jueves, 22 de noviembre de 2018

Poesía: Las licencias del amor

Por: Rigardo Márquez Luis


L'Amour et Psyché, enfants (1890) - William-Adolphe Bouguereau


Sin los catalejos de la moral,
la carne en el vicio se amolda.
En el camposanto de la piel,
florece el vino del placer.

No es para cobardes el libertinaje,
ni para los incautos merodeadores.
Obra en gozo el que truena y ejerce,
como el que llueve y obedece.

Hay consignas para el hipócrita,
el soñador arguye una nueva jornada.
La pasión se folla al yo pecador,
aunque se santigüe en el orgasmo.

Ya sea en el pecado original,
o en la tentación puberal.
Yace la naturaleza primigenia,
que ni la evolución logró maquillar.
De vez en cuando un alma,
desciende desde Babilonia.
para embellecer la crudeza
del universo sexual.

A veces Sodoma reencarna,
en la tinta de un artista,
que a su erómeno inmortaliza,
con el retrato en venia.

La lujuria debe ser salvaje,
arder en el veneno infame.
La saciedad es excusa del egoísta,
no hay peor castigo que un
lecho sin demencia.

Seré afrodisiaco mientras me leas,
tiembla por el huracán de mi palabra,
siente mi infierno en tu vergüenza,
descendiendo hasta hacerte llovizna,
reescríbete con tus dedos que son mi lengua,
dibuja mi nombre con degeneración
en la obertura de tus labios fluviales.

Anda y licencia las raíces de lo prohibido,
muere en lo fugaz de estas líneas.
Ya que ese secreto que degustas en soledad,
yo mismo le he hecho el Dios de mi vida diaria.



lunes, 12 de noviembre de 2018

Literatura: Una noche con Sartre (relato breve)

Por: Dadániel Jackson





Distante y abatido fui al último refugio que los patéticos sin rumbo usamos para lamernos las heridas: la casa de nuestros padres. Fue tal vez un momento de flaqueza, pues en estos días sentía que me dolía todo y no encontraba algo más de qué quejarme.
Habiendo abandonado hace algún tiempo lo que fue mi hogar, resultaba natural el que ya no hubiese una alcoba destinada especialmente para mí. Así que, como el perro de la casa, intenté dormir en el sillón de la sala.
Una o dos horas antes de que el sueño me abatiera, allí estaba yo, zapeando con el control remoto la televisión sin esperanza de encontrar algo que me distrajera. Recordé entonces a Sartre, pero no traía ningún libro de él. Así que busqué en Google algún PDF para leer un poquito de La náusea, pero en lugar de escribir “náusea” después de la palabra "Sartre", escribí por error un conjunto de letritas random que arrojó una frase inexistente.
Fue entonces que conocí a Charlotte Sartre...
Un click y estaba en una página porno viendo cómo a una mujer con la palabra “náusea” tatuada justo bajo su pecho, era penetrada y sodomizada por otra de igual condición junto a un semental también tatuado. Su aspecto era la de una joven de rasgos finos, cabello negro y ese fleco que muestra aquel rasgo de falsa inocencia en las chicas.
Hacía mucho que no veía pornografía, así que me sentí un poco avergonzado conmigo mismo por ello. Pero esto no me detuvo, así que seguí mirando y observé que la muchacha mostraba el tono de piel que se tiene cuando no se sale mucho al sol, es decir: como el de un hermoso parque lleno de nieve. El tipo le daba de nalgadas mientras la penetraba; hasta que sus nalgas, como estrépito de un incendio, se tornaron rojas. Fue entonces que tomó su pene, sometió a la modelo jalándola de su cabello y, como un corto hilo de pescar, eyaculó en su cara. Charlotte, en medio de todo esto, sólo se limitó a sonreír mostrando sus bellos ojos… y en ese punto terminó el vídeo.
Escribí entonces en el buscador su nombre completo, pero sólo encontré más vídeos de la misma índole. No tuve deseos de verlos. Sólo quería una foto de ella: una fotografía de esa mujer con rasgos de cisne y tatuada con la maldición de Sartre. Tampoco dejé de pensar en su rostro por un largo rato.
"Tal vez sea imposible comprender los rostros", pensé, "¿o será acaso está soledad de madrugada la que me hace pensar así? Después de todo, los que vivimos en sociedad aprendemos a mirarnos en el espejo del otro y por eso nos percibimos tal y como los amigos nos dicen que somos".
Miles de preguntas acudieron entonces a mi mente: ¿Cómo me vería yo lejos de esa imagen que me devuelven mis amigos? ¿Y si no son espejos? Y si Charlotte observa esos vídeos en donde la penetran hasta el orgasmo, ¿cómo se verá a sí misma? En su vida cotidiana, ¿se mira más desnuda que vestida?
Miré al techo y lo único que pude hacer fue suspirar, esperando que aquella Charlotte que me acompaño un rato en mi soledad fuera feliz. 
En ese momento logré dormir...




miércoles, 7 de noviembre de 2018

Literatura: ficciones

Por: José Avendaño

Golfish (1911) by Henri Matisse, 140 x 95 cm.

