domingo, 31 de julio de 2016

Literatura: Soy la tierra (cuento breve)

Por: Karim Yaver

"Le soleil dans son écrin", Yves Tanguy

Soy la tierra que sobra. Tú sabes, cuando cavas un hoyo, un hoyo-potencialmente-tumba-casa-del-muerto, cuando clavas la pala y lanzas fuera la tierra (todos lo hemos hecho, ¿cierto?), esperas a que llegue el cadáver, lo colocas dentro y sobre el bulto echas aquella masa que antes habías lanzado fuera. Ese cuerpo ocupa entonces un espacio, un volumen no natural que ya es parte de ese hoyo; un hoyo que ya no es, porque ya es otra cosa… es una tumba, un sepulcro, una sepultura. Y luego tomas de nuevo con la pala, de ese mismo bulto, un montón más de tierra y comienzas a cubrir el hoyo, la fosa, hasta el tope. Pero está este cuerpo ocupando un volumen que no le pertenece —mi gatita, una complicación hepática, nueve años; murió y no me quedó más que rasgar la superficie y dejar su lánguido cuerpo yacer en su abertura… de vuelta al vientre, querida—, y lo que sobra ahora es una colina protuberante de tierra huérfana, de tierra desnuda, un montículo de soledad sobre el pasto húmedo. Y yo veo eso, y yo soy eso, esa tierra que sobra en la superficie, ésa que debería anidar debajo.
Vaya, un cadáver robó mi hogar —¿no fue el ladrón aquél que arrebató su aliento?—, y a veces me pregunto si no soy yo también ese cadáver, o el hoyo que ya no es hoyo, o el aliento que se evaporó o la mano trémula que lo arrebató de mí. A veces me pregunto si yo mismo soy un soy, y si no soy un fui.



sábado, 30 de julio de 2016

Literatura: Se quiso morir conmigo (cuento)

Por: Luis Alejandro Ortiz




  
Sí. Así lo enterramos, como a sus padres. Con la cabeza al sur y los pies al norte. Le dejamos caer dos rosas rojas y no le quitaron el Cristo. Esto porque Amelia se aferró a ponérselo en el panteón, cuando lo enterraron, contraria a las indicaciones del cura, y le puso también un poema que ambos amaban en su juventud. Yo le dije que no lo hiciera, que no le pusiera el Cristo, que lo estaba condenando. Le recordé lo que dijo el cura, que al Cristo no se le debía enterrar. Pero ella no me quiso escuchar. Alegó que el Santo Señor Jesucristo protegería a don José en las tinieblas. Dijo que su esposo era muy miedoso, que Nuestro Señor le quitaba el miedo. Que la santa cruz de plata le iba a ayudar a encontrar la salvación eterna. Yo ya no le quise decir nada.  

Nadie habló. Parecía que la tarde había absorbido en su infinidad los dolores y el llanto. Un rato después Amelia lloró. Pero su llanto se perdió en el viento, como el canto de los gorriones, aquel cantito que todos ignoran y que pronto llega a formar parte del silencio.  

Nos quedamos allí como tres horas. Las gotas de lluvia mojaban de a poquito la espalda, pero terminaban empapándola. Pero la tierra no se mojaba. Parecía que ni estaba lloviendo. Sólo como a las siete de la tarde empezó a sentirse fuerte el golpe del agua en los hombros, y las víboras empezaron a escapar de sus guaridas para comerse a las ranas que salían del pasto. Nomás así Amelia se quiso ir, cuando una víbora casi le muerde un pie.   

Llegamos a la casa envueltos en una densa nube de enfermedad. Es que sólo así se le puede llamar a lo que vivimos en todo ese tiempo. Enfermedad. Desde la agonía hasta la muerte de aquel viejecito, y todavía después sabíamos que la enfermedad sería difícil de curar. La dejó ahí con nosotros. No se la quiso llevar a la tumba.

Ayudamos a Amelia a que se acostara en su cama, pero ella gruñía diciéndonos que podía sola. Pobre de ella. En sus ojos, en la inmensidad de sus negros ojos, se notaba la realidad, se notaba que nos gritaba que la ayudáramos.  

