"El cumpleaños", Marc Chagall (1915) |
Me había refugiado del aguacero; me
paré bajo el volado de cierta ferretería que estaba en el camino. Las calles
eran arroyos. Había bolsas de basura, pedazos de cartón, ramas de todo tipo se conjuntaban para ir a dar a la
alcantarilla ya tapada.
El día parecía estar en contra mía por tan mala suerte. El vientre me
dolía, todo se juntaba: la lluvia, la pérdida de Heriberto, el llamado
“Andrés”. Nunca había sabido lidiar frente a situaciones así, en las que nada
parece tener sentido o que la frustración llena mi boca y me impide hablar. Más
que hablar, lloraba. Al igual que el arroyo que se lleva todo a su paso, quería
que mis lágrimas arrasaran con las toneladas de pesares. Con la dura carga. Hasta
que la vi venir.
Traía un paraguas llamativo o como diría un amigo “rimbombante”. De
color amarillo fosforescente. Por lo que la distinguí sin problema; ahí, en
medio de una noche de lluvia venía con paso lento, las ráfagas de aire
volteaban el paraguas que sostenía con cuidado. Para cruzar un pequeño espacio
entre dos casas, se quitó los tenis. Sujetándolos con la mano izquierda
mientras que en la otra llevaba el paraguas.
—¿Muy fuerte la lluvia? —dijo al verme, era
la típica persona que te encuentras en una tienda o en una calle y te hace plática.
—Bastante, mira como quedó mi pantalón.
Le señalé unas manchas de lodo que cubrían mi ropa, ya que minutos antes
un automóvil había pasado a toda velocidad y levantó la tierra mojada.
—Hay personas que son imprudentes, pasan hechos un rayo sin mirar quien
va. Con actitudes así matan a la gente.
—Sí, no podía tener un peor día, se me juntó todo y este aguacero es la
cereza del pastel. Ojalá calme pronto la lluvia para que regrese a mi depa. Con
estas calles de arroyo es imposible.
Ella me miraba, parecía estudiar mis razones, yo también aproveché para
ponerle más atención y fijarme en los pequeños rasgos que en un primer momento
pasan desapercibidos. Ella, con una ropa casual: pantalón de mezclilla, blusa
blanca con flores rosas dibujadas, unas uñas tan largas que creí eran postizas,
pero no. También cierto aroma a dulce provenía de su cuerpo y que se mezclaba
con el de tierra mojada.
De pronto, el dolor del vientre regresó y traté de ocultarlo con una
cara tranquila. Pero no funcionó, ella estaba atenta a cada gesto que hacía. Y
al mirarme daba la sensación de que contemplaba el vacío, pues su mirada se
mantenía fija, inmóvil, como un pájaro al que se ve parado sobre el árbol.
—Te duele mucho, ¿verdad?, hay mujeres que lo sobrellevan bastante bien
y otras no tanto, tú y yo compartimos la mala suerte de estar entre las últimas.
–Después sonrió.
—Si
gustas —continuó— puedes venir a mi casa, no está tan lejos y tengo pastillas
para el dolor.
La lluvia arreciaba, al ver a aquella chica tan servicial no pude menos
que mirarme a mí misma en otra época donde aún guardaba esperanzas de una vida.
Una época donde me ilusionaba tal vez con casarme, tener hijos. Donde la
palabra amable era el centro de mi atención. Pero ahora todo aquello era un
recuerdo.
Le seguí el juego. Su casa, como dijo, no estaba lejos. Para llegar
había que seguir en la misma dirección en la que nos encontrábamos, sólo
tuvimos que dar la vuelta al edificio de la ferretería y cruzar una calle
donde, por la altura respecto del piso, no corría el agua en grandes
cantidades.
Ella caminaba guiando cada paso. Me dio cobijo bajo su paraguas
llamativo y, juntas cruzamos tomadas de la mano el pequeño arroyo hasta llegar
a su hogar. Al entrar, tuve la impresión de ya haber estado ahí antes, un Deja vu como se diría. Pero no era así,
en realidad lo que yo tuve fue un recuerdo de casa. De la casa de mi madre.
Supuse que tenía que ver con las cortinas de flores, el sofá café y las tacitas
blancas en la alacena de cristal transparente.
Estaba lo más cómoda posible, ella me ofreció galletas y café. Acepté
con gusto su gesto de amabilidad. En la intimidad de la noche, con su compañía
y el de las galletas, contamos anécdotas sobre días lluviosos. Atrás había
quedado sepultado el dolor de la ruptura con Heriberto, quien asomó a mi cabeza
por pura casualidad.
Nunca me había sentido así en casa ajena, quizá el clima afectaba mi
ánimo, quizá mi mente quería evadir cada pensamiento del día. Gracias a las
pastillas que me dio, calmé la ansiedad que me provocaba el dolor que hasta
ahora venía en ascenso.
