jueves, 26 de octubre de 2017

Literatura: Dos fumadas hacia el infierno (cuento)

Por: Julio César Aguirre


Zdzislaw Beksinski - Dos - 1986

Entre insoportables dolores musculares y los profundos rayos del mediodía desperté; sentía la mandíbula entumecida, los brazos cansados, los muslos decaídos; si no hubiese despertado a tiempo la bestial temperatura me hubiera apuñalado.
Los ojos me dolían, inferí que el origen del daño se debía a un cumulo de sádicos golpes, lo cual no recordaba muy bien, pues me había desvanecido lentamente hasta quedar completamente inconsciente; cuidadosamente comencé a parpadear, respiré y tragué saliva, mi garganta estaba dañada. Aún estaba aletargado, era el momento más lóbrego de mi vida.
Me puse de pie entre diminutos y constantes tambaleos, mientras que dentro de mi cabeza dos pensamientos revoloteaban como un par de moscas: ¿Qué carajo me había pasado?, ¿Cómo había llegado hasta aquí?
Me costaba trabajo recordar en qué momento había llegado a este lugar; la enérgica luz del sol me provocaba malestar, dolor de cabeza y algo de migraña.
La luz solar despedazaba cruelmente mis pupilas, mi cerebro asimilaba imágenes borrosas, esto me desesperaba. Había estado inconsciente por varias horas, quizá varios días o sólo unos cuantos minutos. Eso ya no importaba, el aletargado coma onírico había concluido, sin embargo, aún tenía frescas las imágenes que mí inconsciente construyó mientras dormía.
Sentía un constante hormigueo en mis brazos, comencé a moverlos para que la sangre fluyera y se normalizarán mis milimétricas cavidades venosas, sentía mis piernas endebles, frágiles, inútiles. Sería difícil emprender el camino de regreso a casa. Mi lengua anhelaba menear un par de cubos de hielo sumergidos en un violento vaso de whisky. Tenía que volver.
El cielo destellaba una radiante furia albina, me entretuve unos cuantos minutos observando aquellos bríos luminiscentes, todo el cielo lucía un blanco perfecto, muy pulcro. Llegué a pensar que nada de esto era real, todo había sido creado artificialmente por manos humanas, el cielo no era más que papel, un papel muy fino, ligero, suave. Toda esta blancura era una mentira. 
Un fuerte crujido captó mi atención, miré hacia el suelo y había miles de hojas secas esparcidas uniformemente, miré hacia el frente y había incontables dunas de hojas secas color marrón, enormes dunas de diversos tamaños y tonalidades. En algunos lugares las hojas estaban apiladas, formaban enormes montañas de casi diez metros o más. Me encontraba sumergido dentro de un paisaje muy inusual, tragué saliva, mi estómago se contrajo varias veces, mi corazón latió aceleradamente, tenía los labios secos.
Quise darle un sentido lógico a todo esto; pensé que estaba dentro alguna granja, una propiedad privada que pertenecía a una familia de granjeros. Busqué cautelosamente la casa de madera en forma de triángulo equilátero pintada de color blanco, la clásica puerta de madera con su respectivo mosquitero, las ventanas cuadradas y abiertas, la ropa tendida moviéndose a causa del fuerte viento, el gran tractor anaranjado que labraba la tierra, el sistema de riego que esparcía el agua uniformemente, la pequeña valla de madera que rodeaba la casa.
Esperaba, impaciente, al dueño de la propiedad: un granjero con sombrero de paja, camisa de cuadros, pantalones ajustados, botas sucias, barba desaliñada y mascando una rama de trigo mientras se acercaba precavidamente hacía mí con un viejo rifle oxidado entre sus manos. En seguida, con una voz grave e imponente, y mientras apuntaba hacia mi cabeza con su arcaica arma, me preguntó ferozmente:
-¿Qué rayos estás haciendo aquí?- 
Sin embargo, nada de esto sucedió, los nervios y el fulminante calor me hacían divagar.
Tras esta absurda hipótesis, me di cuenta que estaba solo. No había nada, nada en kilómetros, nada que no fuese el bestial calor del mediodía y el vasto desierto de hojas secas y quebradizas. A donde miraba sólo veía ubicuos montículos de hojas secas apiladas a cada cierta distancia, miles de dunas crujientes de color marrón, el suelo seco y quebradizo. 
El calor aumentaba, extrañaba la fresca y fría noche cayendo en picada derramando su glacial líquido noctámbulo por las grietas del crujiente suelo, salpicando mis sucias y desgastadas botas de piel de víbora.
Comencé a caminar, cada paso que daba era acompañado por el detestable crujir de las frágiles hojas, sin embargo, mataba el denso silencio.
