lunes, 31 de octubre de 2016

Literatura: Sobre la figura de Prometeo en el Frankenstein de Mary Shelley (ensayo)

Por: Karim Yaver

Mary Wollstonecraft Shelley
Viktor Frankenstein, al igual que el mítico Titán, se eleva a alturas insospechadas y toma —arrebata más bien, transgrediendo las reglas, las más fundamentales, las que no deberían de romperse— el fuego de los dioses, lo lleva consigo a la tierra y lo ofrece a los primitivos hombres. Ambos personajes —cada uno en su propio mito— son condenados: el hígado de Prometeo, por un lado, será devorado hasta la eternidad por un ave de rapiña (dependiendo de la tradición puede tratarse de un águila o de un buitre) mientras yace encadenado a una piedra; Frankenstein, por el otro, es sentenciado a arder en el mismo fuego que en un inicio él procreó: el monstruo (su monstruo, su creación) lo hará pagar destruyendo a aquellos a los que ama, en especial a Elizabeth, a quien finalmente reclama como suya. No obstante estas similitudes, existe una diferencia esencial entre uno y otro: aunque Prometeo debe cumplir un castigo, su acción al final beneficiaría a los hombres: al acceder al fuego, éstos crecerían como especie y en algún momento llegarían a sentirse similares a los propios dioses (el doctor Frankenstein es un claro ejemplo). Viktor, sin embargo, no ofrece a la humanidad beneficio alguno; por el contrario, lo que ofrece es una condena, un peso, un castigo que otros compartirían: sí, su monstruo ha decidido hacerlo pagar, pero, al mismo tiempo, tras ser recibido con desprecio y horror por una sociedad a su vez despreciable y horrorosa, se ve en la imperiosa necesidad de hacer pagar a la humanidad entera: no hará miramientos ni se tentará ese corazón que no le pertenece antes de estrangular a un niño o de hacer caer en la desgracia a una inocente.
Ahora, una duda podría surgir de lo anterior, duda que apuntaría justo a la génesis de la obra: de entre tantas figuras míticas, ¿por qué Mary habría elegido justo la de Prometeo como paralelo simbólico al personaje principal de su novela? Se puede responder, con anticipación a lo que sigue, que esta decisión no se dio por casualidad. Su marido, Percy Bysshe Shelley, fue el autor de un enorme (no por su extensión, sino por su calidad) poema dramático, llamado Prometeo liberado. Para Percy, la figura prometéica era fundamental. Él y Lord Byron —amigos cercanos, por cierto— pueden considerarse dos de los grandes arquetipos del poeta romántico: éste, aventurero y enamorado; aquél, filósofo y enigmático; ambos en respuesta violenta contra lo establecido; ambos tendiendo a la destrucción de la norma; ambos ateos y blasfemos; ambos rebeldes en el sentido del héroe que no se atiene a las jerarquías. Byron lo encarna en su obra —Caín, Don Juan— y cuando se embarca rumbo a Grecia para luchar por la libertad de los helenos contra los turcos. Percy, quien muere siendo muy joven y sufre de mala salud, lo encarna sólo en el papel: Prometeo significaba para él la figura que se revela contra el tirano, que busca la libertad propia y de los hombres (en consonancia, un poco, con el Satán miltoniano), que debe destruir para empezar a crear; Prometeo es también el que debe ser redimido al final.
Percy Bysshe Shelley
La más grande obra antigua sobre el Titán que ha sobrevivido hasta la fecha, la tragedia del Prometeo encadenado de Esquilo, cuenta lo que ya sabemos: el robo del fuego y el castigo divino. Estudios filológicos han señalado que ésta originalmente era el inicio de una trilogía (Prometheia), la cual culminaría con la liberación de Prometeo y su perdón por parte de Zeus. Las otras dos obras se perdieron. Percy estaba enterado de todo ello, pues su poema, lo dejaría bien claro, es una culminación a la tragedia del griego. Pero Percy no era Esquilo, un dramaturgo respetuoso de los dioses; Percy era lo que años después Verlaine llamaría un «poeta maldito». Por lo tanto, Percy tendría que llevar las cosas un poco más lejos: en su Prometeo, éste, al igual que en el de Esquilo, sería liberado, si bien, en contraste, no obtendría (ni desearía) ningún perdón divino: Prometeo, apoyado por otros titanes, hombres y dioses, se levantaría contra Zeus y haría caer su tiránico mandato.
Mary y Percy fueron un matrimonio, hasta donde se tiene constancia, bastante unido, cercano, no sorprende entonces que el tema que tanto lo obsesionaba a él, ella lo terminase adoptando. Sin embargo, como hemos podido ver, Mary lo aborda desde su propia y muy particular manera: ella, menos idealista que su esposo y con la vista mucho más fija en el horizonte de su tiempo, considera que, en este mundo «moderno», aquél que busque arrebatar el fuego a los dioses no puede esperar otra cosa que quemarse en él, y, posiblemente, morir ardiendo víctima de su propia injuria.

