lunes, 27 de noviembre de 2017

Literatura: Carta de un pedante (Mini ficción)

Por: José L. Avendaño


Newton, William Blake


La siguiente carta fue encontrada en Londres:

Estimados señores

   Se me ha comentado que le darán al insano del alquimista el reconocimiento por parte de vuestras mercedes. Aquel que jugó con el telescopio de Galileo y que se burló en mi cara de mi invento.
   Las personas no se acercan a su hogar, se le tiene por creador de homúnculos y buscador de la piedra filosofal. Es testarudo y huraño —Halley lo visitó hace unos meses y él no le prestó atención, sólo le dijo unas pocas palabras y lo despidió— que se pasa el día mirando manzanas que caen ¡Sí! y el muy simplón se inventó una historia para engalanarse: comparó a la Luna con un alimento.
   He escuchado que ese presdigitador les tiene preparados una presentación sobre los colores. Deseo que no se le tome en cuenta y se me escuche al ser miembro antiguo de este grupo selecto.

Atentamente y con respeto, Robert Hooke

El trozo de papel se halló en los baños de la Royal Society
 

sábado, 25 de noviembre de 2017

Poesía: Mi vida

Por: Luisa Chico


Jacinto García Gasque - El ocaso sobre el río - Acrílico sobre tela (2015)


Mi vida
pinta ya con los colores del ocaso.
No son colores oscuros
opacados o tristes… no.
 Son colores de oro viejo,
luminosos y certeros.

Colores donde el atardecer
se hace grande,
henchido de vida.
 Con la luz justa para transitar
con seguridad y armonía
hollando la recta final
con paso firme, seguro, decisivo
y la vez cadencioso y sutil,
tenue y placentero.

Mi vida pinta ya con los colores del ocaso.
Dame la mano, pinta conmigo.


miércoles, 22 de noviembre de 2017

Poesía: De la locura

Por: Elías Enrique Viqueira Lasprilla


Julio Rodríguez - Eternidad (2010)



Una nube de estrellas
son los ojos del universo,
los tuyos aunque no lo creas,
son los que aman todo mi cuerpo.
 
Cada astro, cada cosmos,
cada secreto,
uno por uno expandido por la vía de Dios,
por los orígenes y átomos del milenio,
por eso que llaman energía,
por eso otro que tachan de selecto,
eso que susurran como nombre monárquico,
extraño y omnipoderosamente perfecto.
 
Se llamará fuerza ecuménica
u origen de mi propio beso,
lo que sí sé es que te amo, mujer mía,
te quiero.
 
Me siento destrozado por lo que es la humanidad,
a veces pienso que ya no tendrá remedio,
pero ¿y qué más da?,
tan solo quiero estar contigo:
mi amor eterno.


© 2017 Elías Enrique Viqueira Lasprilla (Eterno).
España.


lunes, 20 de noviembre de 2017

Literatura: Tiempo dormido (cuento corto)

Por: José L. Avendaño


La persistencia de la memoria, Salvador Dalí.


El muchacho seguía los pasos de su abuelo. Se esforzaba con minuciosidad por embonar cada parte del reloj de bolsillo que tenía enfrente. El procedimiento era cauteloso. Entendía su valor: era más que un objeto, pues había escuchado el latir de su vida. El tiempo estaba encerrado en ese espacio tan pequeño, entre los espirales y los engranes que lo componían.  

Amanecía. Junto a su mesa de trabajo relucía un libro de Spinoza. El muchacho pensó entonces que Dios habitaba en su reloj, pues el tiempo era uno de sus atributos. Con este pensamiento fijó su vista por la ventana. El vendedor de periódicos anunciaba entonces que el siglo daba fin. Un arco iris se posaba en el cielo. Miró hacia su libro... era el Cálculo algebraico del arco iris.

domingo, 19 de noviembre de 2017

Poesía: La muerte no existe...

Por: Adolfo Ángel López Morales


Ilustración: Max Servín


"La muerte no existe, la gente sólo muere cuando la olvidan; 
si puedes recordarme siempre estaré contigo".