Un paso -¡Crack!- dos pasos -¡Crack, Crack, Crack!- cinco pasos -¡Crack, Crack, Crack, Crack- seis pasos, un descanso. Caminé, busqué, respiré y sudé sobre las hojas secas, había recorrido kilómetros y kilómetros de maleza seca, estaba caminando sobre un vasto desierto de hojas muertas.
El tiempo se diluía y se escapaba por las grietas del suelo; el sol estaba llegando a su habitual ocaso, cada vez más débil y estéril, cada vez más frío y fugaz. Su imponente figura se desvanecía, estaba en fase menguante pero con los picos apuntando hacia abajo, era un medio círculo, el horizonte lo había divido; las diáfanas nubes oscilaban en el cielo, los suaves y frescos vientos veraniegos las empujaban con vehemencia haciéndolas chocar entre sí, unas iban con pequeñas pausas y otras a una gran velocidad, también se generaban pequeños remolinos de hojas y polvo que se desvanecían rápidamente. 
El viento embestía brutalmente a las pequeñas hojas sueltas, gozaban de una bella insubordinación natural, que no se alineaban a las ubicuas dunas. Estaba disfrutando de un bello y raro espectáculo, a pesar de ello, el lugar era desolador.
Caminaba y caminaba con pocas fuerzas, ya no podía más, estaba a punto de recostarme en el suelo cuando me percate de algo. A lo lejos, vi unos pequeños puntos negros que estaban en constante movimiento como si fuesen simples moléculas de agua en su punto de ebullición. Caminé hacia ellos, me acerque sigilosamente al inevitable encuentro, tal vez no era el único dentro de esta confusa situación.
Mientras me acercaba, los puntos se hacían más grandes pero parecían evaporarse, quizá era el efecto del bestial calor. Cuando estaba cada vez más cerca, los puntos tomaron una distorsionada forma humana, me di cuenta que los puntos no eran puntos sino un grupo de personas que corrían agitadas, denotaban angustia, dolor, preocupación, parecía que estaban huyendo de algo.
Eran dos hombres y tres mujeres de no más de veintisiete años de edad, llevaban puestas ropas raídas, sucias, casi inservibles. Los cinco estaban desaliñados, sus caras y cuerpos estaban zarrapastrosos, quizá llevaban varios días perdidos en este lugar tan menesteroso. 
Los cinco se aproximaban hacia mí con una furia indeterminable, pude advertir que brotaban lágrimas de sus rojizos ojos, se desprendían con el viento, flotaban en la nada por unos instantes y  caían al crujiente suelo, el ciclo se repetía. Algo los había perturbado brutalmente, y, posiblemente ese algo los estaba siguiendo.
Cuando por fin convergimos, una de las chicas me miró y se detuvo, su rostro estaba arruinado por el arduo calor, su mirada advertía angustia; ella se moría por contarme lo que estaba sucediendo, lo que les había perturbado, deseaba compartir su miedo conmigo.
Los demás se dieron cuenta de mi presencia pero no se detuvieron, continuaron corriendo frenéticamente. No obstante, uno de ellos se regresó y jaloneo a la chica mientras se encontraba estática frente a mí como una planta, como no se movía, entonces, con una voz ronca casi muerta, le gritó:
-¡Por favor, no te detengas, no te detengas, debemos llegar a tiempo al filtro, no te detengas!
Realmente estaban huyendo de algo o alguien, esto me llenó de miedo, diminutos escalofríos comenzaron a helar mi sangre, aunque aún no sabía lo que estaba ocurriendo ya asumía la necesidad de salir corriendo.
La chica forcejeo unos instantes con aquel tipo, éste le soltó el brazo bruscamente y se marchó; con lágrimas en los ojos la dejó y continúo corriendo.
La extraña chica me tomó de las manos como si fuese un pequeño niño, las tenía muy suaves y  frías, muy álgidas. Me tomó del cuello y con sus yemas acarició mi nuca, tocó mis orejas, con ternura acercó su decaído rostro junto al mío como si me fuese a besar, me miró a los ojos y colocó sus carnosos labios junto a mis pequeñas orejas, sentí su agitada respiración, exhalaba aire caliente.
Empezó a balbuceaba palabras incompletas, frases inconexas con tanta parsimonia que me desespero. Después de varios intentos logró construir una oración coherente, y, con una voz quebrada y ácida me dijo lo siguiente:
-Quizá dos sean suficientes, pero seguramente serán tres y...nuestr..cuer..ard....
No completó la última palabra; me desconcertó, la miré a los ojos y sus pupilas estaban dilatadas, su rostro lleno de cicatrices comenzó a deformarse como si fuese un pedazo de arcilla fresca dentro de un fogoso horno. Su piel se estaba derritiendo, cachos de carne con olor a muerte caían al suelo en forma de gotas, aquello parecía una vela en sus últimas consecuencias. Ella no apartó su mirada de mí, sonrió perversamente, un escalofrío recorrió mi cuerpo, me quedé petrificado.