"Prometeo encadenado". Rubens & Snyders. Óleo sobre lienzo, 242,6 x 209,5 cm. Alrededor de 1611

Literatura: Destazando a El castillo de los Cárpatos/ Las indias negras/ Una ciudad flotante

AUTOR: Julio Verne (1828-1905)
PAÍS: Francia
EDITORIAL: Editorial Porrúa, S. A.
COLECCIÓN: SEPAN CUANTOS # 361
EDICIÓN: 1982. Primera edición.
ISBN: 968-432-727-7

PÁGINAS: 257

He aquí reunidas tres obras de Julio Verne, quizá no muy conocidas dado que principalmente escribía sobre aventuras y divulgación científica, pero sí importantes ya que son de sus pocas novelas que se pueden considerar como opciones a recomendar dentro de la literatura gótica.

Cualquier amante del género gótico debería saber que fue Horace Walpole (1717-1797) quien convirtió a El castillo de Otranto (1764) en la novela precursora de dicho movimiento literario. Sin embargo, la tacañería narrativa de Walpole -o escueta habilidad descriptiva si se prefiere- priva al lector que exija laboriosidad en cada párrafo de sentirse apresado por la historia. Para nuestra fortuna y regocijo, las dos primeras novelas que se destazan aquí cumplirán con creces con ese objetivo, en especial Las indias negras.

domingo, 30 de octubre de 2016

Poesía: Páramo

Por: Naz



Amaneció.
Alumbra la aurora tu espalda... purpúrea, carne lacerada.
Sus labios te muerden con frenesí, su caricia arde con frialdad teatral.

Matan la sed con sus poros, que gotean.
Ángeles desencajándose las alas, en un exterminio bilateral... mutuo.

Hiede a oxido y clavo, a sangre vertida, al tabaco de mi cigarro que cruje.
Alma marchita entre los árboles, agonizando en el bosque; la presa extendida.
Su cabello de ébano enredado en mi puño.
Un sutil gimoteo orientará a las aves de rapiña.

El todo y la nada,
Caótico, la condena de no poder olvidar sus ojos tristes, sus ojos exánimes.

Poesía: Mi amor se muere


Por: Luisa Chico



Mi amor se va disipando como la bruma
a impulsos del viento de tus silencios. 
Se disuelve en el salitre de tu ausencia.  
En el aroma del café amargo que la soledad adereza. 

Mi amor no tiene el impulso de tu voz,  
la calidez de tu abrazo, 
la luz de tu sonrisa,  
ni el aliento de tu mirada, 
porque estás lejos y lejos te siento. 

Mi amor se va muriendo 
con tus ausencias prolongadas, 
tus silencios distantes, 
tus ojos tristes, 
tus sonrisas obligadas, 
y en la expiración de tu ternura. 

