miércoles, 30 de agosto de 2017

Poesía: Oculi

Por: Henry Castellanos

Manuel Ángel Reina Infantes —  Los Ojos De Andrea
A metros me encontraba
a una distancia donde cualquier particularidad se esfumaba
y se convertía en lo vulgar
en lo corriente
Pero no sucedió
no con aquellas esferas
oblicuas y claras
Fue como ver un ser alado
entre terrenales mortales
que arrastran sus pies en el fango inmundo
No eran sólo ojos
Era la mirada de quien no esconde perversión
ni maldad
Eran los ojos del alma

En ese preciso instante
me sentí como el gran Dante en el cielo
al lado de su bella Beatriz
y recordé aquellas palabras que proclamando el poeta en mi mente estaba: (...) después volví a mi dama el rostro y de un lado y otro caí en asombro; pues en sus ojos una sonrisa ardía tal, que yo pensé haber llegado al fondo de mi dada gracia y del paraíso mío 
y los cristales de sus ojos se convirtieron
en confesiones mudas
en un idioma que no entendía ni entiendo
Entonces supe,
al igual que el poeta
que estaba en el paraíso
por ver a sus ojos
y no por pisar suelo que pisa Dios

Pensé que todo secreto se ocultaba
en aquellas lagunas que visualizan el exterior
Pero ¿Qué secretos?
Mi alma se arruga
pues toda belleza y arte nació y fue en sus ojos
ahora fuera de ellos sólo encuentro imitación
de lo que una vez pude crear con mis manos
¡Ah! Qué grande es el mundo
a la luz de cualquier candelabro
y que pequeño es bajo los ojos del recuerdo
pues ya siento que de mi memoria
se desvanece su brillo
y me hundo en lo vacío
de los viejos poemas malditos que escribí

Así como los ojos
de aquellos mamíferos voladores y nocturnos
se ofuscan a la luz del día
de la misma manera al recuerdo de nuestra alma
la ofuscan las cosas evidentes
pues vi un par de lunas sin firmamento
y sentí encontrar lo que el inmortal busca:
algo fuera de este mundo


viernes, 25 de agosto de 2017

Arquitectura: El Bosque Sagrado de Bomarzo

Por: Daphy




Viviendo en Europa las distancias son cortas, por lo que en una de mis frecuentes travesías tuve oportunidad de poder visitar el Parque de los Monstruos o Bosque Sagrado de Bomarzo, situado aproximadamente a unos 70 km de Roma, en la localidad italiana de Viterbo, y en donde existen unas fascinantes esculturas cubiertas de vegetación que por siglos han mezclado el arte y lo inquietante. Y es que, si estas estatuas supieran hablar, nos contarían cuentos tristes e historias ocultas que quizá no nos gustaría demasiado oír. 

La historia de este extraño jardín del terror comienza en el siglo XVI, cuando el jorobado Pier Francesco Orsini mercenario, duque y mecenas del Renacimiento se retiró del oficio de la guerra para vivir con su amada esposa, la bella y noble Giulia Farnese, del ducado de Bomarzo, un lugar repleto de residencias estivales de gentes de alta alcurnia que acudían allí a meditar y alejarse de la bulliciosa Roma. Hastiado además de las cruentas batallas contra los españoles, en una Europa repleta de miseria y crueldad, se alejó de la religión cansado de que Dios no respondiera sus plegarias y se rodeó de artistas, poetas, pensadores, magos y ocultistas; pero ante todo, quería disfrutar de su vida al lado de Giulia, a la que amaba apasionadamente. Y es que a él la vida le había negado toda belleza haciéndolo deforme, pero no cabía en sí de alegría al ver que una mujer lo amaba a pesar de todo eso. Sin embargo ella murió muy joven, dejando a Orsini sumergido en una terrible angustia y un vacío interior que jamás lograría curar.

Así pues, encargó al escultor y arquitecto Pirro Ligorio quien sustituyó a Miguel Ángel en la construcción y decoración de la basílica de San Pedro en el Vaticano que hiciera lo impensable: construir un lugar alejado de la armonía, la alegría y la belleza que debían predominar en toda obra renacentista para reflejar el dolor de su corazón y poder dedicarle este jardín al alma de su esposa. Y es que quienes han estudiado la disposición de las esculturas y edificios que podemos encontrar en el parque, señalan que éste escenifica el itinerario simbólico de El sueño de Porfirio, donde se narra el viaje del angustiado protagonista para revivir su amor con Polia, prematuramente muerta. Pero como quiera que esto sea, algo es seguro: el jardín de los monstruos muestra la soledad de quien lo hizo; Pier Francesco Orsini, que terminó dedicando su vida a rodearse de la belleza que el destino no le había querido otorgar y el que, repudiado por su familia, se escondió en su palacio de Bomarzo limitando su contacto con el resto de gente, dedicándose a pasear entre las estatuas, recordando el tiempo en el que fue feliz.