Luego de un rato se levantó y se dispuso a cocinar. Pero la pobre, ya confundiendo la sal, el azúcar, la harina, el bicarbonato, y todos los polvos blancos de la cocina, nos hizo galletas de quien sabe qué. En fin, no sé qué habrá sido aquello, pero vaya que me curó el dolor de estómago.  

Luego la volvimos a acostar. Nos quedamos a su lado hasta cerciorarnos de que estaba dormida. Su respiración se tranquilizó. Entonces nos retiramos a nuestras habitaciones.  

Los demás pronto se quedaron dormidos. Pero el murmullo del viento y el roncar de los volcanes me impedían conciliar el sueño. Más aún, cuando por fin me estaba quedando dormido, vi por la puerta una negra sombra merodeando por las habitaciones. Aquel ser era alto, delgado, triste. Salió del cuarto de Amelia y se dirigió a donde estaba Marcela. Yo supuse que era don José. Yo pensaba que era él, que venía a cuidarnos. Que venía a agradecerle a Amelia por dejarle al Señor entre las manos. Ya no vi la sombra salir. Sólo la luna correr a lo largo del cielo y nada más. A los gatos jugando con su sombra y a las estrellas palidecer más y más hasta desaparecer en la luz del sol.  

Al otro día vi que Marcela estaba pálida, aterrada. Respiraba muy a fuerza y no quería hablar para nada. Ni siquiera comer. Tal vez los demás estaban tan ensimismados que no lo notaron. O tal vez se me figuró, pues yo esperaba con toda certeza verla así. Así quedó aquel día, y para la tarde se había controlado un poco. Pero esa noche quiso quedarse en el cuarto de Emma. La noche regresó. A propósito, no escuché a Amelia hablar en todo el día, como si ella supiera también lo que pasaba. Sólo nos veía fijamente. Uno a uno. Pasaba su mirada de uno a uno. Su mirada siniestra… Pero aun así, yo supe que también estaba asustada.  

Una vez más vi la sombra salir del cuarto de Amelia. Yo estaba velando con una lámpara de pálida luz (más luz daba una vela, por cierto), sentado en la silla que le había pertenecido a aquel sabio viejecito.  

–¡Don José! –grité– ¡Don José! ¡Venga! Quiero platicar con usted.  

Pero me ignoró, como si supiera que en realidad no quería platicar con él, sino que quería que se diera cuenta de que yo lo miraba. Que él ya estaba muerto.  

–¡Venga! –Volví a decir.  

Pero luego se escondió en el cuarto de Mario. Entonces, no sé por qué ni cómo, me quedé totalmente dormido.  

Al otro día me dijo que sólo vio la sombra de aquel ser, y que sintió cómo se recostaba en su cama. Pero que pronto se levantó y se fue. A él no le dio miedo, pues amaba a su padre, pero yo le dije que era raro. Que no parecía él. Así quedó, una noche más y se paseó por otro cuarto, y por otro, asustándolos a todos. Una noche oí a don Fermín murmurar. Entonces pensé que estaba platicando con él. Hasta que llegó la noche esperada, cuando había pasado por todos los cuartos de la casa excepto por el mío.  

Hice mi ‘‘ritual’’ diario. Me cepillé los dientes, me lavé la cara, me desenredé el cabello, el poco cabello que me quedaba, pero que era largo como el de don José. Me puse cómodo, leí un poco y me dispuse a meditar. Todo parecía normal. Abrí la ventana de par en par y me recosté en la cama sin levantar las cobijas. Pronto pude conciliar el sueño.  

Por la noche desperté. Inmediatamente supe que era hora. Miré de reojo y ahí en el suelo la sombra se proyectaba en la puerta. Luego sentí sus pasos, como si hubiera estado esperando que yo despertara para por fin acercarse a mí. Afuera no se oía nada. Sentí cómo a mi lado se sentaba un alma pesada y con cuidado se recostaba apoyándose sobre mi espalda. Los resortes de mi cama también lo sintieron. ¿Tanto pesa el alma humana?  

Yo la dejé ahí, que encontrara por fin la paz. Sólo conmigo quiso hacer eso. Castañeaba los dientes y mis músculos se contorsionaban. Pero traté de calmarme. Mi padre no hubiera querido asustarme.  

