miércoles, 28 de septiembre de 2016

Literatura: Del pueblo a la ciudad (relato)

Por: Henry Pantoja Castellanos
«Nighthawks». autor: Edward Hopper, (1942).


Recuerdo la vida en aquel viejo pueblo, era tranquila, feliz, era un paraíso caluroso pero jamás desesperante.
Aquellos manglares donde las aves llegaban a hacer sus nidos. Podía observar cómo dejaban sus huevos con total tranquilidad mientras iban por comida. Y las noches, las noches eran maravillosas. A las siete, cuando el sol le cedía el lugar a la luna, todo era muy oscuro, lo que permitía que el firmamento se pudiese apreciar en todo su esplendor. Las brisas eran frías y traían un sonido particular. Los ancianos del pueblo decían que eran palabras de amor y de aliento por parte de nuestros seres queridos que ya habían partido.
Recuerdo las luciérnagas y lo majestuoso de su luz parpadeante, era como encontrarse cerca de las estrellas y que ellas tratasen de comunicarme algo en un lenguaje tan misterioso para ti, pero aún así muy hermoso.
Cuando vine a la ciudad todo era tan distinto.
Árboles como de adorno. Concreto por todos lados. Asfalto, edificios, gente corriendo de aquí allá, y la noche… jamás era de noche en la ciudad.
Caos, desastre, desesperación. El viento te golpea como apartándose de tu camino.
Las personas no eran como en el viejo pueblo donde por la mañana salías a llenar tus pulmones de aire fresco; en la ciudad tus pulmones se invadían de ruido. Nadie apreciaba el silencio… este no existía.
El viejo pueblo me arrullaba, la ciudad me golpeó y me volvió con ella.
El viejo pueblo no era más que aquellos ojos oscuros con una pequeña luz brillante. Tú eras la verdadera noche llena de luciérnagas, pero un día partiste y convertiste mi mirada y mi alma en ciudad ruidosa.
  
Barranquilla, Colombia, 2016

domingo, 25 de septiembre de 2016

Literatura: Pesadilla (cuento), por Norma Barroso

Por: Norma Barroso

Hacia tiempo que había visto a aquel ser escabullirse por debajo de la cama de Lina, su primogénita. Le causaba horror tener que imaginar que cada noche, ese ente nauseabundo salía de su escondite y se posaba sobre el cuerpo adolescente de su hija.
Lina nunca se quejó de algún malestar o trauma nocturno, ni de ninguna pesadilla, pero todas las mañanas la notaba agotada, como si no hubiera tenido oportunidad de descansar. Él estaba seguro de que el objetivo siniestro del monstruo era arrancarle algo sagrado: su energía vital o su inocencia.
Meditó mucho la manera más efectiva de atraparlo y obligarlo a alejarse para siempre; enviarlo a los infiernos de donde había salido, sin oportunidad alguna de retorno.
La noche marcada preparó todo para la liberación: una pequeña botella con agua bendita, la Biblia abierta en el evangelio según San Lucas, un rosario enredado en sus manos, un crucifijo...
Abrió despacio la puerta de la habitación. Un escalofrío le recorrió todo el cuerpo al ver la silueta del demonio mismo aprisionando la frágil corporalidad de Lina. De pronto, el temor se convirtió en profunda ira.
Sin pensar y sin acordarse siquiera de los rituales estudiados, se  precipitó hacía el ser con crucifijo en mano y de una estocada atravesó su garganta de lado a lado.
Sangre oscura y burbujeante emergió, manchando la pureza blanca de las sábanas. La tosca y peluda creatura cayó hacía un lado de la cama. Lina se incorporó asustada, desnuda, con ojos incrédulos y llorosos. De un salto se puso de rodillas y abrazo el cuerpo inerte del monstruo. Le buscó los ojos a su padre y le aventó una mirada acusadora; después, inclinó la cabeza hasta que su boca estuvo cerca de su oído.

-Lo siento, te amo, lo siento- susurró

Con un beso en los párpados, cerró los ojos verdes de la derrotada bestia.

Johann Heinrich Füssli, 1781

miércoles, 14 de septiembre de 2016

Música: El Janitzio que Revueltas soñó

Por: Uriel Delac
 
Isla de Janitzio en Pátzcuaro, Michoacán

Dentro de la producción sinfónica de Silvestre Revueltas ha destacado por su popularidad Janitzio, pequeña obra catalogada como poema sinfónico, que el músico duranguense escribió durante una corta estancia en esa isla de pescadores enclavada en el lago de Pátzcuaro donde se dejó cautivar por el ambiente típico de tal forma que, de inmediato, concibió los temas y la estructura de la composición.

Silvestre Revueltas, fotografía de 1933
Para entender las naturaleza de la obra, habrá que recordar que Revueltas se esforzó por aprovechar todos los recursos de la técnica contemporánea para adecuarla al espíritu de los motivos rancheros típicos de México e incluirlos en sus obras.