Durante casi treinta años escultores y arquitectos siguieron las directrices del noble para que el microuniverso que su patrón quería representar, fuera tomando forma: un zoológico compuesto por seres mitológicos que viven entre árboles y arroyos, en donde también encontramos una especie de templo renacentista que se edificó con planta octogonal porque el ocho significaría la resurrección. Asimismo, encontramos entre la hiedra un pequeño teatro romano y mil rarezas más. Pero pese a todo, lo cierto es que este jardín ha acabado siendo una joya en sí mismo porque no hay ninguno igual ni remotamente parecido en todo el mundo. Y es un lugar que impresiona si de entrada comprendemos que todo lo que alberga tiene su significado: en este caso, un significado lleno de magia, de vida eterna, de elementos ocultos y cábalas de alquimistas.

El Parque de los Monstruos permaneció olvidado y abandonado más de 300 años, desde la muerte de Orsini y hasta que fue re-descubierto en la primera mitad del siglo XX, pues pocos lugareños se atrevían a entrar. Los monumentos habían quedado ocultos por la vegetación, en un estado tan ruinoso que requirió una severa restauración realizada en 1954. Este estado ruinoso acentuó todavía más el carácter misterioso y triste del lugar. Cabe destacar que la jardinería original, que tenía un importante papel y presumiblemente incluía un laberinto de seto, se ha perdido. Se dice además que la gran obra de este Jardín Sagrado sirvió de inspiración e influencia a grandes genios como Salvador Dalí, quien se inspiraría en sus delirantes esculturas para uno de sus cuadros: La tentación de San Antonio. Cuenta Man Ray en sus Memorias que en cierta ocasión André Breton le comentó a Dalí:  
Aquí está todo tu universo cuatrocientos años antes de que se te ocurriera.
A lo que Dalí contestó: 
No... ni en mi más recónditos sueños mi locura llega a tanto.

Hé aquí algunas construcciones inquietantes de El Bosque Sagrado:

Las Esfinges: dos esfinges portadoras de enigmas vigilan la entrada al jardín. Según una leyenda urbana, uno de los rostros de estas mujeres-león bien podría ser el de su amada y siempre hermosa Giulia. Desde la entrada habrá que estar atentos a sus advertencias. En sus pedestales se puede leer en italiano: ‘Tú, que aquí entras con la idea de verlo todo de parte a parte, dime luego si tantas maravillas se han hecho por engaño o bien por Arte’. 

El templo: el arquitecto Vignola hizo de este pequeña construcción un modelo de perfección mediante el Número de Oro y la Divina Proporción. Una calavera y dos tibias cruzadas recuerdan a la entrada que la amada espera a su señor más allá de la puerta, entremezclando el amor y la muerte. La planta tiene 8 lados, símbolo de resurrección.

Estatuas gigantescas: el mito del combate de gigantes o titanes hace referencia a los orígenes del planeta. Es, además, el primer objeto de estudio de todo alquimista. Lo primero que podemos ver es un brutal gigante de más de 4 metros de altura descuartizando a otro, partiéndolo por la mitad. Sucesivamente aparecen Hercules despedazando a Caco, reflejando la dualidad entre el bien y el mal; Cancerbero, el perro del dios Hades, con tres cabezas; Fata Tortuga coronada con un hada sobre un obelisco; la Fuente de Pegaso; una representación de Néptuno o Plutón; El Dragón, que compite con un perro/lobo/león; el Elefante de Aníbal, aplastando con su trompa a un legionario romano; Ceres, la mujer durmiente; la Furia Alada; y a Echidna y los dos leones.
  
La boca del orco: sin duda, lo más impresionante del lugar y parada obligatoria para tomar una foto. En este sitio encontramos una enorme cabeza petrificada en un grito de dolor, sobre cuyo labio superior está grabada la sentencia Ogni Pensier Vola (Todo pensamiento es fugitivo). La cara desfigurada del orco se abre para que el visitante pase hacia sus entrañas.

