I
Mi nombre es
Manuel. El día de hoy he tomado posesión legal de la tienda de antigüedades que
heredé de mi medio hermano Silvestre, al que nunca tuve la fortuna de
conocer. De hecho, no estaba enterado de su existencia hasta hace unas semanas,
cuando empezaron a llegar sus llamadas, la última justo antes
de su muerte.
Con la ayuda de un intendente de la plaza comercial, llegué a un
hermoso local, nada pretencioso, con una pantalla de vidrio que desde afuera
permitía contemplar la mayor parte de sus tesoros almacenados; cada cristal cuenta con un pequeño cartel informativo -pegado en los entrepaños del mobiliario- para que los posibles compradores conozcan mejor la historia detrás de los productos: desde la galería egipcia, la
estancia de los fósiles de crustáceos, la sección del Japón bajo el régimen de
los shogunes, sin obviar las réplicas legales de los códices de las
civilizaciones precolombinas. Cuando entré, cada pared blanca poseía una
elegante serie de lámparas de alta
luminosidad que apenas dejaban lugar para
las minúsculas sombras de los objetos; no conozco de maderas, pero su piso es
color café claro, y despide un aroma muy relajante, que invita a recorrer todos
los pasillos del lugar. Por respeto, decidí conservar el nombre de Antigüedades Silvestre. Voy a dejar todo tal y como lo recibí, que por lujo no se detiene: es mucho más hermosa de lo que me la había descrito por teléfono.
Todo quedará igual, exceptuando el taller artístico de mi hermano al fondo del local; ya que no tengo dotes creativas sería un espacio desaprovechado.Y es que la imagen de su cadáver tendido en el suelo y la de aquella costra de su sangre, tan persistente, que tanto trabajo me costó remover sin dañar la madera, me hacen sentir que corro el mismo peligro si no hago nada al respecto. Supongo que mañana ampliaré el espacio dedicado al oriente medio antes de Cristo, y le daré cabida a una nueva zona de arte moderno, así me desharé de ese lugar espantoso.
¡Dios mío! Apenas recuerdo vagamente las clases de arte que cursé en la preparatoria, no estoy seguro de cómo administraré la tienda si no conozco todos los productos.
Todo quedará igual, exceptuando el taller artístico de mi hermano al fondo del local; ya que no tengo dotes creativas sería un espacio desaprovechado.Y es que la imagen de su cadáver tendido en el suelo y la de aquella costra de su sangre, tan persistente, que tanto trabajo me costó remover sin dañar la madera, me hacen sentir que corro el mismo peligro si no hago nada al respecto. Supongo que mañana ampliaré el espacio dedicado al oriente medio antes de Cristo, y le daré cabida a una nueva zona de arte moderno, así me desharé de ese lugar espantoso.
¡Dios mío! Apenas recuerdo vagamente las clases de arte que cursé en la preparatoria, no estoy seguro de cómo administraré la tienda si no conozco todos los productos.
A lujo de detalle
recuerdo todas nuestras conversaciones. Él era apenas cinco meses mayor que yo,
o eso fue lo que me dijo, así que si aún viviera estaría próximo su
cuadragésimo primer aniversario. Mi padre era a la vez el suyo, lo que me
convierte en un bastardo porque mi madre jamás se casó. Supongo que ya llevaba tiempo queriendo
ponerse en contacto conmigo, ignoro qué le detenía, pero adivino la razón de sus llamadas. Era obvio que tenía la vehemente necesidad de contarme toda su historia antes de enloquecer por completo.
Oh, cómo prevalece en mi memoria su habla totalmente desquiciada. Hablando de suicidarse y de otras cosas que en su estado eufórico me confesó.
Oh, cómo prevalece en mi memoria su habla totalmente desquiciada. Hablando de suicidarse y de otras cosas que en su estado eufórico me confesó.
Como si
estuviésemos frente a frente, en vez de en un vulgar milagro de la tecnología que sólo nos da la ilusión de ello, comenzó por hablar de sí mismo. Ya que lo pienso, en
ningún momento hablé de mí. Me dijo que él era un hombre muy sofisticado, de
correcto hablar y modos muy finos; sumado a lo anterior, vestía de una forma tan
colorida que rallaba en los limites de la extravagancia; no se casó y jamás tuvo hijos, ni le interesaba nada de ello;
así que era comprensible que quienes trataran por primera vez con él, con
prejuicio asumieran que tenía una predilección
contraria al sexo femenino. Nada más erróneo. Sin embargo, sí tendía a exaltar con ansiedad hasta el más mínimo dejo de belleza que encontrar en cualquier cosa, ya fuese un florero o una pintura. Aunque su voz era tan afeminada que charlar con él era como charlar con Liberace.
Cuando terminó de
describirse, sin darme tiempo a nada, relató cómo conoció a su asistente,
Victoria.
Un día, un
millonario -no me dijo quién-, lo contrató para que creara un par de cariátides con el fin de adornar un chalé a donde frecuentaba ir de vacaciones. Las columnas servirían como un artístico soporte para un futuro techo que convertiría en una terraza, donde
celebraría diversas reuniones. Eso fue a comienzos de año. Silvestre estaba muy
contento ya que con poca frecuencia había prestado esa clase de servicio -la última vez
recreó un pequeño busto para un museo y lo hizo más por respeto al arte que por obtener dinero-, aunado el hecho de que estas obras serían las más elaboradas en toda
su trayectoria, y la paga era tan generosa que podría recorrer cada ciudad
europea derrochando suntuosidad por un año. Mas el escultor necesitaba de
varias cosas antes de esculpir sus mayores creaciones hasta ese momento: resultaban
indispensables dos enormes trozos oblongos de mármol, con dimensiones de tres
metros de alto, y ambas bases cuadradas de un metro de cada lado. De igual
forma necesitaba tiempo para conseguir una modelo cuya belleza fuera ecuánime
con su paciencia y disciplina, ya que tendría que pasar muchas horas
manteniendo la misma pose mientras él tallara el mármol hasta reducirlo a las
medidas reales de una joven esbelta, lo que requeriría meses de trabajo continuo.