Mi amor ahora mismo… duele.


miércoles, 26 de octubre de 2016

Literatura: Muerte y manuscrito de un nadie (cuento)

Por: Rigardo Márquez Luis


Siempre he considerado las ojeras una señal nítida de humanidad, pues ninguna criatura en toda la creación racional puede dormir en completa tranquilidad. Nadie que haya pisado los caminos del saber puede descansar el alma sin morir en el insomnio. Todos los pensantes escuchan susurros, canciones, voces ulteriores, cuando tienden el templo terrenal sobre la suave caricia de la medianoche. No se diga menos de los amantes, ásperos nubarrones circundantes de la corola idealizada que, en nombre de la musa palpitante, estallan en el silencio por la amorosa encomienda. Y estamos los imaginantes, señores de las posibilidades improbables, mortales con la brújula normal extraviada, reyes de la versatilidad alternativa.
He de hablar con el decoro de mi enfermiza tristeza, sumergida en ese pesar de existir en una realidad: una terrible (si me permiten decirlo), que depende de las horas, de la producción, de la esclavitud laboral. No sé quién fue el que categorizó la totalidad humanística en explotados y explotadores. Pero cierto es que algunos hombres sólo nacimos para describir las manifestaciones de los sentidos, para entender el lenguaje de la locura y la genialidad. Quizás, para aspirar a una cierta empatía colectiva por soñar con una belleza nunca antes percibida, palpada o proyectada.

lunes, 24 de octubre de 2016

Literatura: El Barranco (relato)

Por: Luis Alejandro Ortiz

Resultado de imagen para cuervo bruja




Al lector:

No lea el relato los martes ni los viernes,

Ni los días de blanca luna

ni en cálidas noches

O en olvidados pueblos:

 ellas escuchan.



Habría sido una fresca mañana de noviembre cuando el viejo pueblo de San Jerónimo, plantado junto al arroyo, descansaba tranquilo. Si bien es sabido que sus días eran casi siempre alegres, el objetivo de esta historia no es mostrar la paz y la humedad de aquel viento plagado de alegría y de olor a flores, de aquel pueblo que muy temprano al alba despertaba al día y llamaba al Sol para que alumbrara la Tierra, sino de relatar la desgracia que en uno de esos frescos días a las faldas de las montañas sucedió.

Esta vieja mujer de largas trenzas y limpios vestidos, madre doce veces, única y entregada esposa, de numerosos hermanos como es común verles allá, y dedicada al hogar y a la caridad que Nuestro Señor, intercediendo mediante el cura, le encomendaba, se levantó primero aquella mañana al séptimo cantar de los gallos.

viernes, 21 de octubre de 2016

Literatura: El chubasco (cuento)

Por: Damayanti Zepeda

"Portrait of a Girl" de Alexej von Jawlensky (1909)

Eloísa Núñez estaba sentada frente a su ordenador, tecleando incesantemente letras que no articularían nada interesante al convertirse en oraciones. Su café se había enfriado y afuera un chubasco amenazaba con inundar media ciudad; ella no lo había notado, y si lo hizo, se conformó con ignorarlo. Cada tecla generaba un sonido único y, aunque quizás la redacción de la planeación de economía para sus alumnos de bachillerato era inconsistente y sosa, lo audible era comparable con una pequeña y simple sinfonía, pero eso también lo ignoró. Lo único que no ignoró fue el timbre insistente de alguna impertinente visita. Eloísa no esperaba a nadie y, más aún, ninguno de sus conocidos sabía con exactitud la dirección de su apartamento; pero eso también lo ignoró.
Abrió la puerta y frente a ella descubrió a un muchacho, veinteañero quizás, que portaba en el hombro una iguana con un impermeable amarillo. Ella no supo qué le sorprendió más: el hecho de que un niño llamase a su puerta; el hecho de que este niño estuviese empapado hasta el tuétano y su cuerpo ni siquiera se molestara en hacérselo notar; el hecho de que pensara que era un niño, pese a que la diferencia de edades era probablemente menor a diez años; el hecho de que la iguana llevara impermeable amarillo y su dueño no vistiera ni un suéter de lana; o el hecho de que en su conjunto, toda esa imagen, era absurda.