La casa Inclinada: construida en 1555, con tanta pendiente que es casi imposible llegar al otro lado de las salas. Desde dentro, el efecto que produce es extraño: como si fuese imposible alcanzar el equilibrio. 


viernes, 18 de agosto de 2017

Poesía: Desconicida

Por: Chary Gumeta




Llueve
Y su rostro recibe el llanto del cielo.
 

Sus ojos miran fijamente hacia el sur
Buscando una señal
Un regreso.
 

Semidesnuda
Permanece inerte en aquel lodazal.
 

Su cuerpo
Cubierto con señales de violencia
Muestran unas piernas blancas
De gélida belleza;
Sus manos delgadas como alas de mariposa
Del color de las violetas.
 

En aquella soledad
Solo se escucha el murmullo del día en el día
Y el de la noche en la noche.
 

¿Cómo se llama? 

No tiene nombre,
Se pierde entre todas las historias de desaparecidas.





Chary Gumeta [María del Rosario Velázquez Gumeta] es una poeta y promotora del arte chiapaneca. Cuenta con una Licenciatura en Letras Latinoamericanas y una Maestría en Educación. Su obra se ha publicado en revistas nacionales e internacionales, y fue incluida en la antología Voces Chiapanecas, editada por el Consejo Estatal para la Cultura y las Artes de Chiapas. Es autora de volúmenes de poesía, libros de investigación histórica y textos de difusión cultural. Ha participado en diversos festivales de poesía en México y el extranjero, además de haber organizado diversos festivales culturales y de poesía, así como exposiciones plásticas con artistas nacionales y extranjeros. Como promotora, realiza eventos de arte y literatura en diferentes lugares de México y otros países. Ha contribuido a la relación cultural de algunos artistas extranjeros con Chiapas a través del intercambio. Actualmente es coordinadora del Festival Internacional de Poesía Contemporánea SCLC y de Literatura en el Festival Multidisciplinario Proyecto Posh.


martes, 15 de agosto de 2017

Víctimas de las letras: Francois Villon

Por Eréndira Cuevas



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François Villon (1431-1463)
Los crímenes han sido un tema recurrente en la literatura universal, incluso algunos de los personajes más memorables han sido criminales, desde defraudadores hasta asesinos han llenado con sus hazañas miles de páginas a lo largo de la historia. Y es que es indudable el interés que despierta la figura del criminal, ¿pero qué ocurre cuando los criminales literarios nos se encuentran en las páginas, sino que son ellos los que escriben esas palabras ya sea para contarnos sus delitos o no?
Probablemente la postura de muchos de nosotros sea la misma que tendríamos ante cualquier otro delincuente, quizá para otros la obra e incluso los propios autores se revistan de un interés especial al conocer ese pasado delictivo; para algunos más esos hechos no pasarían de lo meramente anecdótico o bien incluso disculparían o le celebrarían la "gracia" a su pluma favorita. Lo indiscutible es que en mayor o menor medida, los delincuentes, en particular los escritores delincuentes, llaman la atención de la mayoría de nosotros.

Según José Ovejero, la atracción o, en algunos casos, identificación con los delincuentes (que en el caso de los intelectuales se da en mayor medida cuando el criminal es culto) puede deberse a dos razones; por un lado la mala conciencia de las clases medias y acomodadas occidentales pudiera hacer que quienes las integran se sientan en deuda con los menos favorecidos; y por otro lado el hecho de que internamente todos somos renegados que, al menos en la imaginación, tendemos a vivir toda clase de aventuras, y al ser la conciencia una parte importante para definir la identidad, tendemos a creer que ese ser oculto es en realidad nuestro yo.

También puede influir, dice Ovejero, el cuestionamiento que la sociedad ha venido ejerciendo sobre los gobiernos y sus maneras de aplicar la justicia, pues al cuestionar estos procedimientos el preso pasa de ser criminal a víctima. Asimismo, con el surgimiento de los movimientos anti sistema que cuestionan ya no sólo la ley y su aplicación sino las propias bases de la sociedad, se provoca que se empiece a ver bien a quienes infringen las reglas de ese sistema, dando fácilmente tintes políticos a crímenes como el robo e incluso el asesinato. Así, se produce una simplificación que parece afirmar que "si la sociedad es culpable, los delincuentes a los que castiga son inocentes".

"El escritor delincuente que narra sus crímenes, incluso aunque no lo pretenda, narra también los crímenes de la sociedad: el delito no surge sólo de una mente trastornada; el individuo es un síntoma que llama la atención sobre un organismo enfermo".