¡¡Adivina!!, ella partió un otoño de no sé cuándo,
depresión en su ausencia volvió,
a este universo sin estrellas, ni quimeras;
mis sueños fueron sepultados con ella,
llevándose mi futuro, mis poemas,
y el poco trozo de vida que aún latía en mí.
Ojeras de desvelo brotaron,
que velan de dolor,
en retratos empolvados,
reflejando vidas pasadas,
desembocando un caudal lagrimeante,
cercenando de tajo el “hilo rojo”,
que nos abrazaba hacia la eternidad.
Mi rostro está demacrado,
la ropa sucia y huele mal,
bajé un par de kilos,
no preguntes por nuestro hogar,
es un caos, como la vida sin tus carcajadas;
mucho menos preguntes por mi sonrisa,
pidió permiso para extraviarse en nuestros recuerdos,
recuerdos clausurados por un Dios maquiavélico,
que te alejo de mí, del mundo, de la esperanza.
Me he visto con la necesidad de ser fuerte.
por ella fui Ulises en su abatida Ítaca,
fui Sócrates, y ella mi única certeza,
en un mundo lleno de angustia y dudas,
“solo sé, que no sé nada”,
y en mi nada, daría mi todo nuevamente,
por ser efímero capullo de amor contra el destino.
¡Te quiero! y ¡Te extraño!;
también ¡Te necesito!,
pero ¡aquí!, ¡¡siempre aquí…!!
(apuntando al corazón quebrantado)





viernes, 17 de noviembre de 2017

Literatura: Loop Town (cuento)