Janitzio está concebido en forma tripartita, o sea que consta de una primera parte rápida y alegre, seguida de otra con carácter lento y contemplativo, después de lo cual se repiten los temas melódicos de la primera en una sección final que lleva a la obra a una vigorosa culminación. En esta composición y en contra de su costumbre, el autor utilizó casi textualmente algunos sones populares escuchados en la isla, entre ellos el tema principal en tiempo de vals con que se inicia a toda orquesta. Sin embargo, es un hecho que no hay en esta creación ningún afán descriptivo o de narración musical. De hecho, Revueltas le dio el nombre debido a que algunas de las melodías básicas que se escuchan en ella, fueron oídas y anotadas precisamente en ese lugar tan sugestivo.

Janitzio, por Pavel Ulianov Guzmán Macario
El mismo compositor señaló en alguna ocasión con su habitual ironía, al referirse a esta música: Janitzio es una isla de pescadores ubicada en el lago de Pátzcuaro. Dicho lago es feo. Los viajeros romanticos y sentimentales lo han embellecido con versos y música de tarjeta postal. Yo, para no ser menos, también pongo mi grano de arena en un infinito anhelo de gloria y renombre. La posteridad agradecerá sin duda estos esfuerzos pro-turismo.

El vigor y la ternura espontáneas de la música popular también fueron captadas en esta obra de manera admirable, obteniendo con la orquestación especiales efectos de melodías pueblerinas plagadas de lirismo y sencillez. Lo natural en su construcción y lo bien logrado del contraste instrumental y rítmico, hacen de Janitzio una de las de más fácil captación para el auditorio, virtud a la que se debe en gran parte su popularidad. Este espíritu de autenticidad melódica que priva en la pieza sinfónica confirma las palabras del propio Revueltas cuando expresó: Me gusta toda clase de música, incluso a veces puedo tolerar a los clásicos y en otras ocasiones hasta mis composiciones, pero prefiero la música de la gente de los ranchos y de las poblaciones chicas de mi país.

Erich Kleiber, promotor en Europa de la música de Revueltas
Escrita en 1933 y estrenada el 8 de diciembre del mismo año por la entonces Orquesta Sinfónica de México, dirigida por el autor, tuvo tal éxito que en la formación del programa del último concierto de esa temporada -para la cual el público eligió las obras que más le habían gustado entre las interpretadas durante el año- Janitzio fue la que obtuvo el mayor número de votos. Desde entonces, ha sido ejecutada en numerosas ocasiones por conjuntos mexicanos, hispanoamericanos, estadounidenses, europeos e incluso orientales, siempre con un gran éxito y la admiración generalizada del público. El inolvidable director austriaco Erich Kleiber, quien asistió al referido concierto de fin de temporada, resultó uno de los más impresionados por la originalidad de la composición, a la que comparó con alguna de Mussorgsky, debido a la sensibilidad y realismo de los temas. Es de mencionarse que Kleiber se interesó por ésta y otras obras del duranguense, presentando posteriormente un magno concierto en Viena, con la célebre Filarmónica de esta ciudad, a base de una suite que comprendía Redes, Janitzio y temas de la música para la película Ferrocarriles de Baja California con el título de Paisajes mexicanos.

Silvestre, por JClick
Silvestre Revueltas estrechamente identificado con su pueblo y sus orígenes sintió con igual pasión la vida y la tragedia de otras naciones: la lucha del pueblo español y el asesinato del poeta Federico García Lorca, este último acontecimiento que dio origen a una de sus obras maduras: el Homenaje, estrenado en noviembre de 1936. Éste fue el tributo de un mexicano a una de las eminentes figuras de la intelectualidad hispana y a la España de De Falla, de Casals, de Antonio Machado, de Unamuno y de Picasso, concebido a través de una sensibilidad especial.

La Familia Revueltas, fotografía de 1921
Como es bien sabido, Revueltas procuró, en la mayor parte de su producción, expresar el carácter indiferente y sentimental, pero siempre enérgico, alegre y sarcástico del pueblo mexicano. Nunca he usado temas populares o folklóricos, aunque la mayor parte de estos motivos que he retomado, tienen una raíz del pueblo, expresó. En algunas notas autobiográficas que dejó, hace una confesión en referencia de su concepción musical: He soñado con una música para la cual aún no se han inventado los caracteres gráficos que la expresen. Sueño con una música que es color, escultura y movimiento. Ya sé que esto puede parecer un mero juego de palabras, pero es siempre lo que trato de concretar.

Silvestre Revueltas, fotografía de 1937
Es aquí donde relata una significativa anécdota que avala sus aspiraciones creativas: Tratando de dar forma a mis imágenes escribí una composición para violín y piano y se la mostré a uno de mis profesores, quien al leerla me dijo entusiasmado: 'muy interesante, es de un estilo completamente debussiano'... ¿Debussiano? pregunté, ¿qué quiere decir usted?, 'pues que esa música se parece a la de Debussy', me contestó y observando mis sorpresa, me preguntó: '¿Es que no conoce la música de Debussy?'... Jamás he oído música de ese compositor e ignoro que exista algo semejante a lo que acabo de componer. Más tarde -explica- al conocer la obra de Debussy me percaté que toda mi música mental era idéntica, Debussy me hacía el mismo efecto de un amanecer cuya gama de colores adquiere una plasticidad táctil que se transforma, de mis ojos a mis oídos, en música plástica, música en movimiento. El encontrar a alguien que diera forma a mi mundo nuevo, me hizo sostener una tremenda lucha que se tradujo en mucho tiempo de inactividad, pues resolví no componer nunca sin crear mi propio estilo.

