domingo, 13 de agosto de 2017

Literatura: No me dejes llegar al lago (relato)

Por: Antonio G.


Claude Monet- Nymphéas (1840-1926)


No me dejes llegar al lago, porque creo que me alejará de ti. No me preguntes cómo lo sé, no tengo nada coherente para contestarte, sólo esta intranquilidad que no me deja, sólo estos sueños que me aprisionan de unas semanas para acá; y tú, a pesar de tu extraña naturaleza, no crees en eso. Yo tampoco, pero es como cuando uno sueña que muere en determinado lugar, y de pronto le toma seriedad a las cosas que antes parecían irrelevantes.
Una noche soñé que me sumergía en el agua y renacía en otro lado, más sensata e incluso más bonita; porque me vi en el reflejo y no tenía los mismos ojos ni la misma cara, pero sabía que era yo y que de alguna manera el lago me había vivificado, transformado, y ahora tenía otra misión porque era una vida diferente y diferente tenía que hacer las cosas.
Otra noche soñé con el mismo lago, y tuve esa sensación que uno tiene cuando en el mismo sueño sabe que está soñando y hasta recuerda ese otro que tuvo en el mismo lugar y con el mismo escenario. Así que corrí hacia el lago para reflejarme y ver si esta vez era esa misma transformación u otra cosa. Noté que aceleraba el paso a un ritmo que no podía mantener, y que, de hecho, yo ya no quería andar, pues repentinamente mi voluntad había cambiado; alguien detrás me empujaba. No veía a la persona, sin embargo creía que no era humano, sino una cosa, algo. Apenas comencé a sentir miedo cuando ya había llegado a la orilla del lago, no quise asomarme a descubrir en qué me había convertido, pero eso que estaba detrás empujó de nuevo y caí. En el sueño no sabía nadar y cuando comencé a patalear y moverme bruscamente, me sentí con una gran carga, una que no me dejaba siquiera poder flotar un poco. Cuando miré hacia abajo, una mano tenía atrapado mi tobillo y me hundía y me hundía. Y yo no veía más allá pero sabía, por esa intuición que sólo en los sueños se da, que esa mano era también parte de eso que me había tirado al lago.
Así que, al cabo de un momento de manotear y hacer intentos desesperados por zafarme de lo que me aprisionaba y me llevaba más y más abajo, quise respirar. Tuve miedo de hacerlo pero estaba desesperada por tener aunque fuera una bocanada de aire. No pude resistirme más y aspiré mientras, no sé cómo, sabía que lloraba y las lágrimas se mezclaban con el agua. Lo que sentí fue un horrible dolor en los pulmones, el agua entraba sin parar y estaba esa sensación de mil agujas encajándose una y otra vez en mi pecho. Y el cerebro, también desesperado, también revuelto de ideas esperando tener oxígeno y sólo consiguiendo agua, no me dejaba morir, pues me mantenía con la esperanza de que subiría pronto a tomar aire. Mas no podía subir, no podía agarrar aire y no podía morir. Y cada vez me hundía más y más y el agua entraba y entraba y el dolor de las agujas se acrecentaba. Sentía que me desvanecía y aún en el desvanecimiento estaban esos golpes en el pecho y ya hasta en el estómago que lo tenía lleno de agua. Luego comencé de veras a morirme hasta que quedé en un espacio negro. Después desperté.
Otra noche me soñé de nuevo frente al lago, pero esta vez no había nada que me empujara y es cierto que tampoco hice lo posible por correr, simplemente me quedé parada observando el agua que no se movía y ese misma estabilidad me trasmitía un poco de miedo, o tal vez de respeto. De alguna manera pensaba que el lago no era lago sino más bien unas fauces abiertas dispuestas a tragarme y escupirme en la muerte o en la otra vida. Decidí sentarme ahí donde me encontraba y no dejar de ver el panorama en todo el rato que estuviera ahí. Vi el alba y el ocaso reflejadas en el agua, y en verdad que era bello, en verdad que el lago tenía su lado hipnótico, su lado hermoso, pues los colores se reflejaban en él como en ninguna otra parte he visto, el amarillo, el anaranjado, toda esa fusión eran de una majestuosidad que dudo alguien haya podido observar.
La siguiente vez que me soñé en el lago, decidí sentarme de nuevo para poder ver en él los más bellos atardeceres. Y el lago me los regaló. Sentí entonces que ahora debía de mirar mis manos y mis piernas, porque yo traía vestido y podía observarlas. Descubrí que de mí también se desprendían los colores del atardecer porque las tonalidades de la tarde se reflejaban todas en mí. Supe que me había convertido en parte del lago y que yo no era yo sino una gota que le pertenecía.
Así que hubo días en que esperé la noche para convertirme en agua y reflejar todo lo que arriba de mí estuviera. El cielo de un azul profundo, o el sol fulgurante y tan amarillo como pocas veces se ha visto. Y yo disfrutando tanto de todo porque veía el astro sin tener que cerrar siquiera un poquito los ojos.
Cada vez me sentaba más cerca del lago. A partir de cierto momento creí que lo que antes había pensado que eran fauces quizá en realidad no lo fueran, sino que más bien era un ojo el que yo veía, un ojo de un gigante que estaba viendo en otro lugar y en otra vida, el alba y el crepúsculo, y yo podía ser espectadora, yo le podía ser fiel, yo podía llegar todos los días o todas las noches y él me dejaría ver a través de él.
