar por mis manos ni yo lo sé.
En ese momento comprendí que su labor radicaba exclusivamente en esta realidad. Así que traté de replantear mis preguntas. Por las demás cuestiones no me preocupaba... en poco tiempo viviría las respuestas en carne propia...
— ¿Cómo decides quien debe morir y cuando debe de hacerlo?
Continúe más ansioso que nunca.
— No lo hago. Yo no puedo arrebatarle la vida a nadie. No tengo ningún poder sobre ustedes. Yo solo merodeo por ahí, avanzó y los observó esperando que mueran de alguna forma, cuando esto pasa me acercó y recojo lo que ustedes llaman alma, y lo llevó al lugar del que te hablé.
— ¿Eso quiere decir que el tiempo que me queda de vida no lo estas controlando tú?
— No. Pero por tu olor sé que no te falta mucho y por eso he venido, para terminar más rápido mi labor contigo.
Estaba impresionado, hasta ahora nada era como imaginaba o como había escuchado.
— Si tú estás aquí ahora, ¿Qué pasa con la gente que está muriendo en estos instantes?
— Sus almas deben esperar mi llegada a un costado de sus cuerpos.
— ¿Por qué no podemos ver las almas de esas personas?
— Porqué son del mismo estado que yo. ¿Acaso podías verme a mí? Ahora lo haces porque yo lo permito.
— ¿Ellos pueden permitirlo?
— Se necesita mucha práctica para dominar la técnica, normalmente nunca pasan tanto tiempo aquí como para aprender a realizarlo, aunque algunos pocos pueden manifestarse ligeramente entre ustedes.
— ¿Son a los que llamamos fantasmas?
— Prácticamente. Aunque solo son almas confundidas y asustadas que logran evadirme por un tiempo.

Muchas cosas estaban tomando sentido. Mi forma de ver el mundo estaba cambiando, aunque muy tarde; podía sentir como la vida se me escapaba poco a poco debido al cáncer que me devoraba por dentro. Tenía que aprovechar el poco tiempo que me quedaba.
— Hace un par de años mi hijo de tan solo un año murió... ¿Lo recuerdas?
— Por supuesto. Jamás olvido a nadie. Menos a un ser tan joven e inocente como Carlitos, las almas de los niños al igual que la de los animales son mis favoritas, aunque suene un poco cruel. Ellos no cuestionan y el fallecer parece importarles poco, sonríen y aunque no hablan, emiten sonidos cómicos y me tocan con curiosidad durante el recorrido.
En ese punto las lágrimas brotaron de mis ojos. ¿Lo veré después de todo? Pregunté, pero su silencio respondió por ella. No lo sabía.
— Tienes suerte de ser lo que eres — por primera vez era ella quien proseguía con la charla — los humanos son los seres más perfectos de todo el universo. Son los únicos capaces de comprender la mayor parte de lo ocurre a su alrededor, hay algunas cosas que ustedes entienden y yo no, ustedes pueden sentir y demostrarlo como ninguna otra forma de vida puede hacerlo. Ustedes pueden dar amor, pero, sobre todo; recibirlo.
— ¿Tú no? — limpié mis lágrimas con un solo movimiento.
— Yo amo muchas cosas. Me he enamorado millones de veces durante toda mi existencia, pero... nunca nadie lo ha hecho de mí. Nadie nunca se ha tomado la molestia. No puedes comprender... lo difícil que es amar a un ser y saber que la única vez que lo tendrás entre tus manos será para llevarlo lejos de ti para siempre.
Increíblemente su voz comenzaba a quebrarse, a escucharse más humana. Algún día lo fue, no tuve que preguntárselo para saberlo.
— ¿De quién fue la última persona de la que estuviste enamorada?
— He amado tanto humanos como animales. La última persona que me enamoró por completo fue una niña de 6 años. La miraba todo el tiempo. La seguía a donde sea y observaba como repartía cariño sin mirar a quien. Deseaba no tener que ir a por ella nunca, pero... un día cruzó la calle sin mirar a los costados y pues... Jamás odié tanto mi trabajo como ese día.
— Hay algo que debo preguntarte antes de partir.
— Si, dime...
Dejé pasar unos segundos, no sabía si era algo que ella pudiera responderme y además estaba fuera de contexto, pero igual lo hice:
— ¿Cuál es el sentido de la vida?
 La pregunta ocasionó un silencio prolongado. Le di tiempo de pensar. Mi enfermedad me avisó con un dolor punzante que ya era hora. Que no podía esperar más, pero no estaba decidido a irme sin saber la respuesta a aquella pregunta milenaria.
— ¿Sabes por qué los humanos jamás logran ponerse de acuerdo en la respuesta de esa pregunta? — me quede en silencio esperando que me lo dijera — porqué no existe como tal. No es algo que tengas que buscar como un tesoro, sino más bien algo que debes de construir como una casa. No existe un sentido de la vida, sino miles de millones, uno para cada ser vivo que hay en este planeta. Cada uno a su modo, cada uno a sus gustos. Si alguien vive para matar, entonces el sentido de su vida será ese, ser un asesino ¿Y sabes qué? Está bien, porque para él está bien. Sea injusto o no, pero para él es lo correcto y es lo que dará por cumplida la misión de su vida y lo mismo pasa para quien vive por sexo o dinero o lo que sea, lo que sea que se te ocurra estará bien por que al final de cuenta. Hayas echo lo que hayas echo, siempre pasaran por mis manos.
No respondí. No tenía palabras para hacerlo.
— Nuevamente repito que ustedes son el ser más perfecto del universo, pero lo que más les envidio es que ustedes... ustedes... pueden morir.
Me di por satisfecho. Y estoy segura que ella también.

Para cuando terminó de hablar se abalanzó hacía mí después de una mirada ilegible y todo se tornó oscuro por un momento. Al aclararse mi vista nuevamente supe que me dirigía al Límite del que me había hablado. Les platicaría como es de este lado, pero no quiero arruinarles el final de su historia.

3 comentarios:

  1. ¡Sublime! Profundo, bien redactado, de envidiar en todo sentido. Uno de los mejores textos hacia algunaalguna que allá leído jamás. Felicidades a ti como escritor y a ella como tú inspiracion. ¡IMPRESIONANTE!

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  2. ¡Sublime! Profundo, bien redactado, de envidiar en todo sentido. Uno de los mejores textos hacia alguna que allá leído jamás. Felicidades a ti como escritor y a ella como tú inspiracion. ¡IMPRESIONANTE!

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  3. ¡Sublime! Profundo, bien redactado, de envidiar en todo sentido. Uno de los mejores textos hacia alguna pareja que allá leído jamás. Felicidades a ti como escritor y a ella como tú inspiracion. ¡IMPRESIONANTE!

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