En la película de 1935 Vámonos con Pancho Villa
Tal era la preocupación de Revueltas en sus inicios, por la búsqueda de ese lenguaje tan peculiar, fuera de toda influencia, que al fin, con el tiempo logró plenamente y lo fundamentó en un mensaje de verdaderas raíces populares, sin caer en el falso nacionalismo. Por esta razón, expresaba así sus conceptos: Dentro de mí, existe una interpretación muy peculiar de la naturaleza. Tdoso es ritmo, el lenguaje del poeta es el lenguaje común. Todos lo entienden o lo sienten. El del pintor es el color, la forma, la plástica... Sólo el músico tiene que refinar su propio lenguaje. Para mí, la música es todo aquello junto. Mis ritmos son pujantes, táctiles, visuales, pienso en imágenes que son acordes en líneas melódicas y que se mueven dinámicamente... Por eso, cuando se posesiona de mí la necesidad de dar forma objetiva, grágfica a esos ritmos, sufro una conmoción biológica total. Es mayor el esfuerzo del parto, no por la expulsión, sino por la manera de recoger el producto y llamarle por algún nombre.

Mural de la Casa de la Cultura en Durango
La semejanza de algunas de sus obras con Debussy, Stravinsky o Varése fue totalmente involuntaria y nunca por influencia. Por ejemplo, en Planos, al interpretarse por primera vez, las opiniones se dividieron. Revueltas dijo en esa oportunidad: Algunos pensaron que era Stravinsky -quién sabe qué pensaría Stravinsky-. Como se usaron dos pianos y unos gongs, los acordes del principio y del final recordaron la sonoridad de los últimos acordes de 'Las Bodas'. Sin embargo,  no son ni las mismas notas ni los mismos intervalos. Yal vez fueron los ritmos lo que probablemente les dio mayor semejanza.

Por último, al hablar de Janitzio es imposible dejar de lado esa fuerza telúrica que muestra la pieza y que nos remite no solo a la isla del lago de Pátzcuaro, sino más propiamente a la tierra y a la naturaleza; el anhelo de vivir en ella en paz, de disfrutarla por completo, hasta el corazón mismo del ser, antes de que llegue la muerte, como irremisiblemente lo hace. En Janitzio, Revueltas vuelve a la tierra. No a la de las grandes batallas y hazañas; sino única y exclusivamente a la tierra.


martes, 13 de septiembre de 2016

Artes Plásticas: Alexei Butirskiy - El pintor de la intemporalidad

Por: Daphy

 A Night in White Satin (acrílico sobre tela | 28" X 40")

 A Rainy Day (acrílico sobre tela | 28" X 36")
Nacido en 1974, en Moscú, Rusia, Alexei Butirskiy mostró su amor al arte desde que tenía cinco años y tuvo la oportunidad de visitar una exposición pictórica en el célebre Museo Pushkin. Más adelante, en 1992, ingresó a la carrera de artes en el Moscú Art College; completando sus estudios cuatro años después y recibiendo un diploma a la excelencia que le valió cursar el posgrado en artes y diseño con el respetado profesor L.S. Hasyanova, en la Academia Rusa de las Artes, en donde se graduó con los más altos honores alcanzables.
 
An Evening in Budapest (óleo sobre tela | 22" X 35")
En la actualidad,  miles de coleccionistas de todo el mundo han añadido uno o más de los cuadros de este pintor ruso a sus colecciones. Las razones no son pocas. En su estilo único, logra una transición maravillosa de lo que suele ser poco atractivo a lo fascinante valiéndose de esa mejora a lo cotidiano de la que hablaba Platón: Cuando pinto, no trato de copiar un lugar en particular: más bien, trato de memorizar la impresión original que me causó algún lugar y luego recomponerla en mi cabeza, sobre la base de lo que siento por ella. Sólo después de eso, pinto. Creo que es muy importante para un artista no copiar mecánicamente a la naturaleza. En ese caso, el artista podría ser sustituido por una cámara... -nos confiesa el pintor.

Bon Appétit (óleo sobre tela | 20" X 20")
Desde 1996, Butirskiy ha participado en más de 100 exposiciones. En el otoño de 2007, fue invitado a exponer su trabajo en el prestigioso Il Vittoriano de la Plaza Venecia de Roma, construido en 1911 y escenario de importantes exposiciones de arte en honor a Picasso, Dalí, Chagall, Monet, Manet y Degas entre muchos otros más. En sus lienzos, transmite al espectador sensaciones de tranquilidad, paz y armonía. Por lo general son paisajes que no reflejan acción, pero en los que los espacios, sombras y colores juegan un importante papel en ese diálogo con el que los mira. El poder e intensidad de su obra deriva de esa profunda relación entre luz y oscuridad que maneja y que sin duda es reminiscencia de las obras de Claudio de Lorena y Caravaggio, con sus cualidades luminiscentes y hábiles variaciones de color.