–Ya descanse don José. Mire, ya no tiene a dónde ir. Descanse en paz, ya ve que Amelia le dejó a Cristo en las manos. Descanse, deje que él en su infinita misericordia lo ayude. Ya no perturbe nuestro sueño.  

Escuché un largo suspiro.  

Luego lo abracé. En ningún momento abrí los ojos. Sentí que él estaba extremadamente delgado. O tal vez sólo abrazaba las cobijas. Le dije que durmiera en paz, lo solté y me volteé para mi lado. Pero aquello no se iba.  

Entonces supe que no era mi padre.  

Al levantarme vi aquello. Mis dudas se aclararon. Mi terror fue tan grande que ni un grito se me pudo escapar. Vi su rostro hinchado, a punto de despedazarse. Parecía como carne apelmazada. Vi los gusanos romper las llagas que la cubrían. Vi su dolor, su llanto. Vi cuajadas las lágrimas junto con la sangre que un día le había escurrido por debajo de los párpados. Quien sabe cuánto tiempo llevaría así. Pero lo que yo creo es que ya estaba así por dentro desde hace muchos días, desde el primer día que se anduvo paseando por las habitaciones, pero no hallaba dónde morirse. Pobre. Y yo pensando que era mi padre el que penaba. Desde un principio supe que estaba mal, pero no nos decía nada. Su cuerpo ya estaba muerto por dentro, pero su alma se resistía. Así encontré a Amelia, muerta, entregada al Padre. Sí. Así se había muerto mi madre. Se quiso morir ahí en mi cama, junto a mí. Como luego dicen, se quiso morir conmigo.



jueves, 28 de julio de 2016

Música: Beethoven and his teachers. Music for piano, four hands ( Cullan Bryant and Dmitry Rachmanov) Naxos Classical, Germany, 2011 (reseña del disco)

Por: Silvia Villarespe

Una obra pensada para aquellos estudiosos que han deseado comprender la formación musical del maestro de Bonn. La música de Beethoven que conocemos actualmente, se concibió dentro de un proceso doloroso de aprendizaje, amistades frustradas y muertes prematuras. Si algo tendrá el genio en todos los años de su vida, es que jamás olvidará la formación primaria que tuvo en Bonn con maestros como Christian Gottlob Neefe, Johann Georg Albrechtsberger, su propio padre Johann van Beethoven y abuelo Ludwig van Beethoven; escuela influenciada fuertemente por el trabajo sinfónico, de cámara y operístico de Joseph Haydn y Carl Philipp Emmanuel Bach, Wolfgang Amadeus Mozart, Willhem Glück y Johann Sebastian Bach. 

¡El disco es una maravilla, señores! De principio a fin, desborda ese pasional espíritu que crecía como torrente dentro de todos estos maestros alemanes y vieneses. El piano ante la ejecución magistral de Cullan Bryant y Dmitry Rachmanov, es el mensajero perfecto para que esa incesante alma alemana, como en una tormenta y con todo el ímpetu, se dejara oír: son los lamentos del Rin; del Danubio; de los que van; de los que dejan el mundo y de quienes huyen para buscar una nueva vida. ¿Será posible que Beethoven olvidara a aquellos que le enseñaron dulce o estrictamente a tocar el piano, órgano o violín, o a escribir sus primeras sonatinas? Jamás.

C.G. Neefe (retrato anónimo del s. XVIII)
Christian Gottlob Neefe (1748-1798), rescata la maestría mozartiana en su composición, 6 variaciones en piano a cuatro manos de la Flauta Mágica, de W.A Mozart, K. 620. El pequeño Mozart, como Neefe llamaba a Beethoven, seguramente escuchó la pieza y se dejó llevar por la magia de tan exquisita música.

Johann Albrechtsberger (1736-1809), organista y teórico musical austriaco, mostró al muchacho lo riguroso de la composición fugada, siendo en parte el gran responsable de que Beethoven conociera a profundidad la obra de Bach. En esta colección escuchamos un sonido oscuro, pensado, erudito: el Preludio y fuga para cuatro manos, en Si bemol mayor. Años más tarde nuestro querido Beethoven, dejará para la posteridad una de las obras más complejas de todo su trabajo: La gran fuga en Si bemol mayor, op. 134.
J.G Albrechtsberger - por L. Kupelwieser (s. XIX)
Albrechtsberger hubiera estado orgulloso de su pupilo, sin duda hubiera sido el primero por pararse, al terminar la obra, y comenzar estrepitosamente a aplaudir; la magia de enseñar con amor y pasión.

