Por: José L. Avendaño
Don Quijote de la Mancha, Gustave Doré |
Por
cierto, maestro, tal vez le moleste que le describa a la muchacha con palabras
tan mediocres
Junichiro Tanizaki, Cuentos de amor.
La obra capital de Cervantes El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, ha constituido un muestrario de universalidad en donde todos los temas y situaciones humanas tienen cabida; a grado tal que, tras su publicación, pareciera que autores subsecuentes sólo los han reformulado una y otra vez, variando únicamente los ambientes donde se desarrollan, o bien, los nombres de los personajes. Al respecto, el crítico estadounidense Harold Bloom comenta que: es la primera y mejor de todas las novelas, aunque sea más que una novela. Esto resulta evidente en tanto que la obra sobrepasa a casi cualquier novela escrita posteriormente. Es de destacarse que la díada Sancho-Don Quijote encarna una de las más entrañables parejas de la literatura, sin olvidar la de Aquiles y Patroclo —una amistad virtuosa y erótica al mismo tiempo de acuerdo a los patrones culturales manejados por el pueblo griego—; pasando por la muy solemne y profesional de Sherlock Holmes y Watson, según los personajes diseñados por Sir Arthur Conan Doyle; y hasta la dispar, pero finalmente fraternal pareja retratada por Thomas Pynchon en Mason y Dixon.
Podemos considerar que la excelencia de esta obra —genuinamente caballeresca y cortés— radica básicamente en su construcción. Diseñada como un cúmulo de historias dentro de otras historias, asemeja a las Mil y una noches al tiempo que le rinde culto. El tema eje son las andanzas de Don Quijote, quien toma la decisión de emprender una serie de aventuras a partir de que su mente confunde el mundo de los relatos de caballerías con una pretendida realidad haciendo un todo fantasioso en donde, de todas, la más persistente y obstinada es la de Dulcinea del Toboso, una Dama por la cual el caballero de la triste figura siente una particular impresión semejante a la de una revelación mística:
Podemos considerar que la excelencia de esta obra —genuinamente caballeresca y cortés— radica básicamente en su construcción. Diseñada como un cúmulo de historias dentro de otras historias, asemeja a las Mil y una noches al tiempo que le rinde culto. El tema eje son las andanzas de Don Quijote, quien toma la decisión de emprender una serie de aventuras a partir de que su mente confunde el mundo de los relatos de caballerías con una pretendida realidad haciendo un todo fantasioso en donde, de todas, la más persistente y obstinada es la de Dulcinea del Toboso, una Dama por la cual el caballero de la triste figura siente una particular impresión semejante a la de una revelación mística:
Descripción semejante asombra al lector, pues pareciera ser que en Dulcinea recaen todos los aspectos y virtudes de la belleza renacentista sin dejar de lado un cierto dejo de pudor en sus palabras. La cita continúa magnificando aquel amor cortés que Don Quijote manifiesta por la Dama: Y las partes que a la vista humana encubrió la honestidad son tales, según yo pienso y entiendo, que sólo la discreta consideración puede encarecerlas, y no compararlas. La hechicería o magia —presupone Don Quijote— es la culpable de que su amada no aparezca atractiva a los ojos del otro. No obstante, esta enigmática mujer no es otra que la moza Aldonza Lorenzo, una simple campesina antitesis de los cánones de belleza de la época y que Sancho identifica como la Dulcinea de su señor. No obstante, para el caballero andante, Aldonza simboliza a aquella dama perfecta, pura y a la cual debe encomendarse, hasta convertirla en el motor impulsor de todas sus venturas. Como no podía ser de otra manera, esta antinomia entre Aldonza Lorenzo y Dulcinea del Toboso origina en el lector un espectáculo irónico implica una visión dualista del mundo de Don Quijote: aquel generado por la lectura de novelas caballerescas y, por otra parte, el que arroja la percepción de una pretendida realidad.