Café Royale des Vins (óleo sobre tela | 20" X 26")
Al igual que sucede con los impresionistas, los claroscuros en las pinturas de Alexei son únicos, por lo que múltiples efectos sensuales emergen cuando los miramos a conciencia. Todos ellos evocan nuestra necesidad inconsciente de paz interior y simbiosis con la naturaleza; estimulando nuestra fantasía para fundirse en una con la aparente realidad. Su simbolismo es mágico y su apelación a los sentidos, intenso. En ciertos lienzos, casi se puede sentir el aire helado que quema las fosas nasales o el calor que desprenden las ventanas iluminadas, creándose así un mundo silencioso y suave que nos permite acceder de manera única y sin obstáculos a su mundo. Las visiones poéticas expresadas en sus cuadros son tan individuales como lo pueden ser las partituras musicales a un compositor. 

The Lake House (óleo sobre tela | 17.5" X 24.5")
Actualmente, Butirskiy es artista de tiempo completo y se desempeña como profesor de dibujo en la Academia Rusa de las Artes. Sus trabajos se exhiben orgullosamente en galerías y colecciones privadas de Francia, Inglaterra, Austria, Alemania, Suiza, Japón, Países Bajos, Canadá, México, Rusia y Estados Unidos. Es su mente creativa, su ejecución magistral y la individualidad de cada una de sus imágenes lo que le que le distinguen de entre sus contemporáneos y que, con toda seguridad, le permitirá ganarse una posición de prominencia en la historia del arte.


My Favorite Place (óleo sobre tela | 22" X 26")

jueves, 8 de septiembre de 2016

Literatura: Reencuentro (cuento)

Por: Eduardo Barrionuevo

 
El reencuentro - Remedios Varo

—Un café por favor.

Dijo el hombre, mirando a través de la ventana concentrado en sus recuerdos. 

El mozo repitió el pedido allá en la barra como un eco constante; como en cualquier otro bar, en cualquier lugar del mundo, en cualquier momento de la historia. El olor del café era característico de aquél bar. No hace falta dar cuentas sobre el sabor y la textura del café, ni de lo que simboliza, ni de lo banal que parece en las narraciones. Sin embargo ahí está enfriándose, como la vida misma; perdiendo cuerpo con el transcurso de los segundos, ahí sin endulzar; y si se lo contempla pierde su calor efímero, como la vida misma. El último trago tanto frío como amargo tiene el color de la tristeza. 
La ventana estaba abierta, pero un cristal imaginario casi tangible se encargaba de separar el adentro del afuera de ese bar. El hombre seguía inmutable, indiferente. Sus ojos fijos miraban como esperando. Una melancólica espera que pasaba desapercibida. 
Nadie notaba lo enajenado que él estaba, y si alguno lo advertía, poco le interesaba. A veces sin darnos cuenta traducimos nuestras sensaciones en pequeños movimientos que las dibujan en lo cotidiano y las hacen invisibles para los demás. La letanía de este hombre se tradujo en un mezclar ese café sin detenerse durante mucho tiempo. Y el universo seguía su curso, acaso siendo él parte de ese curso o quizás siendo la excepción. 
Del otro lado de la ventana a lo lejos se podía ver que alguien se acercaba. Era ella a quien esperaba sin saberlo, y ahí venía. Graciosa, sonriente, llena de vida. Sus ojos enormes y negros eran inconfundibles y profundos. Cuando él la vio, sin querer tiró un vaso de vidrio cuando quiso acomodarse en la silla. El estrépito del vaso al romperse se acopló al unisono con algunos recuerdos que también parecían romperse. 
Ella seguía acercándose y su corazón se aceleraba. Él se preguntaba cuánto tiempo había pasado sin verla, o si ella se acordaba de él. 
Estaba ya a una calle de distancia y la emoción también ganaba terreno. Una mezcla de miedo y satisfacción. La sangre de ambos era una sola y el tiempo se retorcía en idas y vueltas constantes entre el murmullo de la gente. El tiempo es el águila que devora nuestras entrañas, vísceras y almas mientras estamos encadenados en la roca de Escitia o en nuestras camas. Y así por haber roto una regla o por haber amado, llegan los castigos (castigos por astucias que los dioses nunca dejan pasar). 
Ella era en verdad hermosa, tanto cuánto él era soñador. Para él ella era el amor materializado, era todos los colores, era la tibieza del espíritu, ¡la extrañaba tanto! 
Ella pensaba en él mientras se acercaba, de alguna forma extraña sabía que lo encontraría ahí. No importaba el por qué se habían separado, no importaba nada. Ella pudo encontrarlo y él sin saberlo la esperaba. 
El encuentro se hizo inminente, ella apuró el paso y de un momento a otro empezó a correr. 
Al advertir esto él se levanto, dejó algunos billetes en la mesa y salió a la vereda. Un aire frío lo atravesó e inundó su pecho. 
Sin detener la carrera ella no aguanto sus ganas de gritar y lo hizo. Pronunció una palabra nada más, sólo una palabra que encerraba todo lo que hubiera querido decir: -"¡Papá!" 
Lo abrazó con todas sus fuerzas, con sus brazos de niña frágil. Una pequeña niña de doce años fundía en un abrazo la tristeza de su padre y la suya. La felicidad de su padre y la suya.