No les cuento más. Todas las piezas, nos llevan como montaña rusa, a un viaje personal a través de los recuerdos musicales, que el maestro trajo consigo del Rin. El material está disponible en la sección de “Clásicos” de la tienda de música más concurrida en el país. Lo recomiendo totalmente. 




domingo, 24 de julio de 2016

Poesía: Sin barreras

Por: Luisa Chico

Los amantes - René Magritte (1928)


No aspiro a tenerte a tiempo completo, 
me basta mirarme en tus ojos 
de tarde en tarde 
y ver brillar en ellos el cariño 
cuando me miras.

Ni sueño con ser la prioridad de tu vida, 
al menos no en esta vida, 
pero tranquilo… 
puedo esperar si tú me sonríes. 
Tal vez en la próxima sea posible, 
porque en una anterior 
estoy segura, que existimos juntos.

No sueño siquiera con rozar tus labios 
a pesar de que aspirar tu aliento, 
cuando te acercas mucho, 
confieso que me incita a ello… 
siempre.

Ni con que tu mano tome la mía 
para acompañarme 
algún trecho del camino, 
aunque me rompa 
en cada abrazo que nos damos, 
cuando siento mi pecho 
fundirse en el tuyo por un momento 
efímero y placentero.

No dudo en doblegar mi amor 
y reclinarme como el junco 
a impulsos de lo que siento, 
no lucho, ya no, 
sé que es batalla perdida. 
 ¿Acaso alguien ha podido, 
alguna vez, 
poner barreras a la crecida del río, 
cuando el caudal lo propician 
esos elementos incontrolables 
que a algunos les ha dado por llamar 
AMOR? 

No te pienso por pensarte, 
no te siento por sentirte, 
ni te miro por mirarte, 
más si abrazo al abrazarte.

sábado, 23 de julio de 2016

Literatura: Instrucciones para dejarme (prosa)

Por: Antonio G.


Edvard Munch-Amor y dolor (1895)



Para morir, amor, sólo necesito tu silencio; un silencio incómodo; tus lágrimas y tu rabia.

Para morir, amor, para morir de amor; bésame menos, despréciame más. Un desprecio puro, un deseo de que realmente no esté donde tú quieras estar.

Quiero que rompas las fotos y las cartas; quémalas, tíralas a la basura, ahí a donde va todo lo común. No hagas algo especial con ellas, no hagas un ritual.

Para morir, amor, y que muera lo que fue, apuñala tu memoria y hazla pedazos tan pequeños que ya no se pueda recuperar nada, que no quede ni una sombra, ni un color; que sólo quede un vacío tan grande que no se pueda llenar con nada de nosotros dos.

Para morir, amor, para morir de amor, cuando comiences a salir con otro háblale de todo lo mal que me porté contigo y de lo egoísta que fui; dile cosas horribles, dile que por mi culpa no puedes entregarte de nuevo como lo hiciste ayer, y ódienme entre los dos; es más, sean felices después.

Pero si no rompes las cartas y no haces lo que te digo, te juro que no moriré de amor, y aun por las noches y aun con otro tal vez te vaya a buscar, tal vez te vaya a encontrar; y querré colocar tu memoria como estaba y llenar el vacío, y quitar el invierno del hueso y tocarte el corazón. Y amarte y que me ames como tal vez ya no lo haces hoy.

Para morir de amor haz lo que te digo, o iré a buscarte de nuevo cuando tenga oportunidad, y si te veo con otro y no hiciste esto pensaré que me quieres ahí, buscándote, rogándote; que me quieres aún en tu corazón y en tu cama; abrazándote por las noches, acurrucándote por las mañanas.

Para morir de amor, amor; mátame tú, porque yo no.

Poesía: Estos cielos

Por: Erick Arellano




Estos cielos
que se inclinan tanto,
algunas aguas me han de oír.
¡Ay, de mí!
 