Me besó; sus labios ensalivados mojaban las marchitas ranuras de mi boca y al mismo tiempo se iban despedazando a lo largo y ancho de todos mis labios. Pequeños trozos de carne ensangrentada caían al suelo y otros más dentro de mi boca, eran como milimétricas migajas de pan que se adhieren a los dientes, todo esto me produjo una sensación repugnante.
Me introdujo su húmeda y salada lengua, la pasó por lo más profundo de mi garganta, estuve a punto de vomitar pero terminó con una brutal mordida en mi labio inferior. Ella se marchó, corrió sin mirar atrás, me  dejó solo en medio de aquel insólito desierto.
Mientras se perdía entre las dunas secas el calor aumentaba de forma energúmena, miré el cielo, el sol estaba más furioso que nunca, había dejado atrás su fase menguante, ahora estaba completo y demasiado irascible. Fue así como empezó a expandirse desmesuradamente, estaba muriendo, era una bola de fuego que aumentaba de tamaño, devoraba todo a su paso, se expandía como un gran globo amarillo que es alimentado de aire caliente con la intención de que reviente, entre más crecía el astro más aumentaba el calor. Mi piel comenzó a desmembrarse a causa de las sádicas olas de fotones.
De un momento a otro, el lugar estaba siendo devorado. En segundos todo sería reducido a cenizas, intenté correr para no morir incinerado pero el calor había desbaratado mis piernas, ambas tenían una consistencia pegajosa y maleable, tenía bestiales quemaduras en mis muslos, en los tobillos, en las rodillas, brazos, mejillas; estaba acabado.
A lo lejos se apreciaban las dunas ardiendo a causa del bestial calor, otras más ya estaban reducidas a simples cenizas, en algunos lugares se alcanzaban a ver destellos color carmín, el horizonte estaba cubierto por feroces llamas. Una densa nube de humo negro empezó a sustituir la nítida blancura del cielo, todo estaba ardiendo, colores rojizos y grisáceos resplandecían por todos lados.
A medida que el fuego avanzaba, espontáneamente comenzaron a brotar gritos desgarradores de las profundidades de las dunas, bramidos de dolor y muerte, pequeños charcos de sangre pintaban las hojas secas de un intenso color púrpura. Hasta ese momento me di cuenta que había personas ocultas en las profundidades de las dunas, debajo había toda una compleja comunidad con una población de cientos de personas, vivían como inmundos topos, quizá llegaron mucho antes que yo. Se mantenían ocultos durante el día, por el brutal calor, y por las noches salían a cazar; hoy sería su último día con vida.
Cientos de cuerpos ardían en llamas, bailaban sobre brasas volcánicas, se retorcían, algunos se revolcaban en el suelo mientras que otros corrían en círculos, eran los círculos más inhumanos que había visto.
Un centenar de personas estaban siendo incineradas al rojo vivo, sin piedad, este lugar pasó de ser un espacio solitario a un brutal fogón, poco a poco los olores a carne calcinada empezaron a apestar todo el sitio, sin saber cómo y por qué, todo estaban ardiendo implacablemente, los bestiales gritos de dolor y el aroma de la carne calcinada dominaban el lugar.
Por un momento pensé que estaba inmerso en un campo de pruebas nucleares en lo más profundo de Asia o quizá Nuevo México, posiblemente la causa de todo era una detonación nuclear, sin embargo, a estas alturas ya no tenía caso averiguar dónde estaba ni mucho menos la causa de la destrucción.
Una luz de color rojo volcánico comenzó a cubrir el lugar, avanzaba rápidamente mientras calcinaba todo a su paso, el sol se expandía violentamente, en ese momento supe que todo sería devorado, era el final; sentí como mi cuerpo se desintegró.
***
Mientras Alex fumaba su habitual cigarrillo escuchó unos microscópicos gritos que provenían del interior de éste, el tabaco ardía al rojo vivo. Se detuvo en la segunda fumada, miró suspicazmente su pequeño cigarrillo (ya casi extinto), los microscópicos lamentos continuaban tétricamente, en seguida, le dio una última y profunda fumada, casi se quemó los labios, tiró la colilla al pavimento, con los pequeños cuerpos calcinados dentro, y la pisó.
Sacó, de su pequeña y cuadrada bolsa derecha de su camisa de cuadros, una cajetilla de cigarrillos Lucky Strike, encendió otro y continúo caminando.