miércoles, 7 de septiembre de 2016

Literatura : Voces asaltantes (cuento)

Por: José Contreras


El exorcista (1973), director William Friedkin
—¡Telma! —gritaba Marcelo irritado por los alaridos de su hija—. ¡Nidia ya está llorando otra vez! ¡Te toca darle la medicina! —seguía gritando mientras estaba sentado en el inodoro, leyendo publicidad de espiritistas o psíquicos en el periódico. Pero Telma no respondía, ya que la noche anterior se había desvelado tranquilizando a Nidia para que ésta dejase de golpear su cabeza contra el respaldo acolchonado de la cama, cuyas amarras la acondicionaban más como una prisión que como un lugar apacible para descansar; la había dejado por completo agotada, incapaz de escuchar a su hija en el cuarto, mucho menos a su esposo en el baño.

Nidia, atada de pies y manos, se sacudía como una crisálida a punto de ser rota por su huésped, exclamó a todo pulmón "¡Cállense todos que ya no los aguanto! ¡¿Por qué tienen que hablar todos al mismo tiempo!?", gimoteando después de su rabieta y revoloteando su cabeza en la almohada hasta que su madre, todavía amodorrada por la desvelada, llegaba a darle sus píldoras que la volverían a dormir.

Así vivía la familia Balero desde hacia cinco años; Nidia tenía la misma conducta desde el día de su nacimiento, expresándose mediante el llanto hasta que al año y medio aprendió a hablar. Cada día consecuente era bastante similar al previo, a menos que Telma o Marcelo, su esposo, intercalaran turnos para drogar a Nidia, y así poder dormir o sentarse a mirar la televisión; tan fastidiados de no tener tiempo para sí mismos, se repartían momentos de soledad, por lo que muy rara vez follaban o convivían como una pareja que se ama. Al ser tan pequeña su hija, no podían administrarle los somníferos en una dosis que la noqueara al instante, obligándolos a supervisarla constantemente, evitando que se soltara las amarras y se insertara objetos en los oídos o se diera cabezazos contra cualquier superficie dura.

Pero este día sería un poco diferente al resto. Con anterioridad habían citado a toda clase de profesionales, desde médicos generales y neurólogos hasta psicólogos y psiquiatras, y a pesar de la cantidad de estudios, terapias y medicinas, ninguno parecía encontrar otra solución que no fuera paliar el sufrimiento de la niña. Hartos de lo primero y de las consecuentes mermas económicas, de las cuentas y medicinas de Nidia, que los habían obligado a vender sus autos y a hipotecar la casa para lograr solventarlas, decidieron botar su ánimo escéptico e indagar en el campo de lo sobrenatural, por lo que habían concertado una cita con el doctor Rico Puccini, uno de los parapsicólogos con mayor audiencia en los programas de televisión enfocados en el tema, y que sólo ociosos o entusiastas veían. Como el matrimonio sospechaba que el popular doctor pudiera ser un charlatán más, con recelo Marcelo investigaba otros prospectos que pudieran tener mayor profesionalismo que un hombre que, en inicios del siglo XXI, insistía en usar una capa negra y un sombrero de copa, como el estereotipo de los magos de principios y mediados de la centuria pasada.

Cuando el timbre sonó, Marcelo se estaba lavando las manos y se enteró de la llegada del doctor más por el grito de su hija que por el timbre al que la niña hizo eco con un alarido prolongado.

Telma seguía con Nidia, así que el padre tuvo que salir a recibir al espiritista y a cuatro camarógrafos que ya estaban filmando los alrededores de la casa mientras el doctor, parado en el pórtico donde había tocado el timbre, narraba a uno de ellos el caso que resolvería en esta ocasión. 

—Buenos días, doctor Puccini —saludó Marcelo con la deferencia que le daría a su jefe en el trabajo si éste le visitara en vez del doctor—. Nidia, mi niña, está en… —no terminó de dar la ubicación de su hija porque un sonoro e iracundo “¡cállense ya!”, proferido por una voz tan dulce que casi haría inverosímil el nivel de furia que expresó, reveló al doctor que la habitación de Nidia estaba al fondo de la casa. Antes de que ambos fueran para allá, Marcelo lo encaminó a la sala para mostrar a su invitado todos los archivos médicos de Nidia, que estaban sobre una mesa de madera, al tiempo que le contaba a detalle cómo habían vivido durante un lustro. Una vez sentados en los sillones, con el permiso tácito de Marcelo, tres miembros del equipo de filmación recorrieron la casa; el restante, que al parecer siempre estaba al lado del espiritista, se quedó en la sala para grabar la primera entrevista.