Por mera fisiología le pedí permiso para ir a su baño. Al llegar me
llevé una sorpresa, el retrete era de un blanco inmaculado; el piso relucía en
un brillo que recordaba un espejo, consideré que esto era porque le gustaba
tener todo en orden, pero después al tocar la bañera y el lavabo sentí que
estaba más limpio que yo misma. Tuve pena de sentarme en el retrete y derrumbar
ese orden perfecto e inasible. Quería papel. Ella me gritó que lo iba a
encontrar detrás del espejo, reí para mis adentros, al imaginarme ser una
Alicia. De nuevo, al abrir aquel lugar secreto me asaltó un orden cuidadoso,
bastante generoso en su distribución. Cada línea de accesorios coincidía con el
anterior, éstos iban desde pastillas para diversos males como la fiebre o la
gripe hasta artículos de belleza: cremas, brochitas para el maquillaje.
Esa situación me mareó, debí alejarme de inmediato pues ya no soportaba
ver aquello que me confundía. En toda casa debe haber desorden, manchas en
ciertas paredes, algún objeto tirado, polvo o telarañas en los rincones pero… y
aquí quiero detenerme a aclarar, no es que no hubiera nada de eso, sino que era
el mínimo lo que se mostraba.
Al regresar a su lado la noté cambiada, más alegre, como si todo le
diera risa. Me acordé que ese era uno de los efectos de la Mariguana. En el
pasado había consumido grandes dosis de aquella planta y por eso la reconocía
en otros. Pero me sentí contrariada al no notar el aroma característico que,
por ser tan fuerte es difícil de que pase desapercibido. Entonces caí en la
cuenta de que había consumido a través del té. Por alguna razón, no notaba en
mí los efectos de la droga. Por el contario todo era normal. Ella se me
acercaba cada vez más, tocaba mis manos, se recostaba en mis hombros, jugaba
con mi pelo. Estaba tan cariñosa.
Después supe que en mi taza vertió algo distinto. Comencé a sentir
cierta humedad entre las piernas, una reacción esporádica a sus insinuaciones. Un
mareo dio paso a unas ganas de vomitar, quise ir al baño pero sabía que si lo
hacía me iba a ir con la cara contra el suelo. Ella se me juntaba más, su aroma
a dulce me alivió un poco. Seguido a esto tomó mi mano y le dio pequeños
besitos hasta subir a mi antebrazo. Era una gata que me daba cariño, y esto no
es metáfora, escuché su imitación a ronroneos. En su cara apareció una
sonrisita burlona. Poco a poco fui dejándome llevar por su cariño. Al subir a
mi cuello, mi cuerpo se estremeció, había dado en un punto sensible de mi
cuerpo.
La humedad crecía y era necesario responder a sus besos. En mi cabeza
sonaba esa vocecita que decía: “no le hagas caso, tú eres hetero”. Todo iba
demasiado bien, realmente demasiado, porque estuve a un instante de
corresponder un beso; y era cuando, tal vez por inercia, su mano llegó a mi
pierna derecha y subía con lentitud, mientras que la otra desabrochaba mi
blusa. Fue entonces cuando vomité.
Los arrumacos se terminaron de un tajo. Me volteo a ver con ojos de
horror, como si hubiera cometido algún crimen. En sus manos escurría el líquido
de mi estómago. El sofá, el piso, parte de su falda también fueron salpicados. De
un impulso se levantó y me tomó de la blusa, me jaló hasta la puerta de su
casa, caminaba a trompicones. Lo único que dijo al llegar fue “lárgate”. Afuera,
la lluvia aún no se calmaba. Y yo no sabía qué hacer. Un taxi que iba pasando
se detuvo, el taxista se apiadó de mi suerte para llevarme a mi casa. El
vehículo travesó con dificultad las calles de agua y tierra.
Había roto su peligrosa armonía, su insólita cadencia de objetos. No fue
sólo el verter sobre ella el líquido de mis entrañas sino que también rompí con
lo que hasta ahora llevaba construyendo. Con esa amalgama perfecta.
Estuve por muchos días obsesionada con el recuerdo de aquella noche, con
mi impertinencia, mi tontería. Porque, ¿quién, hoy en día, se detiene para ofrecer
ayuda o su casa para sacarte de un embrollo? darte una mano en mitad de la noche,
con la lluvia cayendo a cántaros. Por eso, pensé que lo conveniente o lo mínimo
que podía hacer era pedirle disculpas. Anduve hasta su hogar. Las calles aún se
notaban húmedas, ya que la lluvia continuaba por ratos. De lejos, la vi en su
entrada, al parecer iba de salida. Llevaba un vestido amarillo, algo escotado y
con el cabello pintado de rosa. Aunque había visto en el pasado chicas de
vestimenta extraña y de raro comportamiento, ella reunía en sí misma todo lo
notado en otras y más. Sé que me miró, por eso se hizo la desubicada, al
notarlo quiso irse a prisa por la dirección opuesta de donde yo venía. Corrí
para alcanzarla y lo logré.