sábado, 21 de octubre de 2017

Literatura: El hombre de ciencia: (mini ficción)

Por: José L. Avendaño


Arquímides, J. Ribera. Museo del Prado

    Los soldados cruzaron taciturnos por el umbral del zaguán. Adentro, un hombre de ciencia se ocupaba en dibujar figuras geométricas: desde el simple cuadrado hasta el bosquejo de una esfera. Aquellos soldados le miraban sin entenderle. Era un loco a sus ojos, pues habían escuchado el rumor de que ese hombre había corrido desnudo por las calles de Siracusa.
   
   Un soldado se adelantó y, codicioso, le preguntó sobre las riquezas que poseía. El hombre, absorto en sus trazos, apenas hizo caso. El colérico soldado lo zarandeó y puso una daga en su cuello amenazándole. Cicerón o Plutarco adjudican que el amenazado dijo en ese momento: Noli turbare círculos meos, (No fastidies mis círculos). De pronto, el hombre de ciencia bajó la cabeza y borró gran parte de sus figuras con la palma de su mano.
    La sangre que brotaba de su cuello llenó entonces el contorno de la figura plasmada sobre la tierra. La silueta de una esfera, como un sello, se dibujó...




lunes, 16 de octubre de 2017

Poesía: Silueta que se pierde

Por: José L. Avendaño




Las manecillas en tus ojos se han detenido:
vives fija en el tiempo,
con la respiración congelada,
sin la marcha en tu pecho 
que señale el día y la noche;
eres una cosa entre las cosas,
igual a la piedra o al oro.

Tu valor se midió por la belleza engendrada
en tu dorado cabello,
la media luna de tu talle,
la simetría de tu boca
y el color de tu piel.

Ya no tendrás el lento ocaso ni el claro amanecer,
ya no beberán tus labios de la risa de tu amado,
ya no te llevarán tus pasos, insomnes,
a la comodidad de tu hogar.

Hoy has vuelto a la tierra:
ramas salen de tus ojos,
te aferras a tu madre, la primera,
fijas tus raíces,
pero tu voluntad se consume hacia la nada.

Ahora te hundes en ti misma,
sin espera ni consuelo
te vas tierra adentro,
al lugar del silencio,
donde las horas no importan. 