Por: Edgar Vázquez

 
El 25 de febrero regresé a mi casa después de un exhaustivo viaje por el pueblo. Abrí la puerta y caminé hacia el sofá que está a unos cuantos metros de la entrada, me saqué los zapatos, los dejé regados sobre la alfombra de lana y a paso muerto llegué a tumbarme sobre el sillón. De la yema de mi dedo escurría una fina gota de sangre a la cual no le tomé la mínima importancia. En ese momento mi único deseo era tomar un chocolate caliente y espumoso, descansar sobre mi amplio sofá y ver la televisión hasta quedarme dormido. Sentí como mis pies agradecían el descanso. De entre los cojines saqué el control remoto, prendí el televisor y me di cuenta que mi programa favorito recién comenzaba, -¡qué suerte!-. Estiré mi brazo para alcanzar mi taza de chocolate que descansaba sobre la mesa, sin embargo, esta se encontraba ligeramente más lejos de lo normal. Habrá sido un error de cálculo –me dije- y me estiré un poco más.
En ese momento, y de una forma inverosímil que sé que usted me tachará de loco, vi como mi pequeña taza roja, mi favorita de entre todas mis tazas, la que tenía una fotografía de mi hermoso Zeus sublimada en sus paredes, se alejaba gradualmente de mis manos. No estaba dispuesto a pelear con mi taza después de tan cansado viaje así que le pedí a mi esposa que me prepara otra taza de chocolate caliente.
    -Cariño, ¿podrías servirme una taza de chocolate, por favor?
La casa estaba muda.
    -Cielito, ¿podrías prepararme una taza de chocolate, por favor?
Y esta vez quien respondió fue mi pequeño Zeus con un ladrido desde los cuartos de arriba.
Desahuciado, giré mi cabeza y al hacerlo me di cuenta que mi taza ya no estaba sobre la mesa. En un esfuerzo sobrehumano, me levanté del sofá y emprendí la búsqueda de mi taza.
Miré bajo la mesa, levanté la alfombra, detrás de los cuadros y relojes, dentro de la lámpara, arriba de los focos, entre los cojines, camuflada en la alacena. Nada.
Tomé la escalera y decidí ver en los cuartos, a la mitad, reflexioné. Me quedé callado para poder escuchar sus pasos que en definitiva serían muy sigilosos.
¡Qué idiota! –Grité después de un tiempo en silencio-
Es obvio que mi taza no puede caminar, de ser así, tendría que balancearse de un lado a otro para poder dar un paso, esto haría que el chocolate en su interior se derramase y la llevaría a una muerte inevitable.
Con el uso de este razonamiento que era por mucho más lógico que el anterior, deduje que mi taza no caminaba sino que se deslizaba a conveniencia.
Como un milagro, mis astigmáticos ojos lograron percibir un tenue movimiento, era un pequeño punto rojo que se deslizaba a gran velocidad por el pasillo que conduce a la salida, al llegar a la puerta se recargó sobre la entrada de mi pequeño Zeus y la empujó con toda la fuerza que una taza de doscientos cincuenta mililitros de chocolate espumoso puede tener.
En el éxtasis del encuentro, mis pies cansados tropezaron, me golpeé espinillas, brazos y codos a lo largo de los siete escalones por los que rodé. Al levantarme, mi taza había escapado y mi sangre hervía tanto que bien pude haberla tomado como té.
Me calcé los zapatos y salí de mi casa con el coraje de mil leones hambrientos, como una bestia que ve la luz del sol después de cien años enjaulada. El clima era bueno aunque unas nubes se pronunciaban a lo lejos.
Analicé el perímetro con astucia depredadora, vi frente a mí a una anciana monja que pedaleaba su bicicleta con sublime lentitud. A su lado, un pequeño caracol le llevaba la delantera.
Caminé por la acera y al poco tiempo me encontré con otra monja, quien sin detener su pacífico andar, me preguntó
    -¿Está usted buscando su taza de café? Don Joaquín
    -En realidad es de chocolate, ¿la ha visto?
    -Me pareció haber visto una pequeña taza roja irse en esa dirección
Y señaló un camino que era el único camino que podía tomar y a su vez era también el único que existía.
Más adelante me encontré con otra hermana.
Don Joaquín –me dijo- me pareció ver su taza de té correr a gran velocidad por este mismo sendero.
Querrá decir deslizarse, las tazas no corren –le corregí con galantería-.
Sí que es un demonio esa pequeña, aunque comparada con nosotras, todo aquí es vertiginoso. Nuestro pedalear es tan lento que parecemos intactas aun con el paso del tiempo. Avanzamos sin prisa alguna por esta senda de infinita espiral, adormecida con la vista al frente, petrificada. De vez en cuando el viento nos acompaña y besa nuestros rostros con suma gracia. Otras veces se porta travieso y con gran picardía levanta nuestras faldas, se cuela frío y suave entre nuestras piernas, entonces una brisa tersa que recorre aquellos lugares que el clero no menciona, nos hace cosquillas en los muslos y sale de entre las ropas danzando con nuestros cabellos. Al viento le gusta seducirnos pero somos fieles, fieles a nuestra torre, vamos enamoradas, hipnotizadas por la música que solo el celibato nos permite escuchar, tan adiestradas, con la mente llena de la imagen de nuestra gran torre, la hermosa, la siempre imponente, aquel paraíso vertical que se yergue sobre todos nosotros, adonde todas queremos llegar y hacia donde un paso al frente significa estar más cerca de volver a empezar…
Le agradecí, yo continúe mi camino y ella continuó su delirio. En el transcurso las monjas aparecían a borbotones como si de una fuente andante que riega la tierra se tratara.
Señor Joaquín, su taza de leche se fue por allá.
Señor Joaquín, la taza con la imagen de su perro se fue justo por este camino.
Señor Joaquín, su perro se ha echado a correr libre por aquí
Señor Joaquín, su perro se ha llevado mi zapato y ahora pedalear es un martirio.
Señor Joaquín, por favor, limpie lo que ha dejado su perro.
Don Joaquín… Don Joaquín… ¡Señor Joaquín!
Cuando llegué al final del sendero, la torre se erguía imponente tal cual la monja lo había descrito, era una torre inmensa construida de hormigón con la cúpula de ónix, la apertura por la que entré era no mayor al metro con ochenta. Frente a mí, había una escalera de mano hecha de madera ya bastante engrosada por los percances del clima  y roída por las termitas. Sin importarme nada la subí, peldaño a peldaño, con la fuerza de mis manos y mi voluntad. La torre era enorme en lo grotesco. Después de varios minutos trepando giré mi cabeza a la derecha y por una ventana pintada con acrílico logré ver como el sol quedaba por debajo de mis pies.
Por fin llegué a algo similar a un piso, delante de mí, a no más de tres metros de distancia, un enorme portón de madera me bloqueaba el paso. Recargué en él mi espalda, mi cabeza, mis hombros, empujé con toda la fuerza que un hombre de setenta kilogramos puede empujar. El portón cedió ante mi tenacidad. Del otro lado vi una casa color azul rey escondida entre abedules y rosales. Caminé sobre el pasto haciendo a un lado los helechos, sin querer me pinche un dedo con la espina de una rosa. El sendero era recto y yo seguí caminando hasta que mi cabeza chocó con la puerta. La abrí sin mucho ánimo, estaba fatigado, entré y dejé mis zapatos tirados sobre la alfombra de lana, me tumbé en mi sillón, El control remoto estaba junto a mi cara. Encendí el televisor. Estiré mi brazo para tomar la taza de chocolate sobre la mesa. Fallé. Debió ser un error de cálculo…

