jueves, 12 de mayo de 2016

Música: Mozart - Historia de una Misa de Requiem

Por: Uriel Delac


El año de 1791, el de la muerte de Mozart, fue también el año del surgimiento de grandes obras maestras como: La Clemenza di Tito, El Concierto para clarinete, Die Zauberflöte y la Misa de Réquiem; composiciones, todas ellas, que vinieron a superar todo lo anteriormente creado por el gran compositor.

La vida de Mozart se extinguía repentinamente a la edad de 35 años, agitado por exceso de trabajo y afectado por la tensión espiritual de su último periodo de crecimiento en el que superaba las etapas de madurez y aún de plenitud.

Hermann Kaulbach - Los últimos dias de Mozart (1873)
La manera en que se originó la Misa de Réquiem K626 ha sido de las más difundidas en la historia de la música, y a la misma se le han agregado múltiples elementos fantásticos, misteriosos y hasta sobrenaturales, los cuales han otorgado cierto encanto extraordinario a la obra, ya de por sí calificada como una de las más logradas dentro del género de la música sacra creadas por Mozart.

Según cuenta Georg Nikolaus Niessen —segundo esposo de Constanze Weber, viuda de Wolfgang— un mensajero anónimo, de mediana edad, serio, imponente, de expresión solemne y totalmente desconocido para él y para su esposa, dejó al compositor una extraña carta sin firma que, junto a muchos comentarios que alababan su obra, contenía una petición sobre si estaría dispuesto a escribir un Réquiem. Al parecer, Mozart lo recibió personalmente.

Con voz grave, el extraño confió al compositor que alguien de su más alta estima había fallecido y deseaba recordar el aniversario luctuoso con una gran misa de difuntos. Mozart, por su endeble estado de ánimo en ese momento, se conmovió a causa del misterio que envolvía todo aquel asunto y por el tono solemne de aquel hombre que en todo le recordaba a su propio padre. Prometió acceder a la petición y tener lista la partitura en unas cuatro semanas, siendo el pago inicial cien ducados —que recibió en ese preciso instante— y otros tantos a la entrega. Sin más, el extraño dio la media vuelta y trepó a su carruaje con rumbo ignoto.

Mozart y Constanze, según una litografía del siglo XVIII
El compositor volvió a quedarse profundamente ensimismado y sin saber qué hacer, hasta que por fin pidió pluma, tinta y papel para trabajar de inmediato en el encargo. Su interés en la obra iba creciendo a medida que avanzaba en cada compás, día y noche, casi sin comer ni dormir, escribiendo incansablemente, hasta que su organismo colapsó varias veces debido al esfuerzo. Constanze lo llamaba a la moderación y al descanso, pero todo fue en vano porque permanecía siempre silencioso y absorto en sus ideas. Inclusive hablaba de pensamientos del todo singulares en torno al misterioso personaje que lo visitó haciéndole el encargo y —según Niessen— en más de una ocasión, el compositor dijo tener pesadillas en donde entreveía que aquel hombre era en realidad el convidado de piedra de su Don Giovanni. Finalmente Mozart lo confesó: sentía que ésa Misa de Réquiem la escribía para su propio funeral.

A partir de 1792 se redactaron y publicaron miles de páginas sobre el asunto del Réquiem. Los más allegados a Mozart, tras su muerte, ayudaron a cultivar los mitos. No fue sino hasta 1964 en que Otto Erich Deutsch asombró a los especialistas con un largo y sensacional informe sobre los orígenes de esta obra, basado en los estudios que Anton Herzog director del Centro de Información del Colegio de Viena había realizado entre la muerte del compositor y hasta 1839.


Mozart y Sussmayer - litografía de 1857 de Friedrich Leybold
La auténtica historia reveló que el incógnito personaje que encargó la obra era un noble terrateniente austriaco llamado Franz von Walsegg, un conde algo excéntrico, que residía en su apartado castillo de Stuppach junto con su esposa y numerosos hijos.

Gran apasionado de la música y el teatro, el aristócrata organizaba dos veces por semana sesiones musicales en las que se interpretaban cuartetos para diversos instrumentos y los domingos, teatro. Contrataba, además, a excelentes músicos y actores para las veladas, interviniendo él mismo tocando el violonchelo, la flauta, y reservando para sí y su esposa, papeles de cierta envergadura para las puestas en escena. En vista de la frecuencia de tales conciertos privados, Walsegg adquiría prácticamente todos los que se anunciaban en público e incluso aquellos que estaban en proceso, pagando a los auténticos compositores importantes sumas de dinero y a condición de que renunciaran a todos los derechos, para así quedarse con la propiedad exclusiva y hacerlos pasar como de su autoría. No permitía, además, partituras impresas, por lo que hacía que se las copiaran, eliminando todo rastro del nombre del autor original para colocar el suyo. También solía hacer que las obras se trascribiesen para instrumentos que él y su consorte tocaban, con lo cual aparentaba que tal o cual composición la había escrito sin otras pretenciones que el regocijo familiar. Otra de sus extravagancias consistía en practicar un juego en que los oyentes y ejecutantes tenían que adivinar quién era el compositor de las piezas de concierto que se interpretaban y, naturalmente, el conde mismo se insinuaba como el autor, aunque sin manifestarlo abiertamente.