Estos cielos
que se inclinan tanto
vienen a por mí.
¡Salvadme,
luz de las cigarras!
¡Salvadme de morir!
¡Ay, de mí!
 
Estos cielos
que se inclinan tanto
algunas aguas me han de oír.
¡Ay de mí!
 
Estos cielos
que se inclinan tanto
vienen a por mí.
¡Salvadme,
niebla de raíces,
salvadme de morir!
¡Ay, de mí!
 
Estos cielos,
rosario de mi llanto,
estos cielos que se inclinan tanto,
pájaros sonámbulos,
árboles sin canto,
algunas aguas me han de oír
y vienen a por mí.
 
¡Salvadme,
ángel de mi guarda,
salvadme!
¡Rogad por mí!

Poesía: Y te escribo...

Por: Marco Juárez




Y te escribo
como si pudiera hacerte algo nuevo
original
o al menos verdadero
y entonces mi ayer no acaba
aunque ya sea la mañana de hoy
aunque me haya tragado toda la madrugada
entre copas y vasos desechables
entre hielos y licores

y de entre los dedos no me quieran salir más que palabras
y las imágenes de tu sonrisa mientras te penetro
y luego quedarme callado en tu respiración chiquita y entrecortada
como si se hubiera ido todo el tiempo de tus pulmones al infinito
y de nuevo la sonrisa
y los soles
y los lunes y los martes

entonces el vacío
la eternidad de no ver el reloj
y quedarse en lo oscuro
sin luna y sin sombras
sin semana

la oscuridad perpetua y fresca
que da el cerrar los ojos
y sentirte entera y cálida
húmeda
y que me apestes las cobijas en tu nombre
bandera de conquista de una cama desconocida
en unas sábanas y una almohada
y entones abrir los ojos
y verte carne y piel y sonrisa
y entonces humo
algo de aire y hueco
de desaparición constante
de lenguas al vacío y al recuerdo
de saliva

y el aroma
hálito de guerra de una cama reclamada
en una batalla de un par de horas
en una tierra de sueños y pesadillas
de infiernos que se desvelan
y paraísos perdidos
donde los ángeles
entre gemidos
perdieron las alas
para poder volar


jueves, 21 de julio de 2016

Poesía: Luz quebrada*

Por: Elena Zirot



Luz, luz:
Corazón de oro,
chorro fresco de vida
como líquido deseo.

Punzante luz,
aun hecha trizas,
en medio del silencio,
en medio de la sombra.

Luz quebrada en mil pedazos
se vuelve vida entre destellos
en la noche más oscura.
Luz quebrada en mil pedazos,
tú: noche estrellada te vuelves.
Cuán generosa existencia posees,
grande como mil soles.
Aun en la oscuridad más profunda:
Noche estrellada te vuelves.

Y brillas.
Y diriges mi barca
sobre el hondo mar.
Y te amo igual o más que antes.

Porque generosa es el alma que portas,
como fuego arrebatado que insufla,
como antorcha vivísima,
que aun en medio de la oscuridad tormentosa
nunca deja de alumbrar.


*Al mejor hermano del mundo: G.
  Te quiero con todo el corazón.

miércoles, 20 de julio de 2016

Artes Plásticas: Yaroslav Gerzhedovich - Entre el surrealismo y la fantasía

Por: Daphy

La adoración de los Magos - Óleo sobre tela (2012)

“Es difícil definir mi propio estilo, pero parece estar en algún lugar entre el surrealismo y la fantasía.” Así refiere el artista plástico e ilustrador Yaroslav Gerzhedovich a su propia obra, plagada de elementos oníricos-mágicos que de antemano nos remiten a los lienzos del también ruso Víctor Hartmann y que inspiraran los célebres 'Cuadros de una Exposición' del compositor karevita Modest Mussorgsky.

Medusa - Alto relieve (2005)
Nacido en Leningrado (1970), se formó inicialmente en la Escuela de Arte Nikolái Roerich, en el Colegio de Arte Serov y posteriormente en el estudio de Nicholas Ganzhalo en San Petersburgo, donde se graduó con los más altos honores.