Poesía: Un 27 de noviembre

Por: Italia Kieslowsky


Remedios Varo, "La llamada"

Al volar la voluptuosidad es bella. EL sueño de vuelo es el sueño de un seductor que seduce.
GASTON BACHELARD, EL AIRE Y LOS SUEÑOS, El sueño del vuelo.


Te crecen flores de melancolía en la mirada
despiertas a mitad de tu sueño y estoy yo.
Desde la sombra de los tiempos
me asedian tus párpados luminosos
donde la vida es costumbre de filigranas de muerte.

Todo es sueño y tus manos se aferran a las horas
con las piernas dormidas y un gemido de letras.
La eterna vieja sombra cronometra nuestras pasiones
mientras alipesados vuelan los libros…
Y se suicidan de pecados los principios.

Se aposenta en el lecho de un instante el futuro
y tú sueñas que la sabiduría es cruel y precisa.
Que los esquejes se plantan para dar palabras.
Y que los pulcros vidrios nos espían…
Cuando el amor cuelga del silencio.

Mis conceptos son esclavos inefables del amor
en un mar de sueños que es la eternidad.
Y nuevamente las mismas imágenes de siempre:
vientos desnudos que descienden a la tierra,
y tiempos que les crecen rebeldes segundos…

Instantes de días y noches dichosas
orgasmos que se quedan dentro del corazón.
La quietud maestra del mutismo…
El onirismo de la vida donde amar es volar
y el amor de tus ojos pesados y somnolientos.

Miradas que tejen serenidades filosóficas.
Geometrías del sol en la memoria del espacio
de la encrucijada de tu espalda “marivientos”.
Que cuente el reloj la dicha del tiempo,
un año más diluido en nuestros cuerpos.

jueves, 20 de octubre de 2016

Literatura: El último movimiento (cuento)

Por: Antonio G.

Ya habíamos escuchado hablar de ellos, pero ellos nunca habían escuchado hablar de nosotros. Hasta hoy. De ellos sabíamos que eran algo así como una banda de criminales: gente contratada por otra gente para eliminar a más gente. Suena extraño, pero es cierto.
La primera vez que oímos lo que hacían, nos pareció demasiado violento, sanguinario, aunque lleno de misericordia al mismo tiempo: terminar con un dolor que nosotros no podíamos acabar. Se rumoraba que eran cuatro personas las que trabajaban en ese feo asunto, pese a que otros decían que eran siete, y algunos más que en verdad era sólo uno. A nosotros no nos importaba la cantidad, sino el final asegurado que tenías una vez que los vieras frente a ti: la muerte.
Los rumores decían que cuando ellos se presentaban, tocaban con amabilidad la puerta. Uno podía ponerse en alerta desde ese momento, porque en la comunidad vivimos pocos y nos conocemos todos, nos llamamos por nuestro nombre y gritamos mucho, gritamos sobre todo cuando llegamos a la entrada de una casa y queremos que alguien salga. No es necesario tocar, pero si lo hiciéramos, también deberíamos de tener sumo cuidado porque las puertas son de ese material que no aguanta mucho los golpes. Y esto es como una regla: gritar, no tocar. Nadie quiere tumbar un pedazo de la casa del vecino. Pero ellos, ellos sí tocaban porque eran ignorantes de esto que todos sabíamos; o quizá sí lo sabían y era su manera de anunciarse, su simple carta de presentación: golpear la puerta con el cuidado de quien toma en sus manos una rosa marchita. Y nosotros éramos la rosa. Estábamos muriendo desde hace tiempo, sin saberlo. Ellos sí lo sabían y por eso tenían el cuidado.

lunes, 17 de octubre de 2016

Literatura: 11 de octubre (relato)

Por: Henry Pantoja Castellanos 

Doris Salcedo, "Sumando Ausencias", Plaza Bolívar, 2016



«BIENAVENTURADOS
Los heroicos
los desaparecidos
los torturados
los enterrados en
algún lugar desconocido
en la montaña
los repatriados de
algún lugar del mundo
los clandestinos cubiertos
por una bandera proscrita
los que bajan muertos río abajo
con un disparo en el corazón
los asesinados en despoblado
en masacres a mansalva
los acribillados con
alevosía y sevicia
así en la paz como en la guerra».
«BIENAVENTURADOS II» Antonio Acevedo Linares