—Cuando hablamos por teléfono me aseguró que ustedes son ateos, señor Marcelo —dijo Rico al terminar de leer la historia clínica—. Los demonios sólo pueden poseer a quienes creen en ellos, y únicamente en la respectiva religión o folklore en el que se les reconoce. Por ejemplo, no se puede combatir a un Yōkai, con agua bendita, aunque la haya bendecido el sumo pontífice de la iglesia católica, pues sería inútil contra un demonio que se combate con antiguos rituales japoneses —dejó de mirar a su anfitrión para dirigirse al camarógrafo principal—. Eso sólo reduce a las siguientes dos posibilidades, ya que las pruebas de la ciencia han fracasado en dar un diagnóstico certero: Nidia Balero, una nenita de tan sólo cinco años, tiene habilidades psíquicas que no ha aprendido a controlar; o los muertos están tratando de contactar con alguien, siendo las mentes inmaduras las más susceptibles para escucharlos—. Apenas había terminado de hablar Rico Puccini, casi como si hubiese estado en un libreto, cuando Nidia volvió a gritarles a todos que se callaran, culminando así la primera entrevista, generando tal suspenso que emocionaría a los televidentes cuando se transmitiera el programa.

La segunda entrevista se hizo en el cuarto de Nidia, ya que a ésta comenzaban a hacerle efecto los somníferos y se había sosegado.

El hombre del sombrero de copa se sentó en una esquina de la cama la opuesta a donde se había colocado la madre, en tanto su camarógrafo satélite se ubicó enfrente de ellos; Marcelo aguardaba, impaciente y ansioso, en la sala; el doctor así se lo había pedido. 

—Señora Telma, dígame, ¿cuánto tiempo nos queda antes de que Nidia se duerma por completo? —preguntó Rico Puccini. 

La madre con su cara más ojerosa que la de su hija, contestó: 

—Se tranquiliza como diez minutos antes de caer dormida. 

Tras esto, el doctor Rico Puccini entabló una conversación básica con la niña, preguntándole desde qué era lo que más le gustaba hasta a qué le gustaría dedicarse cuando fuera mayor; la menor respondió con ternura: 

—Quiero ser enfermera, para cuidar a otros igual que mis papis lo hacen conmigo. 

A todos los presentes les pareció una respuesta conmovedora, pero se agotaba el tiempo más rápido de lo que les hubiera gustado, casi la mitad disponible de éste se había usado; así que el espiritista preguntó a la niña: 

—¿Sabes de quién son las voces que escuchas? —le contestaron que no, así que continuó:¿Cuántas voces escuchas?

Nidia, cerrando los ojos para tratar de concentrarse, respondió: 

—No lo sé. A veces oigo como si mi cuarto estuviera lleno de personas hablándome al mismo tiempo, también escucho mascotas, como perros y gatos —la niña abrió los ojos para mirar al doctor—. En ocasiones, mientras duermo, escucho discutir a mis papis. 

Telma, avergonzada por la respuesta de su hija, bajó la cabeza y evitó el contacto visual con el doctor: 

—Perdónanos, hija. Tu papá y yo te amamos, nunca lo olvides —y comenzó a llorar. 

Retomando el control de la entrevista, el doctor preguntó: 

—¿Has visto o sentido fantasmas? —la niña lo negó y recalcó que simplemente oía unas voces, pudiendo identificar sólo las de sus papás. Rico Puccini le hizo una seña a su camarógrafo, y éste dejó de filmar, luego se dirigió a la niña: Nidia. Vamos a hacer un pequeño juego antes de que te duermas. Voy a salir y tocar la puerta muy despacio, cuando vuelva quiero que me digas cuántas veces la golpeé —apenas dijo esto, salió rumbo a la entrada, deteniéndose en la sala para comentarle a Marcelo sus intenciones.

Entonces dio seis golpecitos a la puerta, lo bastante tenues como para que no se oyeran más allá de la sala. Primero le preguntó a Marcelo, que seguía sentado en el sillón, cuántos golpes escuchó: «seis», le confirmaron. Luego fue al cuarto de Nidia e hizo lo mismo con Telma, pero como Telma no había escuchado nada, repitió la pregunta a la niña, «seis» contestó ella victoriosa. Sólo para asegurarse, el doctor renovó el experimento, pero esta vez golpeando tres veces la puerta, obteniendo los mismos resultados con los participantes.

Ya con la doble comprobación obtenida, el doctor le ordenó al camarógrafo que le llevara unos protectores para oídos que tenía en la camioneta, los cuales eran idénticos a los utilizados por músicos profesionales en los conciertos, y que se los colocara a Nidia. 

—Volveremos mañana, no se los vayan a quitar —le pidió a Telma y Marcelo antes de irse junto con su equipo de filmación.

A la mañana siguiente, alrededor de las diez, el doctor llegó con un equipo de filmación más amplio; esta vez un grupo de diez hombres parecían equipados para grabar una película de Hollywood plagada de efectos especiales. Saludando el doctor a los, ahora sí, sonrientes y bien descansados Marcelo y Telma. 

—Buen día familia, se ve que los protectores auditivos funcionaron bien. 

Telma le contestó: 

—Estamos muy agradecidos con usted, doctor —dándole un fuerte abrazo y un beso en la mejilla. 