I.Peces rojos

La pintura que llenaría de desconcierto a Sergio Pitol siglos después, Los peces rojos, salía de sus dedos. Cierta ilustración japonesa acompañaba sus días y Hokusai era la inspiración apropiada. Atrás habían quedado los recuerdos de su paso por la abogacía. —Con el arte no se pude discutir, —se repetía a menudo. 
Les fauves... Esta frase que al principio le molestaba repetir, ahora cobraba significado y concluía que todos los hombres eran bestias salvajes: bestias que huyen de su naturaleza. 
Supo que la pintura era ese regreso a la cuna.
Con esta idea en mente se fue a acostar.



II.Punto y línea sobre plano

Nina lo regañaba desde temprano por no ser tan perspicaz. Era el padre de la abstracción, aunque este título pronto sería sólo un recuerdo. 
Por su parte, él siempre pensaba que había algo de espiritual en el arte siendo la libertad el estandarte y, como escudero de Gautier, murmuraba entre dientes: El artista es el sacerdote de la belleza.
—¡Ayyy, por Dios Wassily! —lo amonestó Nina—, deja de decir rarezas y termina ese cuadro para que subas a cenar.
Wassily simplemente se calló...


*****


Sobre el autor:

José de Jesús López Avendaño nace el 18 de abril de 1994 en la ciudad de Salina Cruz, Oaxaca. Es pasante de la Licenciatura en Lengua y Literatura Hispanoamericanas por la Universidad Autónoma de Chiapas (UNACH). 
Ha publicado en la revista literaria Monolito; en la revista Claroscuro; en la gaceta Letra suelta (UNACH)Ha sido ganador del 2° concurso de cuento No oyes contar un cuento organizado por la UNACH. 
Fue participante en el festival cultural La hojarasca en su segunda y cuarta edición, participante también en la  asistió a los Coloquios Cervantinos en sus ediciones XXV y XXVI. 
Cursó un diplomado en Creación literaria por parte del Instituto Nacional de Bellas Artes (INBA).


martes, 6 de noviembre de 2018

Poesía: Mi camino del amor

Por: Elías Enrique Viqueira Lasprilla



Mujeres 4 - Vladimir Volegov


Qué tendrás con lo que andas,
esos que son tus pies,
el camino que dejas atrás,
me dices con ellos que me amas.

Qué tendrán esas plantas,
me enrollo en ellas,
las serpenteo con lengua de dragón,
me abrigan como si fueran mi bufanda.

Ay, esos pies de tierra encantada,
qué tendrán, que no lo sé,
cuando los admiro por las calles
hacen de mi boca agua santa.

Ay, por favor, pies de mi enamorada,
¿por qué los sueño tanto
si son de ella, de mi mujer?
Deseo alabarlos cual Venus casta.

Me pierdo en la nada
por esos dedos de tus pies,
por cada recoveco de sus galanterías,
por ellos, yo doy mi vida en jactancia.

Nunca por ellos serás mancillada,
que dejas tras de ti el paraíso,
flores silvestres, verano inmaculado;
a tus pies van mis rezos y alabanzas.

¿Por qué pisas esta tierra tan deshumanizada
con esas dos eternidades con las que paseas?,
porque yo deseo más que todo
que tus pies caminen por mi alma.

Vuela por mi cuerpo, mente y ansia,
debo limpiar con mis labios
los pies de toda tu existencia,
esos con los que diste tus primeras patadas.

Y después, saboreé en ellos toda tu infancia,
tu adolescencia, tu juventud,
tu madurez y hasta, en el futuro,
poder rogar en ellos la pasión anciana.

¡Dios mío, necesito sus pies, los de mi dama!
Porque soy un mito en ellos,
profecía, leyenda, una historia inmortal
escrita en eso que ella le perfuma a magia.

