jueves, 7 de marzo de 2019

Literatura: La espera (relato)

Por: Miriam García


Naturaleza-Muerta-Resucitada (1963) - Remedios Varo

El reloj avanza lentamente, los perros me lo dicen, ¿no los oyes? No dejo de preguntarme dónde estás, hace rato que te mando mensajes al celular y no contestas. El eco de las paredes me reclama tu ausencia, el techo se burla de mí. Trato de no escucharlos, busco por el piso paciencia para seguir esperando. La televisión ayuda a que el tiempo pase más rápido, la pantalla está negra, un instante después una pareja de caricatura discute con nuestras voces: “Lo siento”, dice la princesa, “ya no te quiero”. El mar nunca antes fue tan oscuro. Él se pone furioso, quiere tomarla por el cuello y apretar hasta que ya no respire, pero no lo hace. “Yo soy un caballero, un Superman, y eso no sería heroico”. Miro mis manos, éstas escurren agua salada mezclada con sangre, no puedo sostener el control remoto, lo arrojo a un lado y cierro los ojos que se me derriten en un desastre de lágrimas negras.

Al levantar la cabeza miro el reloj, las manecillas se ríen de mí con vocecitas de hadas, “son las once”, replican y les doy las gracias. Trato de llamarte, me contesta una voz metálica, “su llamada no puede ser atendida”. Marco de nuevo, pero no logro alcanzar tu voz. Una y otra vez escucho a aquella mujer robot, “su llamada no puede ser contestada”. Yo insisto, ella se vuelve más cínica, “su mensaje será enviado al buzón de asuntos sin importancia”. Imagino la sardónica sonrisa brillante de la grabadora. Me duele tu ausencia, era agradable tener alguien con quien platicar, ¿dónde estás?

Paso los canales de la televisión como un autómata. El encantador de perros canta a un pastor alemán, “te extraño como se extrañan las noches sin estrellas...”, en el siguiente canal los abogados de La Ley y el Orden recitan, “...como se extrañan las mañanas bellas...”, en el History Chanel hablan de de contactos alienígenas con la humanidad primitiva, se muestra una imagen de un hombre junto a un alíen al que le canta, “...no estar contigo, por Dios que me hace daño...”. Cambio el canal. Jack se está helando, le dice a Rose que la ama y que pueden ser felices, ella con tristeza solo contesta, “estás enfermo y necesitas ayuda profesional. Perdóname, no puedo hacer nada por ti” y lo deja hundirse en el océano. “¡Paciencia!”, exclama la alfombra justo en el punto en el que una vez tú y yo hicimos el amor, “aún te ama, ya verás que vuelve”. Observo los mensajes del celular, he mandado tantos pero tú no te dignas a contestarme.

Todo el aire se pinta con los colores rosas y amarillos de la música del celular, son tan bonitos. Me abalanzo a contestar, pero no eres tú, suena como a alguien que se equivocó de número. Le cuelgo sin hablar. Me levanto furioso a disipar los colores que aún flotan en el aire. Maldita tonada rosamarilla. La atmósfera vuelve a recuperar la incoloridad del silencio, debe permanecer así hasta que tú marques.

En mi mente pasa nuestra película. Un chico tiene una amiga, la chica es dulce. Ellos se entienden y se enamoran. Él es un poco excéntrico, quiere arreglar el mundo. A ella al principio todo le hace gracia, luego llega a asustarse de él, no tanto de sus acciones cuando toma parte en movimientos que buscan justicia, como de su miedo a los números y a las voces que ella no escucha. Ella dice que él es demasiado radical, pero sobre todo que está enfermo. Se marcha y amenaza con llamar a otros para que vayan por él y lo controlen. No entiende lo importante de su misión.

De nuevo me pregunto dónde estás, miro el reloj, son las tres de la mañana y sigues sin contestar. Quizá se te cayó el celular al escusado y lo tienes secándose junto a la ventana. “A lo mejor se le agotó la batería”, dicen los perros. Les creo, ellos lo saben todo, siempre están juntos en las buenas y en las malas. Esto me hace pensar, tú prometiste estar conmigo siempre, ¿lo recuerdas? ¿Es que acaso fue mentira? Por Dios, dime que no es cierto, que me extrañas tanto como yo a ti y que vas a volver. “Alguien no ha acicalado a su hombre, una princesa que conozco”, dicen los números del calendario y el doce me apunta a la cara. Creo que me estoy convirtiendo en perro, porque hay pelo escurriendo de mi barbilla. ¿Y si no me gusta ser un perro? ¿Y si una vez que me convierta ya no puedes reconocerme? “¡Por favor vuelve!”, te suplico en el celular, “me haces tanta falta, no le hagas caso a los números, ya sabes que son muy criticones. Aquí te espero con el jabón y el rastrillo para que me rasures y me conviertas de nuevo en humano, como hiciste tantas veces en el pasado”. Vuelvo a marcar tu número, la voz robótica dice, “saldo insuficiente”, lo repite como un mantra, con los labios pintados de rojo, ladeando la cabeza al tiempo que esboza una mueca como de Barbie pasando recado.

Van a venir por mí, sé que hay una conspiración para atraparme. No quiero que nadie se me acerque más que tú. Tal vez deba brincar en mi Rocinante y galopar lejos, donde nadie pueda hallarme, pero ¿y si en eso tú regresas y no me encuentras? No, lo mejor será que espere aquí mismo. No puedo dormir, temo que llegue la mañana, pero el reloj ha decidido moverse tan rápido. ¿Dónde estás? “Paciencia”, repite la alfombra, “ya verás que regresa”.

El sol ha salido, alguien llama a la puerta. Ansioso, corro a abrir. No eres tú, es algún pariente, creo mi hermano, junto con hombres vestidos de blanco. Ya es tarde para huir en Rocinante. ¿Qué debo hacer? ¿Luchar acaso? Los perros no contestan. Derrotado y envejecido, me dejo guiar. Me hacen preguntas que no contesto porque yo ya no sé nada, solo sé que te extraño.


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