Al único lugar al que se pertenece.

lunes, 9 de octubre de 2017

Artes Plásticas: La sinfonía de colores de Kandinsky

Por: Arisbeth y Uriel Delac


Vasili Kandinsky - Yellow red & blue - 1925


I. Un coro de colores

Vasily Kandinsky - Fotografía - 1933
Isbas e iglesias moscovitas son los escenarios que lo inspiraron. En la que es la más concida de las fotos de Vasily Kandinsky, el célebre pintor ruso pareciera más un director de orquesta instantes antes de iniciar sus movimientos de ataque: rostro concentrado y tenso, ojos fijos sobre los profesores de la orquesta y, entre los primeros dedos de la mano derecha, a modo de batuta mágica, el pincel. La figura es perfecta y se parece también a la de un aristócrata porque Kandinsky era elegante de forma natural, acaso porque su bisabuela era una princesa mongol. Ciertamente, esto no basta para desarrollar nuestro tema, pero es útil para darse cuenta enseguida de que nos la vemos con un artista exacto y vibrante, refinado y original, geométricamente musical; el cual cree en aquello que hace y no admite la más mínima distracción ni al ejecutor, ni al espectador porque para Kandinsky pintar era un acto sagrado. Teniendo este divino concepto del arte, afirmaba: Durante años y años he tratado que los espectadores paseasen por mis lienzos, pues quería obligarles a olvidarse de sí mismos y desaparecer allí dentro. Pienso que a veces lo he conseguido; me doy cuenta cada vez que lo logro.

Tarjeta postal de Franz Marc para Kandinsky (1913)
Para completar el cuadro exterior de su imágen útil tenemos, por fin, un fragmento de la carta que escribió el primero de septiembre de 1911 August Macke a su amigo el pintor Franz Marc, en la que dice de Kandinsky: De lo largo de su persona emana una especie de maravillosa radiación. Es un romántico, un soñador, un visionario y un cantamañanas. Pero lo que cuenta es el resto: está lleno de vida, de una vida sin límites. Sus fantasías no son vanas, porque rezuman vitalidad. Sus audaces caballeros son el blasón suspendido ante su habitación, pero no es tan solo en las rocas, las fortalezas o el mar donde se siente su espíritu incontenible. En todos los ángulos, en el amarillo, en una rosa, encontramos también la infinita delicadeza, la pastoral, el paso ligero apenas insinuado de las damas rococó. Parece el zumbido de millones de abejas con acompañamiento de un acorde de clavicémbalo dado con la infinita dulzura de un cordero. Un fragmento un poco exaltado, pero significativo.

Interior de una Iglesia ortodoxa rusa en Moscú
Vasily Kandinsky había nacido un 4 de diciembre de 1886, de madre bellísima y padre funcionario. Además conocía muy bien la música, pues la había empezado a estudiar cuando niño como era norma en las familias rusas de clase acomodada de fines del ochocientos. Pero todo esto no habría bastado para sostener que su abstraccionismo místico hubiese surgido gracias a ese encuentro, como tampoco del descubrimiento de la música religiosa y popular en iglesias e isbas. Si bien iglesia quería decir también música sublime para el jóven estudiante (imaginemos con qué atención habrá escuchado las magníficas composiciones litúrgicas), lo mismo puede decirse de la isba, entendida como crisol de la tradición popular con su salmodia interior, con sus íconos y con sus hermosas melodías. Cierto, estos encuentros habrían suministrado sugerimientos folclorísticos que, aunque preciosos, no le hubieran bastado si no primero profundiza como auténtico pensador y teórico que era, a veces bastante difícil y complicado, a fin de configurar y definir reales consonancias entre las artes figurativas y el lenguaje musical.
Vasily Kandinsky - The Ludwigskirche In Munich - 1908
Es un hecho que aquellas "composiciones de lugar" fueron para él sugerentes y germinativas, tal y como contaría
en su libro Kandinsky y yo Nina, su esposa: El padre de Vasily, por su parte, no perdió ninguna ocasión para enriquecer la cultura de su hijo. En el curso de sus estancias en Moscú visitaron las inumerables iglesias de la ciudad. Cuando enumeraba sus antiquísimos nombres, el niño le escuchaba lleno de atención. En aquellas ocasiones Kandinsky descubrió los mosaicos y los íconos y aprendió a admirarlos y a considerarlos las raíces de su propia comprensión artística, profundamente anclada en la base de la cultura rusa.