Ya habían transcurrido más de cincuenta años de dolor, desespero, llanto y un sinfín de emociones que acaban y derriten la vida de cualquier ser humano, más de cincuenta años de sentir, ver y escuchar las bombas que explotaban; los noticieros que repetían una y otra vez que no se tenía una cifra exacta de muertos o desaparecidos. Más de cincuenta años donde madres, padres, hermanos y demás familiares aún buscaban a sus seres queridos.

Apartadó, Tibú, Barrancabermeja, El Castillo, Fundación, Catatumbo, Buenaventura, Sonsón entre muchos, muchísimos más lugares donde se han sufrido las masacres, desplazamientos, amenazas, torturas… Una nación que vista de otra manera, ha sido por mucho tiempo el más grande campo de concentración, un gran pedazo de historia, una historia violenta y sangrienta desde sus inicios.

Un once de octubre, se desplegaban más de siete kilómetros de tela en una plaza, en una capital que ha visto el dolor, aunque nada parecido a aquellos pequeños pueblos. 
Tela blanca, agujas e hilos que representaban la memoria de una república asustada, contradictoria, llena de rarezas y sangre de familiares nuestros y ajenos; el vivo Macondo del que una vez el maestro Gabriel García Márquez escribió, con la certeza de que hablaba de una tierra que le dio las espaldas.

La gente pasa y pisa una y otra vez las telas, no se pregunta qué sucede, tela blanca un once de octubre, tela ignorada como la historia de quien sufre y lo olvida, sufre y lo olvida una y otra vez.

A lo lejos una voz, «aguja, aguja e hilo que mi hijo no ha aparecido», es la voz de doña Leonora, o quizá, de la señora Fátima, yo qué sé; es una víctima más que entendió el mensaje y que escribe una historia, la recuerda y la comunica; es una bomba en la plaza de su pueblo, es las lágrimas de todas las madres que todavía buscan a sus hijos.

Bordan, en un tono gris, los nombres de quienes ya no están y no dejarán ir hasta saber qué les pasó. En un tono gris cenizo, casi difuso, dando un mensaje de lo efímero que es la memoria en un país que sigue adelante, pero que no deja piedras en el camino como Hansel y Gretel. Ellos, los sin memoria, son el verdadero dolor, los verdaderos provocadores de la guerra intenta, las bombas que destruyen lo intangible, el escupitajo a suelo sagrado.

A lo lejos, y entre los aleteos de las palomas, se escuchan voces pidiendo hilo y agujas, hilo y agujas. No son las voces de quienes siguen vivos, son las voces de los desaparecidos que claman no olvidar, que imploran que se les recuerde.


No sé cocer, pero puedo recordar. 


Barranquilla, Colombia, 2016

Literatura: Lourdes (cuento)

Por: Norma Barroso

A mitad del muro, en la parte mas alta, el reloj de madera marca las 7:30 pm. Los rayos crepusculares se asoman tímidos por la ventana, dejando ver en su paso una tenue neblina formada de polvo y pelusas que levanta la brisa que produce el ventilador del techo.
En el enorme espejo situado en la pared contraria, al centro de una habitación vacía, su voluptuosa silueta surge; brazos y piernas estirados, colocados cuidadosamente en posiciones imposibles; pequeños y delicados movimientos contorsionan cuello y demás articulaciones. De pronto, proveniente de la esquina derecha, una melodía se escabulle  de un viejo y sucio aparato.
Primero el braceo: manos elevadas en el aire se agitan suavemente, los dedos trazan misteriosos símbolos en la nada, luego bajan de a poco hasta rozar su cuerpo. Los pies comienzan un lento zapateo; desplantes constantes al unísono con el ritmo de la música.
Braceo, taconeo, jaleo, escobilla,  no hay dicha más divina que ver tensar los músculos de sus muslos. Contratiempo: el ritmo acelera como sus movimientos, otra escobilla, una mudanza seguida de balanceo y bien puede uno perderse sin remedio en el vaivén de sus caderas.
Cuando la humedad se hace presente, baja lento por el cuello, sigue su camino por la espalda y el pecho. Arriba de su mirada concentrada, penetrante, su frente sangra esfuerzo y la corona.
En el clímax: fuerte convulsión, escobilla y palmeo, un recio desplante acompaña el final. La mano temblorosa queda suspendida, ningún otro sonido, únicamente un jadeo profundo se percibe y el ambiente húmedo hace estragos en la psique del espectador anónimo.
El reflejo quieto del espejo pronto se difumina junto con la oscuridad de la noche recién llegada; así la materialización de la fantasía concluye, en el tibio aliento de un suspiro.