El Conde Franz von Walsegg - litografía de 1859
Pero muchas cosas cambiaron en febrero de 1791, pues ocurrió la muerte de su cónyugue en plena juventud, cuando apenas contaba con 21 años. El conde, prácticamente destrozado por el deceso de su amada, quiso erigirle un doble monumento conmemorativo: uno en mármol, encargado a Johann Martin Fischer —uno de los mejores escultores vieneses de la época— ; y el otro un musical, un Réquiem que compondría Mozart y que, naturalmente y como de costumbre, se reservaría la propiedad absoluta.

El mausoleo se erigió en un valle cercano al castillo donde fueron trasladados los restos de la dama, pero el Réquiem, que debía interpretarse a partir de ese año en el aniversario luctuoso de la condesa, tardó demasiado en llegar, pues la muerte sorprendió a Mozart antes de su terminación. Se presentaba así la gran interrogante: ¿quién iba a atreverse a imitarlo?, ya que había que concluir la obra y cumplir con lo pactado, debido a que ya se había recibido un adelanto y faltaba otro tanto por pagar a la entrega.

La solución estuvo en convencer al compositor Franz Xavier Sussmayer — amigo y discípulo de Wolfgang— para que terminara la misa, pues existía el antecedente de que este músico había estado muy cercano durante el proceso de creación. Incluso había discutido la mejor forma en que había que terminarla, siendo el propio Mozart quien le comunicara en alguna ocasión los temas y motivos de la orquestación. Una vez completada, se hicieron inmediatamente dos copias. El manuscrito de Sussmayer se envió a Walsegg. Una de las copias fue remitida al editor de Leipzig para que la publicara, mientras que la segunda la conservó para copiar las diferentes partes, después de lo cual, el Réquiem se interpretó por primera vez en un concierto organizado por el barón Gottfried van Swieten, a beneficio de la viuda Constanze, el 2 de enero de 1793 en los salones Jahn.


Tierras patronales de la familia Walsegg en Salzburgo, Austria
Herzog puntualiza que, tras haber recibido la partitura, el conde Walsegg la transcribió entera —como era su costumbre, nota por nota, y pidió que se hicieran las copias correspondientes a las partes. Sin embargo, cuando quiso publicarla, el editor de Leipzig le hizo saber que se le habían adelantado. Finalmente, el 14 de febrero de 1794, en el aniversario de la muerte de la Señora Condesa, se ejecutó la monumental misa en la iglesia patronal de la familia, en María-Schutz del Semmering en Salzburgo, en lo que vendría siendo formalmente la segunda vez que se hubiese interpretado. A partir de entonces, el aristócrata no volvió a hacer uso de la composición.

Tras la muerte del conde —ocurrida en noviembre de 1827— su hermana, la Señora Condesa von Stenberg, vendió la totalidad del archivo musical de su administrador, Herr Laitner, que contenía numerosas obras de gran valor. Posteriormente, en el verano de 1839, falleció en el castillo de Stuppach el secretario de la propiedad señorial, heredando sus bienes a un Magistrado del Tribunal. El legado incluía una pequeña colección de música y, para sorpresa de todos, la partitura manuscrita del Réquiem hasta donde Mozart la había dejado antes de morir. El asunto llegó a oídos de las autoridades de la Corte de Viena, quien dispuso que fuera adquirida por la Biblioteca Imperial Real, donde se encuentra hasta el día de hoy.

Manuscrito autografiado de la Misa de Réquiem K626
Según Deutsch, es posible que Walsegg se haya querido atribuir la autoría de esta gran obra, en virtud de que en anteriores encargos a otros compositores habían múltiples antecedentes de tales maniobras. Piensa que el conde, tal vez un poco demente, viviendo como una especie de caricatura de un gran señor del siglo XVIII, en su hermoso y aislado castillo, con una espléndida vista de las montañas de la región del Semmering, igualmente haya deseado parecer como un gran compositor nato, incomprendido y altruísta, que escribía con enorme facilidad monumentales partituras sin mayor interés que el esparcimiento momentáneo. Sin embargo, sea como fuere, el caso es que a él se le debe la creación de una de las obras sacras más importantes en la historia de la música académica, de imponente majestuosidad y de una profunda capacidad de consuelo, cuyo encargo aterrorizó a un Mozart débil y enfermo, convencido además de que se trataba de su propio Réquiem.





2 comentarios:

  1. Conocía algo, en verdad muy poco, de la verdadera historia del Réquiem. Es una delicia leerlos.

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  2. Qué bonito artículo, en serio que me gusto mucho.

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