Claude Monet - Pajares - 1891
Después de haberse graduado en Leyes, Kandinsky aceptó realizar una encuesta sobre criminalidad en la provincia de Vologda, en lo que fue una experiencia memorable y determinate para su obra. Al respecto, diría: No olvidaré nunca las grandes casas de madera recubiertas de inscripciones. En estas casas maravillos he vivido una experiencia que no se ha repetido desde entonces. Ellas me enseñaban a moverme en el cuadro, a vivir en él... Cuando entraba en la habitación me sentía rodeado de toda la pintura, en la cual sentía haber penetrado.
Vasily Kandinsky - Improvisación 31 . 1913
Esa sensación de entrar en el cuadro, de moverse en él, era en Vasily la base del nacimiento del abstraccionismo pictórico, que llegará a definir la pintura como el coro de los colores y que él intentaba fijar sobre tela ya desde sus primeras tentativas. Pero también encontró en la música fuerzas propulsoras del todo nuevas, pues fue durante una representación del Lohengrin de Wagner, a la cual asistió después de haber visitado en Moscú una exposición de impresionistas franceses 
―entre ellos Monet y su cuadro Pajares, que encontró ese empuje hacia la abstracción. Correspondientemente, escribe: Me preguntaba por qué un pintor no puede actuar de modo distinto a Monet, pintando libremente, sin ninguna constricción por parte del objeto, puesto que es lo que hizo Wagner al componer tan monumental obra de arte. Para mí, el arte no volverá a ser el mismo, pues hay un antes y un después de Wagner, así en la música, como en la poesía, que en la pintura y en fin, en todo lo que el hombre pueda entender como creación: su creación.

Representación de Lohengrin de Wagner en el Teatro de Bayreuth
Kandinsky fue a ver dicha ópera después de haber visto en Moscú un amanecer que le pareció extraordinario: Y he aquí anotóque Lohengrin me pareció una realización perfecta. Los bajos y especialmente los instrumentos de viento encarnaron para mí toda esa fuerza de la aurora que presencié en Moscú. Vi con la mente todos los colores, pues estaban no sólo en mis oídos, sino también frente a mis ojos. No exagero al decir que Wagner había pintado musicalmente mi obra aún antes que existiera.
Vasily Kandinsky - Around the circle - 1940
Tampoco cuando digo que el arte en general fue reinventado por él. Ahora estoy convencido que la pintura esta también en condiciones de desarrollar fuerzas no inferiores a las de la música. Escribiría luego Nina: Este pensamiento no le dejó un instante de descanso, le torturó en el sentido literal del término. Durante diez años tomó apuntes sobre este argumento hasta lograr escribir 'Lo espiritual en el arte', que contiene el conjunto de sus reflexiones sobre la abstracción. Así pues y por tanto, iglesia e íconos, pueblo, canciones y Wagner son en realidad la verdadera fuente del abstraccionismo, o mejor, de la pintura de Vasily Kandinsky.


 II. Un arte que tiende a lo abstracto

Kandinsky y Schönberg con sus respectivas esposas
Nilo Pucci ha escrito en su libro sobre Kandinsky: Sus escritos no se refieren directamente a problemas musicales, sobre los que Vasily no escribió nunca. Sin embargo, puede decirse que no hay una sola página en ellos en que no aparezca la música o que no represente la relación entre hipogeo y mito estructural. Y en efecto, la música representó para Kandinsky el arte por naturaleza, sin que esto quiera decir que considerara que la pintura debía estar sujeta a la condición de la música. La frecuentación de los clásicos, de Musorgsky, de Scriabin, de Schoenberg, los estudios desde la infancia (piano y violoncello), testimonian su interés por la música que, observados en conjunto, revelan sobre todo la imprensionante concordancia de sus investigaciones con las de la cultura más avanzada de su tiempo en torno a los puntos nodales de la cultura del novecientos. Sus indagaciones sobre los valores tonales de los colores y las resonancias armónicas que cada uno es capaz de suscitar, recuerdan de cerca esa maravillosa disolución tonal en los acordes del Tristán e Isolda wagneriano, pero también la Klangfarbenmelodie de Schoenberg, o lienzos como Fuga en rojo (1923) de Paul Klee.