Durante sus 20 años de carrera su estilo ha cambiado muchas veces, pero en el fondo subyace la misma esencia: pequeñas obras, detalles de pequeñas partes, colores velados y una meticulosa manera de ejecución que se ha desarrollado bajo la influencia del arte gótico y renacentista. El propio artista manifiesta haberse inspirado en el arte clásico europeo de finales del siglo XIV y hasta el de primera mitad del siglo XVII. Más recientemente ha sido influenciado por la fotografía de la época victoriana y la pintura americana de la Escuela de Indiana.

Castillo en la mar - Óleo sobre tela (2011)
Gerzhedovich, quien ha trabajado anteriormente explorando lo grotesco, ha logrado la evolución de su estilo transformándolo en belleza, a través del perfeccionamiento de su técnica y en la correcta mezcla de personajes y elementos basados en la mitología con aquellos de la naturaleza y la vida cotidiana. Su obra posee esa luz tenue que, como en un sueño, la acción se desarrolla en lugares extraños pero con detalles perfectamente reconocibles.

Paisaje de otoño - Óleo sobre tela (2011)
En sus grabados, podemos hallar la perfección en la técnica del dibujo de Rembrandt. En sus lienzos, en el estudio detallado de toda la superficie de la tela, a los grandes maestros de la Edad Media. Su pintura, de alguna forma inquietante, misteriosa y desoladora, de aires góticos que nos recuerda a Giotto di Bondone, frecuentemente monocromática, nos lleva con escenas evocadoras a las tierras áridas de su tierra, a la intriga, envuelta siempre en un halo místico. 

Los Alquimistas - Óleo sobre tela (2013)
Su paleta es rica en matices sepia y múltiples tonos de grises y su pincelada es ténue.  Sin embargo, una constate es que todo su trabajo se caracteriza por sus finísimos y complicados detalles, así como por el reflejo de luz tenue que envuelve a sus personajes y paisajes en un ambiente lleno de misticismo, pues la intención es adentrar al espectador en una atmósfera donde su imaginación sea parte importante del significado de la obra. 

103 - Óleo sobre tela (2014)
El artista claramente logra su objetivo al trasladar al observador a un mundo surreal pero a la vez familiar, lo que provoca nostalgia por un lugar que no se habita en realidad. Sus temas, cargados de magia y fantasía, están dotados siempre de un increíble realismo mágico, y una fuerte carga simbólica, plagada de fantasmas, de magníficos castillos de piedra, de personajes vistiendo ropa gótica.

Ha expuesto con enorme éxito en Rusia, Reino Unido y en Suiza, entre otros países, y sus obras están presentes en numerosas e importantes colecciones públicas y privadas de todo el mundo.
 
Actualmente es un artista de tiempo completo con residencia en San Petersburgo.




En el museo - Óleo sobre tela (2014)

lunes, 11 de julio de 2016

Literatura: ¿Por qué tuvo que decirlo...? (cuento)

Por: Claudia Lizbeth Rueda

Psicoanálisis del vejigante - Rafael Tufiño (1971)

Esto que cuento es lo que ha sucedido en horas no hábiles para mis ojos. Donde han llegado los quehaceres de esos personajes que empiezan a tragar mi cuerpo. Duermo y luego despierto con la sensación de que algún miembro de mi cuerpo me hace falta. Al otro día, sin embargo, continúo igual. Se han de estar tragando mi otro yo.

            No hubo necesidad de estudiar sus ojos ni que hablase. Él dijo lo que le sucedía sin decir palabra alguna. Lo fue desgranando, dejando caer punto por punto. Vi toda su vida en retazos, en cántigas de palabras semisordas para él mismo. El mundo se hacía pequeño y rodaba frente a mis ojos. Las blasfemias del mundo se hicieron en hombres como él, que entraba en mi cuarto de consultas.

            El hombre dio unos pasos inseguros. No sabía que todas las noches son fiestas para los trabajadores del espíritu, los que aún no logran encontrarse en los parajes de la iluminación. Escuché sin oír su relato su vida atacada por las noches y cómo él, con su vejez prematura, se interna en las profundidades de su desesperación y llora sin lágrimas. Pude ver que su cuerpo se hacía de todas formas: como lagarto, como estatua mutilada y cubierta de algas de pestes y piedras de los caminos espirituales, con esa dureza que hace que los incautos se alejen, se oculten o vomiten: esos que aún temen a la realidad.