Marcelo también le dio otro abrazo: 

—Doctor, ¿cómo supo ayudar a Nidia? Nadie lo había hecho tan bien como usted —dijo con la más sincera gratitud. 

Rico Puccini sonrió. 

—Simple. Las pruebas auditivas estándar están diseñadas para oídos promedios, los de su hija son tan sensibles como los de un perro o quizá más, ignoro si también puede escuchar infrasonido, pero en definitiva están más desarrollados de lo común. 

Telma volvió a llorar, pero ya no a raíz de emociones negativas. 

—Doctor, ¿cómo  se lo podemos agradecer? 

En respuesta, el espiritista dijo: 

—Los médicos viven de sus pacientes, yo de mis programas y libros —sacando tres libretos que traía debajo de su capa e hizo aparecer en sus manos, de un rápido movimiento que parecía un acto de magia. Se los entregó a los padres, y después le dieron el suyo a Nidia en su cuarto.

El equipo del doctor Rico Puccini trabajó arduamente para alistar la escena descrita en el libreto: Poleas con hilos invisibles ante las cámaras se encargarían de sacudir el mobiliario de la alcoba, unos sensores harían temblar las ventanas y unos abanicos ondearían las cortinas y las sábanas; Nidia se retorcería y gritaría tal y como lo hacía antes de la llegada del doctor, mientras sus padres sostenían biblias y rezarían padres nuestros y aves marías; Rico Puccini, con una enorme cruz colgando de su cuello y sin su respectivo sombrero de copa, arrojaría agua bendita a la niña y saldría humo de una máquina colocada debajo de la cama.  

El acto del exorcismo de Nidia Balero fue tan realista para los televidentes que, medio año después, abarrotaron las librerías para adquirir un ejemplar de Voces asaltantes, libro que trataba sobre unos fantasmas que contactaban a una niña, con habilidades psíquicas que desconocía tener, para obligar a sus padres a abandonar una casa construida sobre un antiguo cementerio dónde enterraron a unos herejes que practicaron en vida la brujería negra -que pronto tendría una versión cinematográfica de título homónimo, y que se estrenaría a principios del siguiente año-. La fama del doctor Rico Puccini se incrementó a niveles que él jamás hubiera imaginado, y la familia Balero disfrutó entonces de un estilo de vida con menos preocupaciones. 

Poesía: Amar en silencio también es amar

Por: Luisa Chico




Cuando el amor se envuelve de silencio, 
y el sentimiento se destierra 
a lo más profundo de los abismos del alma, 
una estrella, allá lejos, 
prendida en el terciopelo negro 
de la noche… 
llora. 

 Pero ocultarlo y condenarlo al mutismo 
no disminuye su fuerza, 
su luz, su palpitar, su calor, 
simplemente se aletarga, 
esperando el momento de poder lucir 
con toda su esplendidez, 
de avivar esa llama 
que ha quedado adormecida al calor de la 
 hoguera que ardió en fuego febril 
un día cualquiera, 
en una calle cualquiera, 
en un momento cualquiera… 

Amar en silencio también es amar, 
aunque no te mires en sus ojos evocadores 
de pasiones compartidas, 
ni beses sus labios de pura ambrosía. 
 Aunque tu piel no tiemble 
con la caricia de esas manos 
que te hablan de vida, 
de amor… de milagros, 
ni puedas sentir su abrazo 
cálido, protector, envolvente, placentero. 

La luna consuela a la estrella que llora 
porque ella si sabe de amores imposibles, 
no en vano con el suyo 
solo se cruza un momento cada día 
sin poder tocarle ni casi sentirle. 
 Sonríe hacia adentro 
porque ella sabe mejor que nadie 
lo que cuesta amar en la distancia 
y en silencio, 
marchar al rayar el día 
retrasando unos segundos su viaje inevitable 
para poder mirarse un instante en su luz 
y alimentar así el sentimiento grato 
de saberse suya, 
de saberlo suyo, 
a pesar de todo y de todos. 

En el abismo del silencio, 
donde todo parece oscuridad y pena, 
un corazón palpita quedamente 
y calla silente porque ama 
el conoce la fuerza del amor generoso, 
el que se envuelve en sigilo 
cuando sabe que así… 
no daña.

lunes, 5 de septiembre de 2016

Música: José Pablo Moncayo - El último nacionalista

Por: Uriel Delac


Sin ninguna carga peyorativa, el nombre del compositor jaliciense José Pablo Moncayo (1912-1958) se vincula casi exclusivamente por el gran público a una pieza ofrecida como encore en conciertos festivos o de conmemoración patriótica de las orquestas mexicanas, el Huapango de 1941. Un lugar común al que es muy difícil sustraerse, tanto por parte del melómano como de los directores mexicanos e incluyendo a algunos extranjeros.