En esta serie de entradas no se pretende cuestionar ni juzgar a los personajes de los que se hablará, que por lo demás ya han sido sometidos al juicio de su época, sino simplemente poner de relieve esos actos delictivos que han sido perpetrados, ya sea intencionalmente o no, por algunos escritores a lo largo de la historia.

Empezamos hablando del poeta Francois Villon.

Francois de Montcorbier, que era su verdadero nombre, nació en una familia de campesinos en 1431 en París, Francia; en esa época había hambre en las ciudades y el campo, los saltadores de caminos estaban al acecho y los soldados se dedicaban a saquear. Como muchas familias, la del poeta se trasladó a la ciudad en espera de mejorar sus condiciones, pero no lograron mucho.
Por entonces la ciudad de París estaba en decadencia y en estado de abandono, por lo que Carlos VII lanzó una proclama en 1443 donde se eximía de todo impuesto, durante tres años, a quienes se instalaran ahí. En esos días los lobos andaban libremente en la ciudad, atacaban a sus habitantes y sacaban los cuerpos de los panteones, además, uno de los entretenimientos habituales de los parisinos era acudir a las ejecuciones públicas. Este fue el París en que Villon creció.

Su padre murió cuando él era muy pequeño y su madre decidió buscar la protección eclesiástica para él. El capellán de Saint Benoit, Gullaume Villon (de quien el poeta tomó el nombre), lo acogió bajo su cuidado y le enseñó las bases de la gramática y sintaxis latinas, así como las primeras historias bíblicas, leyendas de santos y el Evangelio.

Gracias a su formación Villon estudió en la Facultad de Artes de la Universidad de París y a los veintiún años obtendría la maestría en Artes, aunque se afirma que fue un estudiante más bien mediocre. Existen indicios de que escribió una obra cómica sobre los alborotos estudiantiles que se desarrollaron en esa época.

Como la de mayoría​ de los estudiantes de entonces, la vida del literato se vio rodeada de excesos, pues acostumbraban frecuentar tabernas y burdeles, además de jugar a los dados pese a que era una actividad prohibida para ellos. Asimismo, iban armados con palos y dagas.

La tarde de Corpus de 1455, mientras Villon estaba sentado en una banca de Saint Benoit en compañía de un sacerdote y una mujer, el sacerdote Phillipe Sermoise se acercó a insultarlo para después, con una daga que llevaba oculta entre los hábitos, hacerle un corte en el labio al escritor.

A pesar de eso Villon trató de alejarse, pero Sermoise continúo provocándolo, por lo que el bardo sacó una daga, que también llevaba oculta, e hirió al cura en la ingle; aun así no dejaba de atacarlo y terminó por azotarle una piedra en la cara.

Sermoise murió a causa de las heridas y en su lecho de muerte perdonó al poeta, no obstante la absolución oficial le llegaría siete meses después gracias a la intervención de sus conocidos en el ámbito judicial, adquiridos gracias a su amistad con el aristócrata Regnier de Montigny.

Pero mientras llegaba este indulto, Villon salió de París. Aunque no hay evidencias para afirmar de qué vivió en ese tiempo, se cree que fue un "coquillard", término con el que se designaba a los estafadores y malhechores además de haber sido el nombre que adoptó una banda que controlaba Borgoña, que se distinguían de otros delincuentes porque hablaban una jerga particular. El uso de esa jerga en algunas poesías y el hecho de que algunas de sus amistades, como el mismo Montigny, que murió en la horca, hubiesen pertenecido a ese gremio, es lo que hace suponer que Villon fue un coquillard. Aunque también es posible que haya subsistido mendigando y robando.

Al regresar de ese exilio escribiría una de sus obras más famosas: El legado; una suerte de testamento en el que un joven hereda sus bienes, consejos y consuelo.
Pero aquel asesinato no sería el único crimen en la vida de este escritor, pues una Nochebuena fue con un par de delincuentes al colegio de Navarra, el más rico de París, donde mientras Villon vigilaba, sus compañeros escalaron uno de los muros del colegio y una vez dentro forzaron un baúl del que extrajeron 500 ducados de oro. Tras este robo el escritor arguyó que se alejaba de París porque la mujer de quien estaba enamorado lo había rechazado, aunque es posible que fuera para ausentarse del lugar del delito, hay que mencionar que, a juzgar por su poesía, Villon no fue muy afortunado en el amor e incluso dos de sus amadas prefirieron meterse en la prostitución guiadas por el interés económico que aceptar una vida con él.