—Perdóname. No me fue mi intención, estaba mareada, el dolor en el
vientre también influyó. No quise hacerte esto, por favor, oye lo que te digo.
Por lo que hiciste, por lo que hiciste
por mí te considero una hermana del alma. Déjame libre de este recuerdo.
Para mi sorpresa ella respondió diciéndome: me gustas. Te había estado siguiendo por semanas, aquella noche tuve
mucha suerte en verte bajo esa condición.
Quedé impactada ante semejantes palabras. Era yo quien iba a pedirle
disculpas y al parecer ella era quien me las estaba dando. Surgieron preguntas
en mi cabeza, ¿Cómo es que me seguía? ¿Y por cuánto tiempo? ella dijo que por
semanas ¿realmente soy tan tonta? Estos datos resonaban poniéndome inquieta.
Fue entonces cuando llegó su explicación.
—Déjame dejarte el asunto lo más claro posible. Hace tiempo, caminando
por la calle, te vi. Tú ibas del lado opuesto de la acera, llevabas un bolso
negro; ibas de la mano de un hombre. Pero aunque estaban juntos noté la
distancia que él imponía ante ti. Lo miré distraído, poniendo más atención a lo
que sucedía en su cabeza que a ti.
Por otro lado, cuando más cerca estabas mejor veía lo bella que eras.
Las mujeres delgadas han tenido desde siempre mis atenciones. Llevabas un
caminar de rubia. Una se fija en los detalles. Así, comencé a seguirte. Los
primeros días fueron los más complicados, puesto que en la mayoría de las
ocasiones estaba ese hombre odioso. Después, salías sola y con el bolso más
ceñido a tu cuerpo, caminabas con desconfianza, mirando en todos rumbos. Con
esto se pensaría que andabas más atenta, pero no, igual que aquel hombre no
dabas con la realidad. En ti se manifestaba viendo a todos lados como si
buscaras algo.
Aquella noche, cuando nos encontramos, te seguía. Aún en medio de la
lluvia te seguía. Mi corazón iba fuerte, tan fuerte al notar que ibas cerca de
mi casa. El aguacero te atrapó para llevarte hasta mí.
Seguido a esto sacó una rosa de su bolsa. La tenía algo aplastada pero
aún guardaba su olor y su belleza.
—Mira, la flor, a pesar de estar maltratada guarda el esplendor de su
ser. Como si esperara a ser vista por última vez antes de morir. Te la
obsequio.
Entonces la vi acercarse cada vez más, sus labios, teñidos de rosa daban
la impresión de ser chicles. Yo me hacía para atrás, apartándola. Sus largas
uñas parecían que me alcanzaban. Parecía una araña que me jalaba con sus patas.
Mira —Dijo, señalando un edificio— aquel es un hotel, vamos a pasarla
bien. Yo invito. No tienes porqué sentirte incómoda. Si no te gusta sólo
olvídalo y ya.
Me tomó de la mano. Arriba un hombre se asomaba desde su ventana, nos
vio entrar juntas, con las manos entrelazadas.
José de Jesús López Avendaño nace el 18 de abril de 1994 en la ciudad de Salina Cruz, Oaxaca. Es pasante de la Licenciatura en Lengua y Literatura Hispanoamericanas por la Universidad Autónoma de Chiapas (UNACH).
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Sobre el autor:
José de Jesús López Avendaño nace el 18 de abril de 1994 en la ciudad de Salina Cruz, Oaxaca. Es pasante de la Licenciatura en Lengua y Literatura Hispanoamericanas por la Universidad Autónoma de Chiapas (UNACH).
Ha sido ganador del 2° concurso de cuento No oyes contar un cuento organizado por la UNACH. Obtuvo una mención honorífica en el II concurso Regional de Literatura: Apassionata. Ha publicado en diversas revistas literarias, entre las que destacan Ícaro, Retrúecano, Monolito, Claroscuro, Casa Negra/cine, Letra Suelta. Fue coeditor de la revista literaria Claroscuro.
Sus textos han sido antologados en Memoria en blanco en 2018 y Apassionata: literatura motelera contemporánea en 2019.
Asistió a los talleres de creación literaria de Eduardo Antonio Parra, Mauricio Molina, Liliana Blum, Mario Bojórquez, Glafira Rochay Renee Acosta. Fue becario para asistir al taller de literatura realizado en el marco del Festival Interfaz Signos en movimiento.
Asistió a las actividades académicas de los Coloquios Cervantinos Internacionales XXV y XXVI . Fue participante en el festival cultural La hojarasca en sus ediciones II y IV.
Cursó un diplomado en Creación literaria por parte del Instituto Nacional de Bellas Artes (INBA).
Siento decirlo, pero la redacción es terrible. La historia no esta mal, pero desmerece el que no se manejen los tiempos uniformemente.
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