Fabian Perez. "Flamenco"



jueves, 13 de octubre de 2016

Literatura: Dylan, ¿literato?

Por: Karim Yaver


A grandes nombres como Rudyard Kipling, Maurice Maeterlinck, William Butler Yeats, George Bernard Shaw, Thomas Mann, Gabriela Mistral, T. S. Eliot, William Faulkner, Albert Camus, Yasunari Kawabata, Gabriel García Márquez, Naguib Mahfuz, Octavio Paz, Wislawa Szymborska, Günter Grass, Doris Lessing o Mario Vargas Llosa, entre muchos más, el día de hoy, 13 de octubre de 2016, “por haber creado una nueva expresión poética dentro de la gran tradición americana de la canción”, se une el de Robert Allen Zimmerman, mejor conocido como Bob Dylan, cantante, compositor, artista plástico y poeta norteamericano, figura influyente dentro de la música y fuera de ella, poseedor de un estilo único que ha evolucionado a lo largo de los años y que ha culminado con el nombramiento del Nobel de Literatura de esta jornada que, por cierto, no ha escapado a la polémica.
Robert nace en el seno de una familia judía de Minnesota el 24 de mayo de 1941, nombrado en hebreo como Shabtai Zisl ben Avraham. Poco más que decir de él. Pero ¿quién es Bob Dylan (que por cierto toma el “Dylan” del poeta galés Dylan Thomas)? Bob Dylan es la figura, el músico-poeta casi mítico que se escapa, tanto al que escucha como al que lee sus letras. Bob Dylan es el autor de Tarántula (1966), un poemario-confesión en el que expresa un poco de sí explotando una prosa poética que pocos autores (escritores de oficio) reconocidos han sabido alcanzar. Es el músico que ha lanzado al mercado 36 álbumes de estudio. Es también el artista detrás de numerosas obras pictóricas que tampoco desmerecen. Es el músico de folk de sus inicios, es el músico de rock rebelde y contracultural de los 70’s, es el redimido cristiano de los 80’s, es el asentado y sereno Bob Dylan de los tiempos recientes. Es, en fin, un personaje que ofrece suficiente como para echarle muchos vistazos, y aun así quedarse corto.
Pero, ¿por qué a pesar de su sorprendente currículum para muchos es injusto, o ridículo, o simplemente inverosímil que Bob Dylan haya ganado el Nobel de Literatura? Su oficio no es esencialmente el de escritor. Sí, es cierto. Pero es un poeta. Aunque también es músico. Músico, esencialmente músico, no poeta ni literato. SÍ. Y NO. ¿Nos estaremos centrando en su papel como músico dejando de lado un poco su obra literaria, no considerando a su vez que de hecho dentro de sus trabajos musicales hay literatura?
Además del ya mencionado Tarántula, en el 2004 publica Crónicas. Volumen 1, la primera parte de su autobiografía. Dos libros. Pocos libros. No obstante, tenemos también que a lo largo de los años ha recopilado constantemente las letras de sus canciones publicándolas en diversos volúmenes a manera de poemarios. Y no hay que olvidar que es esta última la razón por la que se le declaró como ganador: sus canciones, lo decimos una y otra vez, son poesía. Y si a esto le agregamos que hace unos años se publicó un libro (The Lyrics: 1961-2012) de mil páginas, conteniendo todas sus letras libro que, por cierto, pesa 6 kilos, entonces, nos volvemos a preguntar: ¿pocos libros? O, mejor aún: ¿poca literatura?