Pocas semanas después de su partida, uno de sus cómplices esparció el rumor de que Villon había salido para Angers con la finalidad de informarse sobre la fortuna de un religioso y preparar un nuevo golpe. Ante el conocimiento de su participación en el robo al colegio, se le prohibió la entrada a París, y en los años que siguieron no sólo se relacionó con delincuentes sino que estuvo preso en las cárceles de Orleans, de donde salió por el indulto de Carlos de Orleans; y en Meung, donde tuvo la suerte de que el nuevo duque de Orleans realizara una visita y, como dictaba la costumbre, al ser la primera visita del nuevo soberano a la ciudad, se liberó a los prisioneros.
Para entonces Villon ya había perdido su carácter de clérigo y tras su estancia en prisión se dedicó a errar buscando la protección de algún príncipe, hasta que en 1461, y tras cinco años de exilio, recibió el permiso para volver a París.
Aunque su situación era precaria y no tenía en quien apoyarse porque muchos de sus amigos habían muerto, por esa época escribió su obra más importante: El testamento; que si bien no era algo novedoso, pues era un género que llevaba décadas de ser cultivado, el francés lo renovó dotándolo de humor y una mezcla de temas tradicionales y expresiones del amor cortés con el lenguaje de las tabernas. El poema sigue la estructura del documento jurídico que le da nombre, pero además, Villon lo convirtió en una parodia sobre la culpa y la muerte, sus versos reflejan arrepentimiento y cierto horror a la vida que había llevado hasta entonces.

Sin embargo, su mala fortuna lo enviaría de nuevo a prisión. Una noche, en compañía de tres amigos, pasó frente a la ventana de un notario y uno de sus acompañantes se asomó para burlarse de los empleados. Ante esto salió el notario para enfrentarlos y tras una discusión que desembocó en pelea, el notario acabó tendido en el suelo por una cuchillada.

Por este hecho Villon fue condenado a la horca, pero escribió al parlamento para apelar su sentencia, que fue conmutada por 10 años de exilio.
A los 32 años partió al exilio y no se volvió a saber más de él, salvo rumores que lo situaban en la corte de Inglaterra o montando espectáculos teatrales. No obstante, se desconoce la fecha de su muerte.

lunes, 14 de agosto de 2017

Literatura: Muérete de una vez (relato)

Por: Henry Castellanos

Edward Hopper - Digresión filosófica (1959)

Mi habitación consta de un espacio en blanco, una cama, un cajón, algo en forma cilíndrica donde pongo mi ropa sucia, una guitarra, un par de cajas de zapatos donde guardo pequeñas cosas, y recuerdos en cada rincón del espacio que llamo habitación.
En una de esas cajas está tu cepillo del cabello que olvidaste debajo de mi cama —no tengo idea cómo terminó allí—, un tinte para el pelo que me diste a guardar y una foto de los dos que fue tomada en una de las tantas fiestas de tu hermana.
Olvidaste una moneda de cincuenta pesos colombianos y, también, dejaste cenizas de cigarrillo en el borde de la ventana.
En forma de confesión, te digo que ya no asesino a las cucarachas de mi casa, pues me recuerdan tus gritos en plena noche cuando las veías y me hacen imaginar que estás aquí… así que corro a socorrerte —allí es cuando más dueles—.


Me muero lentamente como los zancudos cuando les aplicas insecticidas, a paso lento para lograrlo —porque pienso que lo merezco— me lleno los pulmones con humo de tus recuerdos y los suelto lentamente en mi habitación. Aún no logro morir de ellos.
Camino más seguido por las calles que recorríamos para tomar el autobús o el transporte masivo, y es impresionante cómo mi memoria guardó algunas grietas del suelo que pisaba y observaba al caminar. Allí es cuando recuerdo que cambiabas tus pasos para ir en sincronización con los míos. Pero no lloro, amor mío. No lloro. Me mantengo con los ojos secos, porque pienso que podrían funcionar como las plantas, y si no los riego quizá se marchiten algún día.


Ahora sí paso la avena por el colador como a ti te gustaba y he dejado de consumir tanta azúcar y grasa aunque me cueste.
Sonrió menos, pero creo que no es tan malo.
Sigo pensando que me gusta la soledad, aunque estoy seguro que era mejor cuando sabía que había alguien para ahuyentarla. Pero supongo que eso jamás lo tuve en cuenta.
Intento morir a diario, pero no se me da. Quizá sea porque mi vida no es mía, te la obsequié en aquella tarde soleada. De tal manera que si la sigues conservando, no me puedo morir.
Sigo fumando en la azotea por las noches y, mientras miro al cielo, recuerdo tus planes de obsequiarme una cámara fotográfica para capturar el firmamento.