De todas las veces en que comencé a ser parte del lago, sólo hubo una en que miré a personas que no conocía y que también se reflejaron en mí. Me veían con caras atónitas y tristes pero yo sabía que no me veían a mí como gota sino a todo el vasto lago. Entonces me pregunté si acaso más personas habían sido atraídas y si esas gotas que yo veía como gotas no eran en realidad otra gente de otras realidades.
Hubo una tarde, una tarde, pues, en el sueño, porque era de noche para mí, en que el lago lucía de nuevo estático y esta vez no reflejaba nada. Tampoco yo lo hacía. Me atreví de nuevo a ver más allá del lago sin ser ya el lago y lo que vi fue un cielo azul que el lago no reflejaba. No entendí por qué y quise correr para revivirlo, porque tenía la impresión de que era probable que hubiera muerto ese ojo, ese gigante, esa persona. Estaba a la orilla pero tenía la sensación de que debía sacudirlo como cuando se tiene a alguien enfrente y éste se halla en un estado de somnolencia en la cual no se quiere dejar caer más. Pero yo no podía sacudir el lago. A un lado vi un frondoso árbol del cual nunca me había percatado, quise arrancarle una parte y con eso mover el agua, pero era tan grande su tronco y se elevaba tan a lo alto que me pareció ancestral y no quise perturbarlo. Además había algo que me decía que, aunque hiciera eso, el lago no despertaría. Me quedé triste y triste me desperté.
Después dejé de soñar con el lago y a mí mente nada venía acerca de cómo debía de atraerlo, no obstante que si lo lograba, no sabía qué hacer si se hallaba de nuevo estático. Súbitamente una noche volví a soñarlo, y el agua ahora era negra igual que el cielo y que el árbol. Lo demás era como una paleta de tonos grises claros y oscuros que se fusionaban con el negro de las formas. Me acerqué de nuevo a la orilla y no se me ocurrió otra cosa que llorar. Lloré mucho. Y cuando algunas de mis lágrimas tocaron el agua, vi que surgieron un poco las tonalidades del atardecer, como si hubiera echado pinturas de colores en un fondo negro. Entonces mi alegría fue mucha, porque sabía cómo revivirlo, pero también sabía que, si quería hacerlo, tenía qué seguir llorando. ¿Y cómo lograrlo?
Así que después de mucho pensar lo decidí. Una de las veces en que dormía, el lago volvió a presentarse y yo caminé resuelta hacia él. Le dije en voz alta que ahora sabía cómo revivirlo y que juntos volveríamos a reflejar los hermosos colores. Me sumergí entonces y mientras me dejaba llevar hacia lo profundo, aunque esta vez sin que una mano me jalara, tuve esas ganas imperiosas de querer respirar. Pero no lo haría. Así que me seguí resistiendo a pesar de que mi cerebro me hacía malas jugadas para lograrlo. Comencé a llorar, y cuando lo hice, mis lágrimas que se mezclaban con el agua del lago despidieron los más bellos tonos, y yo seguía llorando y llorando y el lago brillando y brillando cada vez más y parecía que hasta sonreía. Vino de nuevo el dolor en el pecho y eso me hizo llorar aún más y entonces más tonalidades se escaparon y el lago por fin pudo reflejar de nuevo el atardecer y ya no sólo el cielo sino también los astros del universo y yo pude verlo porque ahora sí era parte de él y le pertenecía de forma completa y pude entender también justo antes de que muriera que todas aquellas veces en que vi los más tiernos panoramas hubo alguien que se sacrificó para que pudiera hacerlo y le agradecí infinitamente mientras dejaba que la más hermosa de las muertes me tomara entre sus brazos. Porque esas gotas no eran gotas sino también personas de otras realidades que venían aquí a alimentar el lago porque el lago era demasiado bello para morir y nosotros todo lo contrario para seguir viviendo.
De pronto desperté, pero desperté arriba del árbol, posada sobre el lugar más alto, y a pesar de que estaba sobre lo más alto podía verme allá en lo bajo. Entonces comencé a gritarme a mí misma que por favor no llegara al lago, que por favor nadie me dejara llegar al lago, ni a este ni a ninguno, mas yo caminaba y caminaba y de pronto vi algo detrás de mí empujándome, y ese algo también era yo. Me decía que temiera de todos los lagos del mundo porque a pesar de saber nadar me iba a hundir en alguno. Porque así sería mi muerte, ese era mi futuro, el gigante me lo había mostrado a mí y a otros cuantos, a todos, tal vez, los que estaban debajo de mí en el árbol, pues quizá como las gotas que eran diferentes personas, así las hojas eran también diferentes humanos.
Tres de nosotras y a la vez la misma y no sólo la misma sino que creí por un instante que el ojo del gigante era en verdad mío y estaba viendo a veces la oscuridad y a veces todas las luces y las tres sabíamos que el lago podía ser muerte porque algo nos lo decía, pero cuando escuché por primera vez la voz como de un hombre de edad avanzada atronando en todo el mundo que era lago y el árbol y nada más diciendo que aún había esperanza de que reaccionara y que tuvieran paciencia supe que el lago también podía ser vida y podía ser nosotros yéndonos a otra parte.
Sé que una de estas noches el lago vendrá de nuevo a buscarme tratando de que me arriesgue y sé que me convencerá de arriesgarme. Sin embargo sé que tú me quieres aquí y por eso te lo digo. No quieres que lo haga,  entonces no dejes que me duerma y mientras esté despierta tampoco permitas que me sumerja en alguno. Te doy mi juramento. Te lo digo otra vez, te lo digo, pero tú también júrame que no me dejarás ir ya nunca más al lago.

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