Kjell Espmark, presidente del Comité Nobel de 1988 a 2005, en su obra El premio Nobel de Literatura: Cien años con la misión (Nórdica), señala que por “literatura” se entienden “no sólo trabajos puramente literarios sino también otros escritos que por la forma de presentarse posean valor literario”. El día de hoy, la secretaria de la Academia, Sara Danius, dijo: “Si miramos miles de años hacia atrás, descubrimos a Homero y a Safo. Escribieron textos poéticos hechos para ser escuchados e interpretados con instrumentos. Sucede lo mismo con Bob Dylan. Puede y debe ser leído”. ¿Es la canción un tipo de literatura? El comité parece decir que sí. Yo creo que sí.  
Y ahora, ¿hay algo más detrás de la decisión, más allá del mero reconocimiento literario (porque entonces sí, Bob Dylan sería un “literato”), que cargue con algún peso político, mercadológico, económico, etc.? Probablemente. No olvidemos tampoco sin demeritar el valor de Dylan, ni de ningún otro ganador, reciente o pasado que los Nobel responden a intereses. En la mayoría de los casos, editoriales; en éste, discográfico (de ahí el que sorpresivamente no se haya nombrado a Murakami aún como ganador del premio; tal vez consideren que no hay necesidad, las ventas de sus libros ya son de por sí enormes). Casi podemos ver las estrepitosas alzas en las compras de discos de Bob Dylan (porque pocos se van a interesar por comprar sus libros, aún si la secretaria Danius dice que debe ser leído).
Últimas cuestiones: ¿se merecía Dylan el Nobel? Creo que sí, en tanto que se merecía el reconocimiento de su obra como literatura. ¿Algún otro autor se lo merecía más que él? Probablemente. Adonis, Roth, Kundera, ¿quién sabe? El caso es que él lo ganó y que no es la primera vez que se le premia como poeta, como literato: en el 2007 ganó el Príncipe de Asturias. En el 2008 el Pulitzer. Además, es miembro honorífico de la Academia Estadounidense de las Artes y las Letras. Hoy es también el Nobel de Literatura. ¿Qué significa esto para el futuro? Ya lo veremos. El año pasado ganó una autora por su obra esencialmente periodística (aunque con valor novelístico). Beckett y Fo lo ganaron hace algunos años también, “a pesar” de lo arriesgado de sus propuestas teatrales. De nuevo, ¿qué sigue? No niego que el Nobel en gran medida va moldeando las producciones literarias que surgen y han surgido, pero tampoco es del todo definitivo y no debería de serlo. La literatura seguirá su curso. No es nuevo el verla asimilada a la música, bien podría ser una vuelta extraña (porque es extraña, al día presente) a la tradición: en la antigüedad, los poetas cantaban sin ánimos de escribir, hasta que llegaba alguien y recopilaba lo cantado. Hoy, lo cantado ya está recopilado, ¿qué sigue sino hacerle caso a la secretaria, y leerlo? Porque ya lo dijo Octavio Paz (creo que fue él) alguna vez, la principal valía de los Nobel y es que establecer peligrosos cánones a los escritores con el fin de ganar el “prestigioso” reconocimiento que ofrece, no es en absoluto un favor a la literatura; tal vez habría que pensar en quitarle un poquito de atención a la Academia es hacer leer a la gente a autores desconocidos. Dylan no es para nada desconocido (como músico), pero ¿quién se ha detenido a leer sus cientos de letras, quién sabía de Tarántula o de las Crónicas? Ésta es una buena oportunidad para hacerlo y así descubrir que, detrás de los millones de discos vendidos, detrás de esa imagen cambiante, detrás de ese nombre estruendoso, hay algo, y ese algo es, ciertamente, poesía.