Aún, mis amigos, me siguen preguntando por ti. No sé qué más decirles, así que sólo los ignoro y cambio el tema.
Extraño verte desnuda, tan fresca como si ese fuese tu atuendo casual. Con las tetas en el aire llenas de felicidad, como si manifestaran su alegría porque por fin están libres del sostén.
«Muérete de una vez», me repito una y otra vez, mas no sé si lo digo a tus recuerdos o a mí. Pero da igual, el resultado sería el mismo.


Quiero decir que no importa a dónde me lleva la vida o la muerte, yo seguiré hablando de ti como si fueses parte de mi presente, con la gran culpa en el corazón de que te fuiste porque mis acciones así lo provocaron. «Ahora yo no sé si vas a poder leer esta carta, pero igual siento como una necesidad de decirte que yo contigo he sido más feliz de lo que los libros dicen que se puede».

domingo, 13 de agosto de 2017

Literatura: No me dejes llegar al lago (relato)

Por: Antonio G.


Claude Monet- Nymphéas (1840-1926)


No me dejes llegar al lago, porque creo que me alejará de ti. No me preguntes cómo lo sé, no tengo nada coherente para contestarte, sólo esta intranquilidad que no me deja, sólo estos sueños que me aprisionan de unas semanas para acá; y tú, a pesar de tu extraña naturaleza, no crees en eso. Yo tampoco, pero es como cuando uno sueña que muere en determinado lugar, y de pronto le toma seriedad a las cosas que antes parecían irrelevantes.
Una noche soñé que me sumergía en el agua y renacía en otro lado, más sensata e incluso más bonita; porque me vi en el reflejo y no tenía los mismos ojos ni la misma cara, pero sabía que era yo y que de alguna manera el lago me había vivificado, transformado, y ahora tenía otra misión porque era una vida diferente y diferente tenía que hacer las cosas.
Otra noche soñé con el mismo lago, y tuve esa sensación que uno tiene cuando en el mismo sueño sabe que está soñando y hasta recuerda ese otro que tuvo en el mismo lugar y con el mismo escenario. Así que corrí hacia el lago para reflejarme y ver si esta vez era esa misma transformación u otra cosa. Noté que aceleraba el paso a un ritmo que no podía mantener, y que, de hecho, yo ya no quería andar, pues repentinamente mi voluntad había cambiado; alguien detrás me empujaba. No veía a la persona, sin embargo creía que no era humano, sino una cosa, algo. Apenas comencé a sentir miedo cuando ya había llegado a la orilla del lago, no quise asomarme a descubrir en qué me había convertido, pero eso que estaba detrás empujó de nuevo y caí. En el sueño no sabía nadar y cuando comencé a patalear y moverme bruscamente, me sentí con una gran carga, una que no me dejaba siquiera poder flotar un poco. Cuando miré hacia abajo, una mano tenía atrapado mi tobillo y me hundía y me hundía. Y yo no veía más allá pero sabía, por esa intuición que sólo en los sueños se da, que esa mano era también parte de eso que me había tirado al lago.
Así que, al cabo de un momento de manotear y hacer intentos desesperados por zafarme de lo que me aprisionaba y me llevaba más y más abajo, quise respirar. Tuve miedo de hacerlo pero estaba desesperada por tener aunque fuera una bocanada de aire. No pude resistirme más y aspiré mientras, no sé cómo, sabía que lloraba y las lágrimas se mezclaban con el agua. Lo que sentí fue un horrible dolor en los pulmones, el agua entraba sin parar y estaba esa sensación de mil agujas encajándose una y otra vez en mi pecho. Y el cerebro, también desesperado, también revuelto de ideas esperando tener oxígeno y sólo consiguiendo agua, no me dejaba morir, pues me mantenía con la esperanza de que subiría pronto a tomar aire. Mas no podía subir, no podía agarrar aire y no podía morir. Y cada vez me hundía más y más y el agua entraba y entraba y el dolor de las agujas se acrecentaba. Sentía que me desvanecía y aún en el desvanecimiento estaban esos golpes en el pecho y ya hasta en el estómago que lo tenía lleno de agua. Luego comencé de veras a morirme hasta que quedé en un espacio negro. Después desperté.
Otra noche me soñé de nuevo frente al lago, pero esta vez no había nada que me empujara y es cierto que tampoco hice lo posible por correr, simplemente me quedé parada observando el agua que no se movía y ese misma estabilidad me trasmitía un poco de miedo, o tal vez de respeto. De alguna manera pensaba que el lago no era lago sino más bien unas fauces abiertas dispuestas a tragarme y escupirme en la muerte o en la otra vida. Decidí sentarme ahí donde me encontraba y no dejar de ver el panorama en todo el rato que estuviera ahí. Vi el alba y el ocaso reflejadas en el agua, y en verdad que era bello, en verdad que el lago tenía su lado hipnótico, su lado hermoso, pues los colores se reflejaban en él como en ninguna otra parte he visto, el amarillo, el anaranjado, toda esa fusión eran de una majestuosidad que dudo alguien haya podido observar.
La siguiente vez que me soñé en el lago, decidí sentarme de nuevo para poder ver en él los más bellos atardeceres. Y el lago me los regaló. Sentí entonces que ahora debía de mirar mis manos y mis piernas, porque yo traía vestido y podía observarlas. Descubrí que de mí también se desprendían los colores del atardecer porque las tonalidades de la tarde se reflejaban todas en mí. Supe que me había convertido en parte del lago y que yo no era yo sino una gota que le pertenecía.
Así que hubo días en que esperé la noche para convertirme en agua y reflejar todo lo que arriba de mí estuviera. El cielo de un azul profundo, o el sol fulgurante y tan amarillo como pocas veces se ha visto. Y yo disfrutando tanto de todo porque veía el astro sin tener que cerrar siquiera un poquito los ojos.