El escritor y filósofo italiano Umberto Eco —hablando del amor cortés durante la época medieval—, define lo que sería una de sus características: la contraposición entre belleza exterior e interior, lo cual presupone un tema recurrente en la literatura de aquel período. Consecuentemente, la fugacidad de la belleza terrenal se advierte siempre con un sentimiento de melancolía en tanto que es meramente efímera. Sin embargo, la obra de Cervantes a la que nos referimos rompe con cualquier concepto de belleza al dar paso a una suerte de ilusión que hace que quien la lea acepte que Aldonza es bella sólo porque Don Quijote lo dice; sin que por ello el caballero deje de extrañar su ideal creado, ni de expresar un dejo de melancolía por aquella amada Señora que ha sido transformada.
Notemos además que Alonso Quijano para sentirse un caballero andante debe tener en todo momento una Señora dueña de sus pensamientos por la cual pelear, además de atributos como el de ser acompañado por un escudero y velar las armas en un altar, entre muchos otros. Pero no perdamos de vista que Don Alonso —nos lo advierte Cervantes desde un principio— es en realidad una mimesis del arquetipo de caballero que se detalla en sus libros, pero dotado además de una peculiar melancolía que se confunde con la tristeza. De sobra está decir que notamos aquí un cierto retorno al concepto de melancolía a la usansa griega clásica, en donde suele aparecer como compañera inseparable de la tristeza, siendo entonces Don Quijote su representación prototípica: su triste figura es el ejemplo de ello. ¿Qué implica la melancolía? Ibn Dawud en su Libro de la flor describe algunos de sus síntomas: Primero aparece el gradual debilitamiento del cuerpo, luego el creciente aislamiento de la víctima por un pensar solitario y, por último, la idea fija que cautiva la mente, culminando en una locura enfermiza que lleva a la muerte. Es decir, en todo, tal pareciera ser que se nos describe a Don Quijote y la serie de pasos que lo llevaron a su desenlace.
Señalemos desde ahorita que La Dama del Quijote —Dulcinea— no existe mas que en su imaginación. De hecho, Sancho Panza apenas conoce a Aldonza Lorenzo de oídas, lo que origina un mayor desconcierto en tanto que el amor manifestado hacia ella es un amor platónico y que solo vive en el mundo de las ideas del Caballero. Es su creación y al mismo tiempo su reflejo, pues en ella distingue todo lo que los libros de caballería le han enseñado. A este respecto, podemos decir sin temor a equivocarnos que cierto es que Cervantes creó un obra magnánima en donde la ironía nos acompañará durante toda la novela, siendo las conversaciones y anécdotas entre Don Quijote y Sancho la columna vertebral de la obra. Así pues, será gracias a la carta que Don Alonso dirige a Dulcinea, que Sancho se entera de quien es ella y, tras saber quiénes eran sus padres, está al tanto que Don Quijote le ha mentido o engañado. Consecuentemente, procede con una acción semejante y proporciona al Caballero otra misiva —obra de su propio pensamiento e inventiva— que en todo lo dejará satisfecho. Luego, no debemos perder de vista que conforme transcurre el relato, Dulcinea se convierte paulatinamente en un mito prefabricado —una fábula— que se ubica en el centro de los pensamientos e imaginaciones del Quijote. Los molinos son gigantes que se pueden esfumar, pero no así su convicción por ella: Yo imagino que todo lo que digo es así, sin que sobre ni falte nada, y píntola en mi imaginación como la deseo, así en la belleza como en la principalidad (I,25).
Es con el pasaje de las labradoras —que Sancho representa como Dulcinea y sus damas— que la ficción se torna más ingeniosa, pues mientras que Don Quijote ve en ellas a simples campesinas que van de paso, el escudero defiende la idea de que entre ellas se halla Dulcinea. Ante esto, el caballero andante se hace creer que un encantador les está siguiendo y que ha nublado su vista haciéndole imposible el reconocer a su Señora. Al respecto, Erich Auerbach —filólogo y crítico literario alemán— puntualiza y comenta sobre esta escena: Aparecen trocados los papeles: hasta ahora, había sido Don Quijote el encargado de captar y transfigurar a través del prisma de la novela caballeresca las realidades de la vida diaria con las que topaba a cada paso (…) es Sancho quien improvisa una escena caballeresca.
Más adelante, la mentira del fiel escudero cobrará verdad cuando, hallándose ambos en la cueva de Montesinos, Don Quijote ve a su amada convertida en una zafia labradora. El simple adentrarse en aquel lugar otorga a la imaginación del Caballero el poder de la incertidumbre; por lo que es sacado dormido y, tras despertar, relata haber visto y comprobado lo que ya le había explicado Sancho: que Dulcinea está encantada.