            —“Usted deberá decirme de las otras vidas, de las desperdiciadas y vueltas a nacer en días aún no claros. Tal vez allí pueda encontrar la pierna que ahora no muevo y mis dedos duros de la mano. Le digo que me robaron en las noches. No sé qué pueda continuar, pero los veo llegar con sus dientes llenos de caries y después quedo con un sentimiento de soledad y la falta de alguna parte de mi cuerpo. Aunque despierte y todo esté tendido en la cama, yo he creído que esos no son sueños”.

            Él lo había dicho, pero no sabía que los robos desde la tierra se juntan con la voz y la ayuda de quien aún no sabe que puede cultivar su materia entre los cuatro elementos de la tierra. Ahora logro entender el porqué los robos de todos los días venideros implican las muertes desconocidas. Es también alimento para la búsqueda de la verdad, esa que no sale de las bocas terrestres llenas de placer por la muerte de los cuerpos.

            —“Fíjese que un día logré ganar y en mi cama amaneció un objeto color rosa, con una figura que no supe descifrar. La lucha fue frontal y pude darle con un palo de escoba que encontré en el lugar que peleamos. Creo es un lugar que habitan los niños en el día, una casa como escuela, ahí nos encontramos”.

            Él traía una bolsa, al parecer llena de partes de otros cuerpos, por eso fue que no pudo moverse con ligereza, como acostumbra. Le di un golpe en la parte que podía corresponder a la garganta y cayó para adelante. Frente a mis pies se desparramaron las partes que traía en la bolsa y fue cuando busqué mi pierna y mis dedos. Creo que no eran las mías porque los dedos de mi mano se me hicieron más grandes y mi pierna más chica, por eso llevo zapato con triple suela. Esa vez no tuve miedo, pero el lugar era aquí mismo en la tierra. Las otras ocasiones eran en el aire o en casas flotantes y caminos sin piso.

            Sus ojos continuaban hablando y aún no decía palabra alguna con su boca. Estaba allí por sus pesadillas y el anhelo de saber si era él o era otra persona actuando con su vida y nombre prestado. Él no sabía que existiera un ladrón de los espíritus y que por hacerlo le pagaban lo que pedía. Era tan solo una víctima que apenas si podía adentrarse en sus viajes y las luchas a muerte.

            —“Figúrese usted: un día no alcancé a llegar a mi cuerpo, me agarraron, me tuvieron preso en el espacio, como si fuese una campana de cristal donde no puede uno salir y continúa para arriba sin encontrar la salida. Recuerdo que hasta me exhibieron no sé cuánto tiempo, hasta que logré escapar y llegando a casa, me estaban haciendo pruebas para que volviera a vivir. Como si uno muriera”.

            Él era otra persona que había subido a niveles de conocimiento que poca gente entendía. Y aún no hablaba con su lengua. Creo que así es como se construyen las blasfemias del mundo contra algunos hombres. Agregó sin abrir la boca:

            —“Quizá nada pueda salvarme o digan que estoy perdido. Pero eso no es cierto. Esa es la historia de los que desean el reino material. Saben que esto es subversión, cambios en el otro yo. Pobres de quienes lo duden y se mofen de la incredulidad, pues les llegará su vara, su medida… Le digo que esto es hasta prohibido. ¿Se imagina la luz que habría en la tierra si se comprendiera? Pero no se permite y allí están los hospitales. Yo sé que usted lo entiende; nomás deje que le diga: los hospitales se han llenado todas las gentes y allí en los fondos grises han llegado otros seres y se entienden con ellos. Así lo viví cuando me quedó en la cabeza el residuo de una golpiza que me dieron en uno de 'esos sueños', que creo, no han de ser. Todo pasó cuando en otra ocasión, en el hospital, me curaron en otro viaje. Entonces, salí a la calle y aquí estoy: ante usted para poderle contar.”