Cada vez me sentaba más cerca del lago. A partir de cierto momento creí que lo que antes había pensado que eran fauces quizá en realidad no lo fueran, sino que más bien era un ojo el que yo veía, un ojo de un gigante que estaba viendo en otro lugar y en otra vida, el alba y el crepúsculo, y yo podía ser espectadora, yo le podía ser fiel, yo podía llegar todos los días o todas las noches y él me dejaría ver a través de él.
De todas las veces en que comencé a ser parte del lago, sólo hubo una en que miré a personas que no conocía y que también se reflejaron en mí. Me veían con caras atónitas y tristes pero yo sabía que no me veían a mí como gota sino a todo el vasto lago. Entonces me pregunté si acaso más personas habían sido atraídas y si esas gotas que yo veía como gotas no eran en realidad otra gente de otras realidades.
Hubo una tarde, una tarde, pues, en el sueño, porque era de noche para mí, en que el lago lucía de nuevo estático y esta vez no reflejaba nada. Tampoco yo lo hacía. Me atreví de nuevo a ver más allá del lago sin ser ya el lago y lo que vi fue un cielo azul que el lago no reflejaba. No entendí por qué y quise correr para revivirlo, porque tenía la impresión de que era probable que hubiera muerto ese ojo, ese gigante, esa persona. Estaba a la orilla pero tenía la sensación de que debía sacudirlo como cuando se tiene a alguien enfrente y éste se halla en un estado de somnolencia en la cual no se quiere dejar caer más. Pero yo no podía sacudir el lago. A un lado vi un frondoso árbol del cual nunca me había percatado, quise arrancarle una parte y con eso mover el agua, pero era tan grande su tronco y se elevaba tan a lo alto que me pareció ancestral y no quise perturbarlo. Además había algo que me decía que, aunque hiciera eso, el lago no despertaría. Me quedé triste y triste me desperté.
Después dejé de soñar con el lago y a mí mente nada venía acerca de cómo debía de atraerlo, no obstante que si lo lograba, no sabía qué hacer si se hallaba de nuevo estático. Súbitamente una noche volví a soñarlo, y el agua ahora era negra igual que el cielo y que el árbol. Lo demás era como una paleta de tonos grises claros y oscuros que se fusionaban con el negro de las formas. Me acerqué de nuevo a la orilla y no se me ocurrió otra cosa que llorar. Lloré mucho. Y cuando algunas de mis lágrimas tocaron el agua, vi que surgieron un poco las tonalidades del atardecer, como si hubiera echado pinturas de colores en un fondo negro. Entonces mi alegría fue mucha, porque sabía cómo revivirlo, pero también sabía que, si quería hacerlo, tenía qué seguir llorando. ¿Y cómo lograrlo?
Así que después de mucho pensar lo decidí. Una de las veces en que dormía, el lago volvió a presentarse y yo caminé resuelta hacia él. Le dije en voz alta que ahora sabía cómo revivirlo y que juntos volveríamos a reflejar los hermosos colores. Me sumergí entonces y mientras me dejaba llevar hacia lo profundo, aunque esta vez sin que una mano me jalara, tuve esas ganas imperiosas de querer respirar. Pero no lo haría. Así que me seguí resistiendo a pesar de que mi cerebro me hacía malas jugadas para lograrlo. Comencé a llorar, y cuando lo hice, mis lágrimas que se mezclaban con el agua del lago despidieron los más bellos tonos, y yo seguía llorando y llorando y el lago brillando y brillando cada vez más y parecía que hasta sonreía. Vino de nuevo el dolor en el pecho y eso me hizo llorar aún más y entonces más tonalidades se escaparon y el lago por fin pudo reflejar de nuevo el atardecer y ya no sólo el cielo sino también los astros del universo y yo pude verlo porque ahora sí era parte de él y le pertenecía de forma completa y pude entender también justo antes de que muriera que todas aquellas veces en que vi los más tiernos panoramas hubo alguien que se sacrificó para que pudiera hacerlo y le agradecí infinitamente mientras dejaba que la más hermosa de las muertes me tomara entre sus brazos. Porque esas gotas no eran gotas sino también personas de otras realidades que venían aquí a alimentar el lago porque el lago era demasiado bello para morir y nosotros todo lo contrario para seguir viviendo.
De pronto desperté, pero desperté arriba del árbol, posada sobre el lugar más alto, y a pesar de que estaba sobre lo más alto podía verme allá en lo bajo. Entonces comencé a gritarme a mí misma que por favor no llegara al lago, que por favor nadie me dejara llegar al lago, ni a este ni a ninguno, mas yo caminaba y caminaba y de pronto vi algo detrás de mí empujándome, y ese algo también era yo. Me decía que temiera de todos los lagos del mundo porque a pesar de saber nadar me iba a hundir en alguno. Porque así sería mi muerte, ese era mi futuro, el gigante me lo había mostrado a mí y a otros cuantos, a todos, tal vez, los que estaban debajo de mí en el árbol, pues quizá como las gotas que eran diferentes personas, así las hojas eran también diferentes humanos.
Tres de nosotras y a la vez la misma y no sólo la misma sino que creí por un instante que el ojo del gigante era en verdad mío y estaba viendo a veces la oscuridad y a veces todas las luces y las tres sabíamos que el lago podía ser muerte porque algo nos lo decía, pero cuando escuché por primera vez la voz como de un hombre de edad avanzada atronando en todo el mundo que era lago y el árbol y nada más diciendo que aún había esperanza de que reaccionara y que tuvieran paciencia supe que el lago también podía ser vida y podía ser nosotros yéndonos a otra parte.
Sé que una de estas noches el lago vendrá de nuevo a buscarme tratando de que me arriesgue y sé que me convencerá de arriesgarme. Sin embargo sé que tú me quieres aquí y por eso te lo digo. No quieres que lo haga,  entonces no dejes que me duerma y mientras esté despierta tampoco permitas que me sumerja en alguno. Te doy mi juramento. Te lo digo otra vez, te lo digo, pero tú también júrame que no me dejarás ir ya nunca más al lago.