Vasily Kandinsky - Im Blau - 1925
Con lo indicado hasta ahora, es posible conceptualizar esa especie de matrimonio místico entre música y pintura que se precisó y consumó en el psiquismo del gran maestro ruso. Un poético encuentro al cual contribuyó su admiración por la Gesamtkunstwerk (u obra de arte total) de Wagner y la gran amistad con Arnold Schoenberg, interrumpida enseguida por las trapacerías de Alma Mahler, quien propaló a los cuatro vientos que Kandinsky era antijudío. No obstante, la amistad se reanudaría posteriormente, convencido el músico vienés de que todo era una calumnia. Es un hecho que el entendimiento artístico entre ambos era muy grande y, aunque nada autoriza a ver en las pinturas del ruso música figurada, ni imágenes pictóricas en la música de Schoenberg, lo cierto es que una pareciera ser condicionante de la otra: como si entre ambas manifestaciones existiesen vasos comunicantes invisibles de índole inconciente.


Arnold Schoenberg - Der Rote Blick - 1910
Respecto al músico vienés creador del dodecafonismo, un aspecto poco estudiado de su vida, al extremo de haber sido ignorado por sus biógrafos, es la gran importancia que tuvo en su juventud el impulso de pintar. A tales límites llegaron sus deseos de expresar su sensibilidad artística por medio del pincel, que sus dudas respecto a la orientación de su vida se asemejan enormemente a las ya examinadas en Kandinsky. Sólo que los canalizó hacia la música, dejando la pintura como entretenimiento, mientras que en Vasili la cosa funcionó al revés. Sin embargo, es justo también decirlo, la pintura de Schoenberg tiene características bastante interesantes. En su mayoría son retratos, con una repetición constante de modelos (sobre todo familiares y amigos), pero también bodegones y paisajes. La tendencia general es un expresionismo suave, de apariencia trasnochada y perfume demodé, muy semejante al clima en que se movieron sus primeras obras post-wagnerianas y que se trasluce en su obra capital: Pierrot Lunaire. En efecto, la poesía decadente, simbolista, tan rica en imágenes sugerentes cuando Pierrot canta a la luna en francés, recuerda enormemente los circos de colores de la pintura de Kandinsky en su barroca grandielocuencia; pero también está visible en la singular paleta pictórica del músico, presente en los abigarrados vestidos de sus modelos femeninas, casi siempre en tonos desvaídos y difuminados.



Vasily Kandinsky - Improvisación 30 - 1913

Poesía: Carta

Por: Dinorah Martínez




Cada vez encuentro menos motivos para estar juntos.
No sé sí es el tiempo,el cansancio o el aburrimiento el que habla.
Aún así no deja de doler esto que siento en mi pecho.
Cada día esto se va muriendo lentamente,
por más que me esfuerce;
veo como los detalles se olvidan,
ya vivo con un desconocido que me sonríe,
ni siquiera hay pasión carnal simulada.

Ya no hablamos,ni siquiera para discutir por pequeñeces:
todo se reduce a un "hola" y un "adiós".
quisiera que dijeras algo,
lo que sea que indique qué soy para tí
o que ya lo quieres mandar todo al diablo.

Vivir en esta indiferencia me mata,
hace que llore hasta dormir,
que me levante y se repita la rutina.
Nunca creí habitar este infierno,
una cárcel de hielo
donde mis sentimientos
me castigan duramente.

Víveme o mátame
pero no me dejes en este limbo;
ten piedad de mí
y acaba con todo esto.
Haz algo; por favor, haz algo...


martes, 3 de octubre de 2017

Poesía: Tu cuerpo desnudo

Por: Jesus Edard Stark


Sirena y atardecer - Marco Busoni


Tu cuerpo desnudo bajo las sábanas,
dormido, callado, cayendo en el pozo del sueño,
cayendo despacio entre sombras y sueños,
sin paracaídas ni sombrillas mágicas, sin alfombras voladoras,
planeando entre los ojos y dientes del remordimiento.

Cuchillos y tu cuerpo, voces, fantasmas,
el desfile es la locura, la locura suicida
con dedos transformados en horcas y navajas,
la locura psicotrópica con visiones oníricas,
inenarrables,
dejando de lado los huesos y los árboles,
la locura reina de la primavera,
de vestidos corrientes y chillones,
en su carro calabaza agitando sus manos a la concurrencia.

Caída de mil sueños en el plato de sopa, salpica el mantel de la abuela,
que rezuma saliva por la afrenta, niño-niña en su alta y asfixiante silla,
emerge del suelo en torbellinos de gritos y pucheros,
berrinches de mil colores.