Finalmente, cabe mencionar que esta transformación que sufre la figura de Dulcinea a través de la obra constituye simbólicamente la historia de un fantasma. En efecto, se habla tanto de ella, que hasta podemos considerarla uno de los tres personajes principales no obstante que ni siquiera tiene una participación activa en la obra. En efecto: durante el transcurrir de la novela se le describe y se la menciona de continuo, obsesivamente si así se quiere, pero nunca se nos narra un pasaje en donde ella haya tenido una aparición formal. A pesar de todo esto, la efigie de Dulcinea es fundamental en tanto que es un ideal que ronda la novela: una ficción que Don Quijote crea y que Sancho continúa. Notemos entonces que aquella Dama que reúne todos los atributos de belleza no puede tener una participación objetiva porque hacerlo sería equivalente a disminuirla en cuanto un ideal. Un hipotético diálogo entre El Caballero y Dulcinea tal vez habría constituido la recompensa más grande que el lector de Cervantes hubiese podido tener, pero construir dicha conversación habría hecho de ella, de La Dama, una simple e hirsuta campesina...
El escritor y filósofo italiano Umberto Eco —hablando del amor cortés durante la época medieval—, define lo que sería una de sus características: la contraposición entre belleza exterior e interior, lo cual presupone un tema recurrente en la literatura de aquel período. Consecuentemente, la fugacidad de la belleza terrenal se advierte siempre con un sentimiento de melancolía en tanto que es meramente efímera. Sin embargo, la obra de Cervantes a la que nos referimos rompe con cualquier concepto de belleza al dar paso a una suerte de ilusión que hace que quien la lea acepte que Aldonza es bella sólo porque Don Quijote lo dice; sin que por ello el caballero deje de extrañar su ideal creado, ni de expresar un dejo de melancolía por aquella amada Señora que ha sido transformada.
Notemos además que Alonso Quijano para sentirse un caballero andante debe tener en todo momento una Señora dueña de sus pensamientos por la cual pelear, además de atributos como el de ser acompañado por un escudero y velar las armas en un altar, entre muchos otros. Pero no perdamos de vista que Don Alonso —nos lo advierte Cervantes desde un principio— es en realidad una mimesis del arquetipo de caballero que se detalla en sus libros, pero dotado además de una peculiar melancolía que se confunde con la tristeza. De sobra está decir que notamos aquí un cierto retorno al concepto de melancolía a la usansa griega clásica, en donde suele aparecer como compañera inseparable de la tristeza, siendo entonces Don Quijote su representación prototípica: su triste figura es el ejemplo de ello. ¿Qué implica la melancolía? Ibn Dawud en su Libro de la flor describe algunos de sus síntomas: Primero aparece el gradual debilitamiento del cuerpo, luego el creciente aislamiento de la víctima por un pensar solitario y, por último, la idea fija que cautiva la mente, culminando en una locura enfermiza que lleva a la muerte. Es decir, en todo, tal pareciera ser que se nos describe a Don Quijote y la serie de pasos que lo llevaron a su desenlace.
Señalemos desde ahorita que La Dama del Quijote —Dulcinea— no existe mas que en su imaginación. De hecho, Sancho Panza apenas conoce a Aldonza Lorenzo de oídas, lo que origina un mayor desconcierto en tanto que el amor manifestado hacia ella es un amor platónico y que solo vive en el mundo de las ideas del Caballero. Es su creación y al mismo tiempo su reflejo, pues en ella distingue todo lo que los libros de caballería le han enseñado. A este respecto, podemos decir sin temor a equivocarnos que cierto es que Cervantes creó un obra magnánima en donde la ironía nos acompañará durante toda la novela, siendo las conversaciones y anécdotas entre Don Quijote y Sancho la columna vertebral de la obra. Así pues, será gracias a la carta que Don Alonso dirige a Dulcinea, que Sancho se entera de quien es ella y, tras saber quiénes eran sus padres, está al tanto que Don Quijote le ha mentido o engañado. Consecuentemente, procede con una acción semejante y proporciona al Caballero otra misiva —obra de su propio pensamiento e inventiva— que en todo lo dejará satisfecho. Luego, no debemos perder de vista que conforme transcurre el relato, Dulcinea se convierte paulatinamente en un mito prefabricado —una fábula— que se ubica en el centro de los pensamientos e imaginaciones del Quijote. Los molinos son gigantes que se pueden esfumar, pero no así su convicción por ella: Yo imagino que todo lo que digo es así, sin que sobre ni falte nada, y píntola en mi imaginación como la deseo, así en la belleza como en la principalidad (I,25).