martes, 8 de agosto de 2017

Poesía: Hicimos que este país...

Por: Chary Gumeta





Hicimos que este país
Brillara de una forma diferente
Con un resplandor rojísimo
Como las mismas llamas del infierno.
 

Hicimos que este país
Se inundara de lágrimas
Para que tuviera un mar
Donde nadaran los muertos.
 

Hicimos que este país
Se tapizara de cadáveres
Porque aquí la ejecución
Construye los días.
 

Y eso, tristemente,
Nos puso en los ojos del mundo.




Chary Gumeta [María del Rosario Velázquez Gumeta] es una poeta y promotora del arte chiapaneca. Cuenta con una Licenciatura en Letras Latinoamericanas y una Maestría en Educación. Su obra se ha publicado en revistas nacionales e internacionales, y fue incluida en la antología Voces Chiapanecas, editada por el Consejo Estatal para la Cultura y las Artes de Chiapas. Es autora de volúmenes de poesía, libros de investigación histórica y textos de difusión cultural. Ha participado en diversos festivales de poesía en México y el extranjero, además de haber organizado diversos festivales culturales y de poesía, así como exposiciones plásticas con artistas nacionales y extranjeros. Como promotora, realiza eventos de arte y literatura en diferentes lugares de México y otros países. Ha contribuido a la relación cultural de algunos artistas extranjeros con Chiapas a través del intercambio. Actualmente es coordinadora del Festival Internacional de Poesía Contemporánea SCLC y de Literatura en el Festival Multidisciplinario Proyecto Posh.