¡Dios mío, mira que anda por ella España!
Porque no solo toda Europa,
ni los que engendran América,
también nace en sus pies mi Vía Láctea.

¡Dios mío, necesito sus pies, los de mi propietaria!
Porque me hago muerto y vivo,
un orgullo personificado en ellos;
en ellos vivo como las Líneas de Nazca.

¡Dios mío, por qué siento esta pasión desbordada!
Porque mi destino es ser sus pasos,
guiar a mi dulce doncella
con los pies de nuestra saga.

Qué tendrán tus pies, biblia de mi almohada...
Señor, perdona mis blasfemias
porque a veces pierdo la cabeza
por ella: mi mujer sagrada.

© 2018 Elías Enrique Viqueira Lasprilla (Eterno).
España.


jueves, 1 de noviembre de 2018

Literatura: El balcón de la calle Allende (relato breve)

Por: Carlos Morales




En el balcón de la calle Allende, hay un hombre que mira.
Tras una ventana que irrumpe a la calle e interrumpe la vida cotidiana.
Está solo, y no lo está. Hace unos años perdió su querer, y ganó la multitud.
Cada mañana, antes del alba, se prepara, y prepara la masa.
Los huevos, la harina, el costal viejo donde guarda los granos. Ajonjolí.
El calor de la llama y levadura aumentan las ansias.
De lejos, llega el olor.
De lejos, llega la cita, el gorjeo.
Zurean en centenar. Aglutinan la veranda.
Una fachada café, retocada mil veces.
Casa tan vieja como la calle, pues fue la primera.
Y se pinta de negro, de gris, y de blanco.
Rodean la ventana. Caminan en patas. Vienen y van, y vienen y van.
Yo no sé, qué de alegre tendrá alimentarlas.
Gastar tus horas en preparar pan.
Sólo sé que a ella le encantaba. Y yo debo seguir el ritual.





Entremeses Culturales II: José Guadalupe Posada

Por: Arisbeth


José Guadalupe Posada (1852-1913) fue un extraordinario grabador, ilustrador y dibujante mexicano que definió el futuro del arte mexicano retratando la vida en el país durante la Revolución con un corrosivo humor ácido. Entre hambrunas, epidemias y luchas por el poder, este artista logró plasmar su particular visión de México. Un México en el que, tristemente, lo cotidiano y la muerte estaban demasiado cerca.

Sus ideas progresistas lo llevaron a sendas cada vez más críticas que incluían bocetos satíricos que elaboraban una crónica de la vida mexicana de la época o ponían de relieve el sufrimiento de su pueblo bajo el yugo de los grandes terratenientes y caciques, que corrompían la vida política. Y por eso José Guadalupe Posada no caía bien a los poderosos, que lo metieron en la cárcel en más de una ocasión para intentar acallar su voz
—o su mano creadora—. Durante su vida hizo más de 20.000 grabados que podrían clasificarse como expresionistas, en tanto que recrean con extraordinaria imaginación, gran sentido humorístico y profunda capacidad crítica las lacras, miserias y prejuicios de la realidad social y política de su época.

Su obra abarca múltiples temas, entre los que cabría destacar las célebres calaveras o imágenes de ultratumba. La más célebre de estas imágenes no es otra que La Catrina, originalmente llamada La Calavera Garbancera. Y es una genial historia, puesto que Garbancera es la palabra con la que se conocía entonces a las personas que teniendo sangre indígena fingían ser europeos para darse aires porque, en aquél entonces, ser europeo era lo más cool que podía haber.


Originalmente, Posada creó este esqueleto adornado con un sombrero con plumas para satirizar las pretensiones de las mujeres de la clase alta mexicana. Como era de suponerse no se hizo famosa instantáneamente, sino hasta que Diego Rivera la bautizó como La Catrina en su obra Sueño de una tarde dominical en la alameda central. A partir de esta representación, la Catrina tomó fuerza como personaje para el Día de Muertos que se celebra en todo el país y a la cual se le hace relación directa con la burla y la sátira, en donde el mexicano se distingue del folclore por su fiesta y juego hacia el personaje que remite a la muerte, pero también al misticismo.

Como un último apunte, hay que decir que Posada basó su idea de retratar la sociedad como esqueletos vivientes tanto en la cultura milenaria mexicana, como en un género artístico del medievo que trajeron los españoles a México: La Danza Macabra. El tema de estas obras era que la muerte era universal y llegaba para todos sin importar la clase social, la edad o la riqueza.