Para entrar,
tocar tres veces
hasta que la puerta
de madera oscura,
siempre pesada,
se abra lentamente.
Para quedarse,
llegar a tiempo.
Justo cuando el sol
se posa entre los árboles
para luego posarse también
sobre las paredes,
entre las palabras.
Impregnarse entre las cortinas y
en las manchas del suelo,
en el rodar de las gotas
que resbalan lentas
sobre el vidrio cuando llueve.
Para abrir,
cerrojos invisibles de cajas.
Como de música,
como de mar,
como de sueños.
Aprender la extraña lengua
venida del silencio
Para convertirse en un sitio,
como una canción o una mirada,
tejer largos caminos.
Invisibles a pleno día
que lleven de vuelta
a la seguridad de un refugio
que está en todas partes.
Para entrar,
tocar tres veces
enmedio de la cristalina luz
que desparrama el sol entre los árboles.
Decires silencios,
que lentos resbalan sobre los vidrios
y aletean como pájaros
sobre las oscuras puertas.
Hasta que el incierto tic tac
de la caja de sueños
dé a luz mariposas blancas, canciones,
y un poema algo triste,
algo alegre,
que se parezca a un Monet
visto a través de una gota de lluvia.
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