Boca abajo tu cuerpo navega hacia el rumbo de otros pasos,
sola, te gritas en tu padre, que se fue como en un sueño,
se fue y te retiras de ti misma para dejarte sola,
sin saber a dónde te largaste, con quién y a qué hora,
tras los pasos de tu cuerpo o tras los pensamientos de tu sexo.

De cara al cielo vuelas dentro de un globo azul,
alguien te metió en un globo azul,
te llevan de paseo, te muestran a los curiosos,
cientos de miradas te apuntan y te queman,
el circo de los fenómenos, y te confundes,
no sabes, vez rostros deformes:
la niña araña, el hombre elefante,
la mujer barbuda, y tú,
la mujer más pequeña de la tierra.

Tu cabeza gira hacia el sur y presientes la selva,
el aplastante color verde que te arrastra,
te envuelve, te sofoca.
Eres ave y serpiente, no sabes si volar o arrastrarte.

Retrocedes y abres lo ojos un instante,
el sueño te golpea y brincas bajo las sábanas,
qué es lo que aferra tu mano,
ah, sólo una pluma, un barco de papel sin timón ni capitán,
una muñeca vieja y destripada, una pelota roja, desinflada.

Ojos cerrados, cansados, perdidos en la bruma,
en luces que bailan, suben, giran, se van alejando,
se alejan, se alejan y duermes, duermes y sueñas
que las luces son alas, alas de avispas,
alas de dragones pegadas a tu espalda,
vuelas y subes, bajas, te columpias en el aire,
como en un juego de niños, donde te imaginabas volar
soltando la cadena, la cuerda, la vida.
El instante perfecto.

Tus brazos giran hacia el norte, la serpiente gira hacia el norte,
no sabes, nadie sabe, dónde, cómo, por qué los pasos
nacieron en el norte, por qué del abandono,
por qué el destierro, dónde se perdió la cuna, la raíz, el Aztlán.

Te abrazas las rodillas, gimes, lloras sin lágrimas,
lloras el sueño, en el sueño lloras,
te aflige la ausencia, su ausencia, mi ausencia,
el recuerdo es quimera, recuerdos de voces,
de brazos, miradas de un ser, ausente,
perdido, inexistente.

La luna se deshace, el polvo del tiempo cae sobre tu rostro,
brilla en tus mejillas, llega a tus sueños.
¿Es esa la luna?
La luna es piedra, es la piedra amarrada a tu cuello,
arrastrándote a la noche, hundiéndote en la noche,
ahogándote.
 
Deja en tu rostro la marca del olvido,
estigma legendario que persigue tu origen,
signo del prófugo, del desterrado;
la piel negra de la oveja y la sangre en la boca de los malditos.

Tus ojos miran hacia el oeste, donde la niebla es piel y huesos,
se perdieron las formas, prevalece el intento.
Sin manos te buscas en la memoria, buscas la causa de tu derrota,
buscas fuera de ti al devorador de almas, al mago oscuro
que penetró tu pecho con la espina del tedio.

Otro salto en la cama, el frio se cuela entre tus piernas,
desliza su esencia por tu sexo cansado,
mil agujas laceran tus muslos e inquieta, incomprensiblemente,
reniegas, gimes, maldices.
Las sabanas son hielo, marea blanca que se quiebra en tu piel,
gélidas aguas que de noche te invaden y torturan.

Tus pies se encaminan al este, la casa de San Juan
con sus columnas blancas, te llama,
reclama tus manos para madurar la piedra,
reclama tus dedos como cinceles para destrozar murallas,
mas la duda ancla tu pensamiento, globos azules, sábanas frías,
recuerdos, piedras quiebran el ritmo de tus pasos.

Dando traspiés avanzas el sueño,
las horas menudas en tus ojos te abrazan,
te alejan de tus miedos, completamente cubierta,
tus pies no salen debajo de las sábanas,
tu padre no te deja sacar los pies de las sábanas,
el miedo infantil, con el diablo debajo de la cama,
las brujas buscando tu piel, los fantasmas jalándote de los pies.

Frío y miedos cabalgan sobre tus recuerdos
la noche amiga del frío,
la noche amante de tus miedos,
la noche que llega cada noche
para darte una pequeña parte de tus miedos.