Es con el pasaje de las labradoras —que Sancho representa como Dulcinea y sus damas— que la ficción se torna más ingeniosa, pues mientras que Don Quijote ve en ellas a simples campesinas que van de paso, el escudero defiende la idea de que entre ellas se halla Dulcinea. Ante esto, el caballero andante se hace creer que un encantador les está siguiendo y que ha nublado su vista haciéndole imposible el reconocer a su Señora. Al respecto, Erich Auerbach —filólogo y crítico literario alemán— puntualiza y comenta sobre esta escena: Aparecen trocados los papeles: hasta ahora, había sido Don Quijote el encargado de captar y transfigurar a través del prisma de la novela caballeresca las realidades de la vida diaria con las que topaba a cada paso (…) es Sancho quien improvisa una escena caballeresca.
Más adelante, la mentira del fiel escudero cobrará verdad cuando, hallándose ambos en la cueva de Montesinos, Don Quijote ve a su amada convertida en una zafia labradora. El simple adentrarse en aquel lugar otorga a la imaginación del Caballero el poder de la incertidumbre; por lo que es sacado dormido y, tras despertar, relata haber visto y comprobado lo que ya le había explicado Sancho: que Dulcinea está encantada.
Finalmente, cabe mencionar que esta transformación que sufre la figura de Dulcinea a través de la obra constituye simbólicamente la historia de un fantasma. En efecto, se habla tanto de ella, que hasta podemos considerarla uno de los tres personajes principales no obstante que ni siquiera tiene una participación activa en la obra. En efecto: durante el transcurrir de la novela se le describe y se la menciona de continuo, obsesivamente si así se quiere, pero nunca se nos narra un pasaje en donde ella haya tenido una aparición formal. A pesar de todo esto, la efigie de Dulcinea es fundamental en tanto que es un ideal que ronda la novela: una ficción que Don Quijote crea y que Sancho continúa. Notemos entonces que aquella Dama que reúne todos los atributos de belleza no puede tener una participación objetiva porque hacerlo sería equivalente a disminuirla en cuanto un ideal. Un hipotético diálogo entre El Caballero y Dulcinea tal vez habría constituido la recompensa más grande que el lector de Cervantes hubiese podido tener, pero construir dicha conversación habría hecho de ella, de La Dama, una simple e hirsuta campesina...
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Sobre el autor:
José de Jesús López Avendaño nace un 18 de abril de 1994 en la ciudad de Salina Cruz, Oaxaca. Cursa la carrera de Lengua y Literatura Hispanoamericanas en la Universidad Autónoma de Chiapas (UNACH).
Ha publicado en la revista literaria Monolito; en la revista Claroscuro; en la gaceta Letra suelta (UNACH); la revista virtual Mimeógrafo.
Fue participante en el festival cultural La hojarasca en su edición del 2015 y asistió a los Coloquios Cervantinos en sus ediciones XXV y XXVI.
Actualmente, cursa un diplomado en Creación literaria por parte del Instituto Nacional de Bellas Artes (INBA).
José de Jesús López Avendaño nace un 18 de abril de 1994 en la ciudad de Salina Cruz, Oaxaca. Cursa la carrera de Lengua y Literatura Hispanoamericanas en la Universidad Autónoma de Chiapas (UNACH).
Ha publicado en la revista literaria Monolito; en la revista Claroscuro; en la gaceta Letra suelta (UNACH); la revista virtual Mimeógrafo.
Fue participante en el festival cultural La hojarasca en su edición del 2015 y asistió a los Coloquios Cervantinos en sus ediciones XXV y XXVI.
Actualmente, cursa un diplomado en Creación literaria por parte del Instituto Nacional de Bellas Artes (INBA).
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