            El hombre cogió la silla, la jaló. Pero aquellos ojos eran otros ojos y se apoderaban de las respuestas. Viajaban conmigo en ese diálogo abierto y franco. Su espíritu lo decía todo, sin prisa. Había llegado el momento: ahora él necesitaba articular en palabras toda la historia que me había contado sin hablar. De su mutilado cuerpo tendrían que venir gritos ahogados que acaso solo yo escucharía…

            Mientras se acomodaba inquieto en la silla de madera, al fin se atrevió tímidamente a decir:

            —“Pues verá… No he venido a consultarlo. En realidad soy vendedor de seguros médicos”.


jueves, 7 de julio de 2016

Literatura: Jugo de naranja (cuento)

Por: Karim Yaver

By Sarolta Bán

Lo primero que notó al despertar fue un desagradable hedor a humedad corrompiendo su habitación y un amarillo opaco tiñendo las sábanas de su cama que, por la noche —recordaba—, habían sido blancas. Luego observó que las manecillas del reloj de pared no se movían, que se habían quedado fijas a las 9:30, y que las hojas del calendario que colgaba sobre la cabecera de su cama estaban carcomidas, sucias y atestadas de hongos. Finalmente, se dio cuenta de que no escuchaba nada. Pero no porque estuviera sordo, sino porque no había en toda su casa más que silencio y error: ninguno de los aparatos electrónicos, ni siquiera los de batería, funcionaba.
Continuó un rato acostado, hasta que decidió estirar las piernas. «¡Crac!», un crujido extraño escapó de sus huesos y rompió el silencio que imperaba. El dolor lo obligó a mover los brazos primero y la espalda después. Una serie en cadena de nuevos e intolerables dolores le atravesaron entonces el cuerpo, dolores que, no obstante, rápidamente se esfumaron. Tuvo que aguantar cerca de cinco minutos casi petrificado antes de poder mover sus miembros con normalidad.
Ya sentado, pero aún en la cama, un antojo de jugo de naranja se le aferró al pensamiento como una sanguijuela. El antojo lo impulsó a levantarse, a vestirse y a salir a la calle, ignorando, al pasar por la fría y enmohecida cocina, la no menos enmohecida —y descompuesta— nevera, enterrada bajo una fina capa de polvo. Una vez dejadas atrás —la nevera y la cocina—, una vez franqueada la puerta de entrada y ya fuera, descubrió que todo, que absolutamente todo, desde el pavimento hasta las tres luces de los semáforos, era blanco, que no había más tonos, que no había colores ni luces ni sombras, sino puro blanco, puro y deslumbrante blanco. Luego descubrió que no tenía idea de qué hora del día podía ser, y, por último, que no tenía forma de saberlo: buscó por todos lados un reloj que no pudo jamás encontrar. Pensó que era como si el tiempo hubiese sido abolido.

Se había pasado toda la mañana en busca de un jugo de naranja, y lo único con que se toparon sus ojos fueron casas blancas y cerradas, calles blancas y vacías, y aves blancas y cansadas silbando al viento canciones que, de tan suaves, eran blancas también. Tras cerca de dos horas de infructuosa búsqueda, decidió regresar a su hogar. Pero el camino, como todo, era igualmente blanco, y las señalizaciones, si las había, debían ser blancas también. Y ya sabe uno, blanco sobre blanco… Pensó entonces que, tal vez, no había gente en las calles porque seguro los pocos que se habían atrevido a salir después no pudieron regresar a sus casas.
La cabeza se le enfrió de pronto y se desmayó, así, en medio de la calle, o de la banqueta, o de alguna pista de patinaje; tal vez un parque o un estacionamiento… ¿quién sabe?, todo era blanco. El caso es que cayó, como el árbol que cae en el bosque pero que no cae en realidad, porque nadie lo escucha, porque no hay nadie en el bosque, así como tampoco había nadie a la vista, paseando por las calles blancas y sin relojes de la ciudad.

Un hombre, asido de la cintura por una cuerda negra que se extendía más allá de lo que alcanzaba la mirada, lo encontró a los pocos minutos, derrumbado, y lo sacudió para despertarlo.
—Dígame la hora, el día… ¿en qué año estamos? —dijo al hombre, creyendo apenas sus propias palabras, como delirando.
El hombre se molestó, por supuesto. Es de muy mal gusto jugar con eso, pues todo mundo sabe que un día, simplemente, llegaron y se lo llevaron.