 

miércoles, 15 de noviembre de 2017

Poesía: Si fuéramos entonces

Por: Omar Ortiz Ruíz


Fotografía de Omar Ortiz Ruiz - 2009

Entonces caía la noche y éramos…
los mismos dioses con la misma gana y hambre,
esa de mandar el mundo a la mierda y a la nostalgia,
escondernos pronto para fingir soledad terrenal,
para pensar en vacíos que no existen y vuelcan,
siempre fuimos hermosos, loables, librepensadores.

Hagamos de nosotros una fina estampa del Greco
yo con el rostro deslavado por esa resaca de cuerpos,
tú con la sonrisa silente húmeda, cargada, turgente,
fundemos a la culpa para romperla, para humillarla,
después de todo siempre hemos sido los mismos dioses,
tan valientes como ingenuos, tan dementes y culpables,
magníficos truhanes que de Olimpos y licores se crean,
amaneciendo despacio para no alterar el tiempo.

Erígete como santa, yo te juraré en todo momento,
amante de mi guarda, estigma y compañía,
mira que precoces son las palabras, no te necesitan,
he sido un colapso que de ti se ampara sin silencio,
un mago sin banderas, un precepto incorrecto,
sin embargo cada día muero por vivir en tus caderas,
precipitarme desnudo e  inmoral en tu esqueleto.

¿Y si nos vamos sin memoria a vivir un mundo nuevo?
yo muriendo en tu espalda, tú viviendo de mi sexo.


lunes, 13 de noviembre de 2017

Poesía: Olvidar lo es

Por: Jonathan Hiligan
 
Benito Rebolledo - Niños en la playa (acuarela) - 2015


Ser adulto y recordar cuando volé mi primer avión de papel
demasiado alegre en aquel entonces para imaginar su estela
quiero contar mis pestañas con los dedos primaverales
aunque estén en el otoño secas y de cristal noble
llevo minutos rezongando la perversión
por vestigios dulces

menguado por sopesar mi alegría
bebía de una cuchara el caldo de mamá
masticaba brócoli en contra de la ley de los niños
soplé picante y lloraba de tonto, feliz, pero tonto

ahora el espejo revela mi ternura
el infante, el infante
¿dónde estará aquel brazo sin astillas llena de carne?
mis ojeras ahora son continentes
se formaron montañas en mi frente
revelaron la cuna del infante durmiendo en cordilleras

Estoy cansado de ver como mis hojas mueren
cansado de los gusanos sobre mi manzana
con cáscara de hueso
de ser más firmas y números
que dibujos e historias
estoy cansado de agostar las flores de alma
espíritu y cuerpo, provocar cicatrices
y vivir empalado con las espinas
vivir empalado con el recuerdo de las que fueron
cortadas,

quiero expiar mis pecados en una tarde por las lomas
rodando como tronco
con los brazos estirados sin miedo a llegar tarde
y reír con los ojos cerrados
escuchando el viento que se vuelve cómplice
oliendo una felicidad que no puede comprenderse
pero que se siente verdosa e ilimitada

ya no quiero depender de los broches de otros
no quiero ser parte de sus columnas
ni transformar plugs para su marfil
no cambiar mis corderos por papeles o rostros con valor
quiero dejar de enterrar espinas a quienes se esfuerzan
y olvidar para no recordar mis orificios

no quiero más sneakers ni vanagloria por conseguirlos
no quiero una paloma sobre mis pies
y vivir con la idea de ser libre
por comprar lo que quiera
mejor es una paloma con alas que se pinte por el cielo
no quiero más que un reloj
para saber a que hora escribo de noche
y a que hora de dia
no quiero figurarme triste por una rotación
dentro de la cantina, detrás de la barra.

Los adultos son demasiado complicados
ya lo había leído
y me volví más complicado que hace dos años

“Crecer no es el problema olvidar lo es”.

Y olvidé sin saber que era por una caja en la cual dormiré después.