Los estudios musicales de Moncayo se inician en la Ciudad de México bajo la tutela de Eduardo Hernández Moncada para después alcanzar un grado superior de perfeccionamiento con Candelario Huízar y Carlos Chávez. Ya para 1931, lo encontramos como percusionista de la Orquesta Sinfónica de México, muy activo en la vida cultural del país. Se relaciona con otros compositores interesados en rescatar los elementos históricos del folklore y de lo popular, que pudieran ser la base de una auténtica música mexicana culta o de concierto, como gustaba en llamarse entonces. El Grupo de los Cuatro (cualquier similitud con el grupo nacionalista ruso es mera coincidencia) se bautizó al de Moncayo, Ayala, Contreras y Galindo; juntos y por algún tiempo unieron esfuerzos para estrenar obras e imponerse en el panorama cultural de la capital que antes como ahora acaparaba todos los intentos de creación artística.

Entre sus primeras obras, encontramos una Sonata para violín de 1936 y el Pequeño nocturno del mismo año. Amatzinac (1937) es la primera composición importante de Moncayo. Y fue precisamente en la música de cámara donde buscaría la manera de acomodar sus principios estéticos dentro de la evolución del género en el siglo XX, si bien sus intereses nunca rebasarían las formas de un clasisismo aplatanado en la idiosincrasia latinoamericana. Sonatina para piano, Tres piezas para el mismo instrumento, Sonata para viola y piano, Trío para violín, flauta y piano, Diálogo para dos pianos y una vaca, cuyo título suena más al inconoclasta Milhaud que a un formal nacionalista, la Fantasía intocable y la romanza Flores de calabaza, son obras de juventud que no encontraron eco, aunque tal vez hubieran sido una veta a explotar, o bien, que nos hubieran legado a un Satie a la mexicana.

Las grandes formas también fueron desarrolladas por el músico. La Sinfonía de 1944 y la Sinfonietta del año siguiente son más bien ejercicios para un estilo posterior que desembocaría en Tres piezas para orquesta, Canción del mar, Zapata, Cumbres y los ballets Tierra de bosques y La potranca.

Intencionalmente hemos dejado para el final las tres grandes composiciones que más frecuentemente se tocan o que se mencionan. Tierra de temporal, un gran fresco orquestal con toda la fuerza que el título pueda sugerir y que ha sido rescatado en los últimos años por la Orquesta Sinfónica Nacional. La mulata de Córdoba, su única ópera, cuyo libreto de corte nacionalista fue escrito por Agustín Lazo y Xavier Villaurrutia, rescatando una leyenda de los tiempos de la colonia, y que se presentó hace nueve años en Bellas Artes, con más penas que glorias, debido tal vez a una dirección escénica y musical que dejaron mucho que desear. Y por supuesto el célebre Huapango, la más escuchada de las composiciones mexicanas, a reserva de Estrellita de Manuel M. Ponce.


Huapango reina en las salas de concierto por sus ritmos, brillante orquestación y, en el extranjero, por el atractivo de ese bárbaro exotismo similar al efecto que causó la música de Rimsky-Korsakov o Borodín, a principios del siglo pasado, en el decadente París de preguerra.

La obra fue encargada por Carlos Chávez al muy joven Moncayo (28 años) y le sugirió a éste que empleara algunas melodías populares de la región veracruzana, específicamente los sones jarochos. El autor investigó a fondo la estructura de estos sones y se documentó en la mencionada región con la colaboración de músicos populares, los jaraneros.

Varios momentos son particularmente memorables: los dúos de flauta y arpa, y los de trompeta y trombón. Mucho se ha discutido acerca del contenido del Huapango, si es una mera trasposición de melodías populares expuestas en una forma más o menos pintorescas, o si, por el contrario, constituye un complejísimo trabajo de riqueza tímbrica. De lo anterior, no hay duda sobre el segundo juicio. Hay variedad, intensidad y búsqueda de nuevas sonoridades en un lenguaje original y, a la vez, cercano a otras obras de carácter rapsódico de la música sinfónica.


El estreno en el Palacio de Bellas Artes, el 15 de agosto de 1941, levantó encontradas opiniones: desde el elogio hasta la indiferencia. Se cuestionó su carácter mexicanista, se puso en tela de juicio el oficio del compositor; sin embargo, la respuesta del público siempre fue entusiasta y receptiva. En Estados Unidos y países de Latinoamérica donde se tocó al poco tiempo de su estreno mundial fue un rotundo éxito y quedó como una clara muestra de la mejor música mexicana.


Demasiado fuerte resultó la carga de esta obra completa y perfecta para el compositor, ser reconocido solamente por una pieza de la etapa juvenil, escrita por encargo y de la que no esperó más que una ejecución meramente formal. Su muerte concuerda con el declive del movimiento nacionalista mexicano, que fue resultado de la caída de los ideales de la Revolución Mexicana. La musicóloga Yolanda Moreno Rivas escribirá: La muerte de Moncayo en 1958 marcó decisivamente el fin de la escuela de composición nacionalista. De la misma manera en que su obra sin seguidores sobrepasó y abolió el inocente uso del tema mexicanista, su muerte terminó con la preponderancia de un estilo de composición, cuya huella marcó la creación musical en México por más de tres décadas; aunque solamente al principio de los 60’s sería posible hablar del abandono definitivo del gran Fresco mexicano, del olvido del tono épico y de la búsqueda de nuevos factores estructurales en la composición.